La triste

Son las seis y media de la tarde del 31 de diciembre de 2006. Salvo por algunas visitas familiares, el hospital está vacío. Los doctores de guardia en urgencias de Médica Sur esperan a que el reloj dé las ocho para huir a sus festejos de año nuevo.

A las seis treinta y ocho se abre la puerta de urgencias. El señor B viene por su propio pie, pero su gesto duele de verse. Alega un tremendo dolor abdominal. El Dr. D revisa para apendicitis, infección intestinal, renal, el hígado, incluso hemorragia interna. Los primeros estudios no revelan nada, y “nada”, en lenguaje médico, significa “peligro”: un paciente con un tremendo dolor abdominal sin causa aparente podría ser algo más grave de lo que parece. El Dr. D decide entonces hacer estudios de sangre y, por si las dudas, internar al Sr. B para que pase la última noche del año en Médica Sur.

‹‹ ¿Qué no había una leyenda urbana de un compa que llegaba a urgencias en año nuevo nomás para no pasarlo solo?››. El Dr. D rió un poco. Eso pasa en Nueva York, en lugares donde los indigentes tienen cierto toque de magia. El Sr. B no es eso, ni de lejos.

Dan las diez de la noche. Antes de salir hacia su cena de año nuevo, el Dr. D pasa por el cuarto del Sr. B para desear buen año. Se sorprende al verlo completamente desconectado de los aparatos. ‹‹ Perdón, doctor, la verdad es que no quería estar solo en año nuevo. Fingí el dolor abdominal, y sé que no tengo nada grave››

La más triste

Algunas leyendas inculpan a cantantes de renombre y herencia de haber tenido aventurillas sexuales con un ratón que hicieran trepar por su ano. Bueno: esa leyenda es cierta. Sin embargo, quizá la historia sea más cercana a la gente normal que a la farándula chilanga.

La imagen era grotesca: en la sala de urgencias del Hospital de Nutrición, casi una docena de doctores se arremolinaba alrededor de otro hombre con bata blanca. La diferencia: éste último estaba “de perrito” sobre una camilla de hospital. Los otros le observaban con una mezcla de asco, tristeza, lástima y preocupación. El Dr. Z había seguido los pasos de Gere, pero no con un ratón, sino con un foco. Utilizó sus conocimientos de medicina: utilizó una sustancia que relaja los músculos, y cuando aquello estuvo listo, introdujo el foco. La sustancia perdió rápidamente efecto y aquello estaba saldado: un chiste seguro. El foco hizo vacío y agregó otro factor de peligro: si se llegara a romper, todo se volvería un caos peor.

La primera solución fue aplicar lubricante. Normal. Pero el lubricante resbala, igual en las manos de los doctores que en el uyuyuy del doc implicado. Sólo quedaba una solución viable: enroscar al foco su compañero natural, el sóquet. Lo enroscaron. Finalmente, sacarlo fue cosa de jalar un cable, y el hecho no pudo escapar del chiste: alguien, en el fondo del quirófano, gritaba con enjundia: ‹‹ ¡Que lo prendan, que lo prendan!››.

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