¿Qué?
Cuando Porfirio era el mandamás del país, decidió que quería celebrar el centenario de la independencia con el monumento más perrón. Se sometió a concurso (justo como ahora con lo del Bicentenario y el arco que no es arco) y ganó la victoria alada. El diseño estuvo a cargo del arquitecto Antonio Rivas Mercado (cuya hija se suicidó en la catedral de Notredame, pero esa es oooootra historia), el ingeniero Roberto Gayol se encargó de la parte ruda, y el italiano Enrique Alciati fue el encargado de los trabajos escultóricos (todos los colados y el vaciado en bronce, con la técnica de la cera perdida).
¿Cómo?
Entonces, cuando ya iban muy avanzados en la obra, que comenzó en 1902, ocurre un fatal accidente. Habían hincado 5 mil pilotes de madera para soportar la estructura y la columna, pero una vez que ésta ya estaba arriba, se fue “pandeando”. El grupo de ingenieros decidieron hacer borrón y cuenta nueva. Destruyeron todo y pusieron otro método: un martinete de vapor con un émbolo.
¿Y esto qué tiene de especial?
Lo chistoso del martinete es que enterraba los pilotes de madera con el émbolo, y hacía un golpazo fuerte y seco que se repetía monótamente DÍA y NOCHE. Todos los vecinos de la zona se tenían que aguantar, hasta que en 1950 se cambió este procedimiento. ¿Te imaginas ir a celebrar la victoria de los Pumas con ese sonidazo de fondo?