13 de febrero 2009
Por: Colaborador

LA ÚLTIMA VEZ

Vieron un lugar que Quetzal bautizó como “depto cool”, con tres habitaciones en la calle Hamburgo. Antes de mudarse, viajó 10 días a Tabasco, donde comenzó una terapia con la doctora Margarita Casco, por quien leyó el libro de autoayuda Lo que el vino se llevó: psicodinámica del alcoholismo. «Cuando volvió a México lo vi muy mejorado. Nadaba, salió a correr todas las mañanas… nada extraño», dice su mamá sobre la última vez que estuvo con su hijo.

De regreso, el 15 de junio, ocuparon el nuevo departamento. «Hicimos una mancuerna chida -dice César Ortega-. Tripeaba chingón con Quetzal. Sentía que estaba platicando con una amiga-amigo buen pedo.» Pero el acoplamiento fue difícil. «Intentaba quitarle el trago, pero me gritaba que le valía madres, que él era un genio», recuerda César. Para agosto, comenzó a preocuparse porque Quetzal no avanzaba en sus proyectos para el Fashion Week de octubre. Estaba deprimido, pensativo. «Lo sentí como pez fuera del agua», agrega. Quetzal aún no estaba seguro de renunciar a la marca con Marvin, pero era real la posibilidad de que ambos presentaran sus colecciones por separado.
El dueño de la agencia de relaciones públicas The Happy People, Arturo Mizrahi, trató de evitar la ruptura ofreciéndoles un espacio neutro para trabajar sin peleas: la azotea de Elaboratorio, su galería. Así, tras una larga charla, Marvin y Quetzal arrancaron juntos su temporada primavera-verano 2009.
Para ayudarlo, Mizrahi invitó a Quetzal a sus clases de yoga. Su descontrol por la bebida fue apaciguado con un retiro de silencio en Valle de Bravo: «Estuvo impresionantemente tranquilo, comprometido con la vida. De tener algo raro no lo habría soportado. Así como en la oscuridad era muy fuerte, lo era en la luz.»

Al tiempo, la amistad de los roommates César y Quetzal se estrechó. Por las mañanas corrían bajo el Castillo de Chapultepec: «Era Ana Guevara. No paraba de correr. Y hasta para correr salía con ropa chingona». Por ejemplo, elegía pants amarillos con una banda del mismo color, o shorts que combinaran con sus tines.

El cuarto de Quetzal parecía el de una persona con ganas de vivir. De un rack rosa y amarillo colgaban varios diseños. En el suelo y sobre su colchón había prendas, telas, discos. «Era un desmadre en la casa, era un artista -dice César- pero nunca vi droga.» Y cada mañana, incluso, Quetzal seguía respetando su rito: tomar una taza de té de ginseng.

El calvario inició el 10 de septiembre. Quetzal llegó al restaurante Contramar de la Roma, donde se presentaba la revista de moda 192. «Volvimos a pelear esa semana -me dice Marvin conteniendo las lagrimas-. La última vez que lo vi fue ahí.» Ante la presencia de la cámara del blog Diario de fiestas, Quetzal posó junto a Marvin y simuló besarlo. «Al rato volteé -añade- y estaba recargado en la barra, pedísimo y comiéndose un hot dog.» Sus miradas se cruzaron unos segundos. Al ver a Quetzal acompañado, Marvin se retiró a las 3 am.

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