Los primeros años
El 15 de marzo de 1962, en Argentina, un caricaturista principiante y en búsqueda de sus primeros huesos recibió una oferta poco envidiable: diseñar algún monito para una nueva campaña de lavadoras, invento revolucionario que empezaba por globalizarse. Aceptó. Dibujó a una nilña.
Era poco agraciada pero reconocible a kilómetros. Sus facciones no invitaban al enamoramiento, pero podía fácilmente resultar simpática. De nombre, Quino (su autor) le puso Mafalda. Podía resultar, si los astros sonreían.
Pero no fue así y el proyecto de campaña se vino abajo. A la niña la guardaron en el tintero. Quino dibujó los años siguientes, esperando alguna migaja del éxito. Personajes aparecían, rondaban, desaparecían, Mafalda permanecía en el tintero.
Los primeros pasos
Dos años después de su debut y despedida, Mafalda revivió al son de las páginas y la tinta. La revista Primera Plana quedó convencida por la niña, que entonces aparecía en compañía de su padre y algunas (inocentes, brillantes, tiernísimas) cuestiones existenciales. Chillaba. Gritaba. Niña neurótica, precoz, niña a final de cuentas. No sabía si su padre era buen padre, cuestionaba de rebote los asuntos fundamentales de su país y la región latinoamericana entera. A los lectores los sorprendía.
Poco a poco comenzaron a aparecer otros personajes: Felipe, Manolito, su madre, Susanita, Miguelito. Otros tantos. Cada uno ayudaba con su carácter dispar (el ingenuo, el enamorado, el arrogante) a centrar a Mafalda en medio del escenario. De Primera Plana saltó al diario El Mundo y el éxito fue monumental de pronto.
Se pule el comentario
El tiempo causó en Mafalda los estragos que la harían famosa: de la sopa (intragable, imposible de comer) y la paternidad aparecieron los comentarios sociales y políticos más profundos. El régimen populista de la Argentina de los sesenta y setenta, pronto a convertirse en espantosa dictadura militar, fue gérmen de la creación de personajes tan memorables como Libertad (una enana gritona, desesperada), Burocracia (una tortuga mascota lenta, lenta) y el Citroen 2CV de su mamá (medular, como todos los autos del siglo).
El comentario social era afilado y funcionaba por el contraste: unos niños, tan aparentemente bobos, inocentes e infantiles como todos los niños, soltaban en cada página preguntas tan inteligentes como paradójicas, brutales, que cimbraban al autoritarismo gubernamental desde sus bases.
La leyenda
Apenas ocho años después de su primera aparición, Mafalda dejó a un lado el mundo de los diarios. Quino buscaba otras formas de entretenimiento, los personajes estaban ya un poco gastados.
Sin embargo, fue entonces cuando su presencia se volvió global, insuperable en todo el mundo de habla hispana, donde libros de caricaturas se convirtieron en una de las formas más inteligentes de criticar los sistemas políticos imperantes.
En el peor momento de la dictadura argentina (allá por 1977), la edición de los libros de Mafalda se realizaba desde México, asegurando que el fenómeno abarcara todas las zonas donde era comprendido, identificable, lógico. No es casualidad que, para entonces, la niña fóbica de la sopa se volviera el estandarte mundial de los Derechos de los Niños, la viva voz de la protección a los más vulnerables.
Por esas razones, hoy por hoy, Mafalda perdura en nuestros corazones e ideas como si apenas hubiera aparecido ayer. A Quino lo estamos profundamente agradecidos.