Entre las luces multicolores del Bali Club, en Playa del Carmen, un matrimonio de Québec se acercó a Francisco, un chavo de 21 años alto y blanco. Melisa era una chica robusta con el tatuaje de un corazón en un brazo. Alan, su esposo, un cuarentón musculoso. Casi al presentarse le mostraron un popper. Su objetivo: que se animara a un ménage à trois. Aunque Francisco se negó, el turista le dijo que se quedara con el frasco: «Take it, nothing happens.»
Sin insistir, marido y mujer se despidieron y confundieron en el gentío.
Esa madrugada, Francisco conoció en la barra del bar a Eunice, bronceada venezolana de ojos claros. Hablaron, tomaron tequila y se gustaron. «¿Vamos a un lugar más tranquilo?», propuso ella.
En su breve falda de lino con holanes, ligera y perfumada, entró junto a Francisco a una casa del fraccionamiento Arrecifes. Lo besó caliente, desesperada. «Yo quería lucirme —recuerda él en su departamento de la Del Valle— y me metí el popper que me dieron los canadienses.»
Siguieron el mareo, dolor de cabeza, adormecimiento de piernas. Pero hubo recompensa: «Una experiencia sexual intensa como nunca antes.» El popper aumentó la sensibilidad de su piel y, por lo tanto, de sus genitales, desde los que se produjo un orgasmo inusualmente largo.
En el DF, Francisco convenció a Paola, su novia oficial, de empezar a inhalar poppers en el coito. Por un año él lo usó sólo para el sexo: «Pero llegó un momento en que ya no me satisfacía sexualmente; lo necesitaba como un escape a mi realidad.» El consumo del inhalante empezó a ser diario y surgieron alucinaciones y problemas de memoria. «A veces, por más que trato de acordarme de algo, no puedo», me cuenta Francisco, angustiado, descomponiendo el gesto.
— ¿Qué te dicen los médicos?
—Desde 2004 no me checo, tengo miedo de no tener remedio —me dice con la voz débil, entrecortada.
Semanas después de la entrevista, lo llamé a su casa para verificar algunos datos.
—Soy Edgar, su hermano, él no está — me contestaron.
—¿A qué hora lo encuentro?
—Está en rehabilitación, en Cancún.