Chilango

Esta mujer no tiene sentimientos

Especial

Un
año después de la boda de los Gebara Farah nació la pequeña Lizette. La nueva
madre comenzó a rechazar invitaciones para ir de antro, hacer viajes o salir
sin su esposo. Su hogar y su nueva familia eran todo. «Tenía una ruta de vida
distinta -dice ella misma-, estaba cegada. Fui muy feliz los primeros años,
luego él me dejó sola. Dejé todo. No ejercí mi carrera por formar una familia.
No salía ni me iba de antro, mi vida social se redujo a nada. Sólo de vez en
cuando desayunaba con las mamás de las amigas de mis hijas. Así me educó mi
mamá».

Pero
el cambio aparente de Lizette no la volvió más agradable para la familia de su
esposo. En la boda de Uriel Alatriste, amigo de ambos, Mauricio permaneció toda
la recepción en la mesa platicando con amigos. Lizette daba vueltas en la
pista, como años atrás, bailando con sus ex compañeros y sin su esposo. Esas
historias, normales para cualquier pareja, molestaban a los Gebara Rahal: no
era el modo en el que una madre de familia debía comportarse. «La familia de
Mauricio no era agradable con ella, pero nadie sabía, porque ella lo
disimulaba»
, dice un amigo en común.

Parecían
el matrimonio perfecto. Empezaron a crecer económicamente. Mauricio fundó,
junto con sus hermanos, una asociación llamada «Ayúdame que yo también soy
mexicano», encaminada a construir casas en Valle de Bravo y El Oro. Compartía
el proyecto «Prestamos para Crecer S.A. de C.V.» con su hermano Anthony. Y
además comenzaba una carrera en bienes raíces, trabajando en «GH Inmobiliaria».
Lizette ya no dependía del negocio que había dejado su padre y que ahora estaba
en manos de su madre: Mauricio veía por ella y su hija.

Entonces
nació Paulette, con sólo seis meses de gestación, 800 gramos y 34 centímetros.
El nacimiento prematuro originó un derrame que afectó la parte motora del lado
izquierdo del cuerpo y el habla. A este problema se añadió la repentina
ausencia de Mauricio. Lizette afirma que durante el embarazo y parto estuvo
sola; que en el hospital las enfermeras confundían al pediatra de «Chez» -como
apodan a la hija mayor-, con el padre de las niñas.

Durante
cuatro meses la recién nacida luchó por vivir. Su madre permaneció en el
hospital junto al cunero, cuidando a Paulette. Los médicos no eran optimistas:
la niña no caminaría y sólo balbucearía. Con la llegada de «Po», como llamaban
a Paulette, la señora Farah debió acostumbrarse a la comida de los hospitales
donde la niña recibía terapias motrices y era monitoreada cuatro días a la
semana.

«Mi vida cambió con la llegada de mi nena. No voy a decir que se volvió
un drama o que lloraba todas las noches, pero sí dejé los viajes y los
desayunitos sociales. Al principio descuidé un poco a Lizettita, eran las nanas
quienes la llevaban a la escuela y a clases de inglés. Yo me la vivía con la
chiquita. Pero no me quejo: unas mamás llevan a sus hijas al ballet, yo la
llevaba a terapia. Me la vivía en sesiones con caballos y de habla. Quizá tanta
atención para que Paulette se valiera por sí misma me alejó de mi vida marital.
Cuando me di cuenta, ya casi no hablaba con Mauricio, éramos dos extraños. Él
nunca me contaba de su trabajo, y yo me encerré en mi casa a ver que las nanas
hicieran bien su trabajo y que a las niñas no les faltara nada», afirma
Lizette.

La
rutina de los Gebara Farah cambió. Mauricio ya no estaba en casa por las tardes.
Salía antes de las ocho de la mañana y regresaba a la una de la madrugada.
Ahora más que nunca tenía que atender el negocio inmobiliario para pagar las
costosas terapias de «Po», el departamento de 300 mil dólares que había
adquirido en Interlomas, el mantenimiento de la casa de Valle de Bravo y el
sueldo de dos nanas y una enfermera. Además debía pagar el psicólogo para su
hija mayor, quien comenzó a hacer rabietas: «Chez» sentía que sus padres
querían más a su hermanita. Los reportes escolares por mala conducta se
volvieron frecuentes.

«Mi energía se concentró en sacar adelante al angelito.
Íbamos bien, ya estaba mejorando mucho», recuerda Lizette, antes de dejar caer
la única lagrima que derramó durante la entrevista.

Los
reclamos se volvieron el rito nocturno del matrimonio, que discutía
constantemente por los pocos avances en la terapia de Paulette. Ambos se
culpaban. «En su matrimonio ella siempre se expresó muy bien de él, decía que
lo quería muchísimo, pero sí llegó a comentar que tenían los roces que tiene
cualquier pareja», señala Amanda.

Quien
escuchara las quejas, reclamos y también los días felices de ese matrimonio,
agrega: «Ella habla golpeado, como dando órdenes, entonces uno cree que es fría y manipuladora, pero no es con mala intención».


Lizette
era conocida dentro del círculo de amigos por tener poco tacto y decir lo que
piensa sin tapujos
. Una anécdota muy recordada entre ellos es la que ocurrió cuando se
supo que el bebé de Paul y Fanny Nerubai, amigos de Lizette, tenía cerrada una válvula del
corazón.

 Farah los visitó en el hospital y, al
ver sus caras de tristeza y el llanto de Fanny, les dijo con una mueca: «No
hagan dramas: su hijo está perfecto. A mi hija ya la operaron ocho veces del
corazón y anda por ahí, así que no hay por qué poner esa cara».

La
reacción de la esposa de Paul Nerubai, uno de los mejores amigos de Lizzete,
fue cortante. Volteó a ver a su esposo, enojada, y le dijo: «Esta mujer, ¿qué
onda? No tiene sentimientos. No la quiero aquí, que se vaya por favor».

Algunos
amigos entendían que no tenía intención de herir, pero otros se fueron alejando
ante estos episodios.

En
casa de los Gebara tampoco la querían cerca. Hacían reuniones con las parejas
de Margaret, Christopher y Anthony, los hermanos de Mauricio, pero a Lizette
nunca la invitaban. «Ellos (los Gebara) no me querían. Teníamos muchos
problemas porque su familia me atacaba constantemente. Con las amistades
cercanas hablaban mal de mí, decían que era mala madre, aun cuando dejé todo
por mi esposo y mis hijas. Margaret (la hermana de Mauricio) nunca aceptó que
su hermano se casara conmigo, decía que yo le tenía envidia. Me llegó a llamar
hechicera y bruja», recuerda Lizette.

Los desplantes alcanzaron a las niñas: el
diciembre pasado, «Chez» y «Po» se acercaron ansiosas al árbol de navidad
buscando sus regalos. Cada caja con envoltura dorada y gran moño pasó por sus
manitas, pero sus nombres nunca aparecieron. Los otros nietos abrazaban a los
abuelos por las pantallas, consolas de videojuegos, celulares y bicicletas que
recibieron. Las niñas Farah miraban desconcertadas a su madre. «Yo tenía que
disimular mi molestia», recuerda Lizette.

«Como buena esposa mexicana, en
sociedad y ante la familia tenía el matrimonio perfecto. Cuando los veíamos
juntos en fiestas eran una pareja padrísima. En la intimidad, constantemente
tenía crisis porque Lizette se sentía sola», dijo una amiga. «El colmo
-dice Lizzete- fue cuando empezó a olvidar mis cumpleaños. Salíamos poco de
vacaciones, y cuando íbamos a descansar a la casa de Valle de Bravo, él se
dedicaba a jugar golf y yo tenía que quedarme sentada cuidando a las niñas».

-Las
nanas de tus hijas dijeron eras distante con la nena, que no solías cargarla y
que acariciabas más a los perros.

-A
la gente le gusta el drama. Quieren verte en el papel de víctima que tanto me
choca. Sí me duele, pero no lloro.
Ellas hacían todas las tareas de la casa
pero yo era la encargada de las niñas. Me dediqué al hogar y enfrenté sola lo
de Paulette, aunque para mí nunca fue una niña enferma.

-Entonces
sí estaban mal…

-En
alguna ocasión Mauricio me dijo que nos divorciáramos y que él se quedaba con
las niñas. Nunca acepté porque no quería destruir mi familia.

Los
Gebara tampoco preguntaban por la salud de Paulette, ni por sus avances en las
terapias con caballos. Nadie mostraba emoción alguna ante el hecho de que la
pequeña ya comenzaba a hablar. Al menos eso afirma Lizette, quien cabe señalar
que varias veces se contradijo en sus declaraciones ante las autoridades y los
medios cuando su hija desapareció. Aunque Chilango buscó a Mauricio Gebara y a todos
sus hermanos, ninguno de ellos quiso dar entrevista.

Hay
quienes consideran que el matrimonio Gebara Farah tiene salvación: «Se quieren.
A pesar de lo de Paulette, ellos se van a reconciliar pero nadie va a perdonar,
ni la familia de Lizette ni la de él. Todos la regamos, todos hicimos algo
mal
», considera Paul Nerubai. Mientras los cigarros se terminan junto con las
últimas respuestas, Lizette parece dar visos de que su relación aún tiene
esperanza: «Confieso que yo aún lo quiero. La noche en que desapareció Paulette
tuve un acercamiento cariñoso con mi marido y te puedo decir que yo le di el
beso de buenas noches aún enamorada».