Se festeja el Festival OTI de la Canción, una suerte de show de nuevos talentos del magnánimoevento era el Teatro Ferrocarrilero de la ciudad de México. En el públicoAngélica María, Marco Antonio Muñiz, María Félix. Titanes de la canción y elcine mexicano.
De las sombras se planta un jovenzuelo denombre curioso. José. José. Dos veces, sí: José, José. Viste como un dandy decimonónico: principito de suma excentricidad y elegancia. Comienza un abultadoarreglo sonoro, enmudecido por los aplausos. Cuerdas. Alientos. Duros golpeteosde batería.
La composición es de un hombre, RobertoCantoral, que cambió con dos o tres sablazos románticos la faz musicalmexicana: "Reloj", "La barca", "El preso número nueve". La pieza del jovencito llevaba un nombre sencillo y doloroso: "Eltriste".
Segundos después, quedan clarasjerarquías. José Rómulo Sosa Ortiz, nombre verdadero del intérprete, entrabasin respiro (5 minutos enteros sin respiro) al mundo delos inmortales. No sé si vuelva a vertedespués. No sé qué de mi vida será…
El silencio de la sorpresa, conforme avanzala canción, se convierte en el estruendo de la euforia. Muy mozos 22 años paratener a un público entero de pie, sin siquiera haber terminado su pieza, aplaudiendo,gritando, lanzando rosas. Un rey súbito, príncipepor aquello de la juventud y su atuendo. Imparable.
Cinco minutos para llevarlo a la cima. Deinmediato emerge una leyenda de la música mexicana, verdadero cronista de losnoviazgos fallidos y realizados. Un monstruo, inolvidable con los años. Elcursi justificado. Portavoz de todos nuestros amores recientes.
Contu amor, he podido ayudarme a vivir.
Lo dionisiaco, lo casi Wagneriano.Romanticismo derecho, sin otras pretensiones.
Hoyquiero saborear mi dolor.
Qué frase.Qué tiempos.