«A Marcelo —aclara el secretario— lo conocí de niño. Era el mayor de su papá (Marcelo Ebrard Maure), amigo mío y a quien estimo mucho». El PRI acercó a Ebrard Casaubón y a Mondragón al iniciar los 90, cuando ambos laboraban para el regente Manuel Camacho; el primero como director general de Gobierno y el segundo como subprocurador del DF. «Desde ahí tuvimos una relación muy estrecha —explica—. Después, cuando fue secretario general de Gobierno, rehicimos nuestra amistad y a partir de entonces casi no hemos perdido el contacto».
Y es que, al asumir en 2002 como titular de la SSP en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, Ebrard creó la Subsecretaría de Participación Ciudadana y Prevención del Delito, cuyo primer titular fue el amigo de su padre, 23 años mayor que él. Al instalarse en su oficina, colocó detrás de su escritorio un sable de guerrero samurai. «(Ebrard) me hizo el favor de invitarme —dice Mondragón— y desde entonces nunca hemos dejado de estar juntos».
La lealtad se mantuvo cuando Vicente Fox destituyó a Ebrard tras el linchamiento de dos agentes de la PFP en Tláhuac, en noviembre de 2004. «El día que injusta, drástica y abruptamente lo cesó el señor Fox, renuncié: llegué con él y me iba con él», señala el secretario.
Reviso la hora: la entrevista ha rebasado los treinta minutos. De reojo miro a su asistente, que a mis espaldas no deja de checar su reloj. Su jefe, sin embargo, habla con paciencia, no da señales de apuro.
Hombre criado entre curas y católico confeso, suele asistir a misa junto a su esposa, una devota. Sin embargo, los avatares políticos en la Secretaría de Salud lo pusieron ante una situación antes impensable: promover la Ley de Interrupción Legal del Embarazo. Los sectores más conservadores se le fueron encima: “Abortista de élite”, le llamaron en su página web los Caballeros de Colón. Otros grupos católicos, como Pro Vida, se manifestaron con pancartas, marchas y entrevistas en los medios.
—¿Cómo sobrellevó las críticas?
—La interrupción legal del embarazo se ha visto siempre (en el GDF) para evitar la mortalidad y la morbilidad de las mujeres, y desde otro ángulo, que ya no fue el mío: el del respeto a la autodeterminación de las mujeres.
—¿Y cuál es su situación como católico?
—Alguien dirá: «¿Cómo es que el doctor Mondragón, católico, opera esto (la despenalización del aborto)?» Soy católico, mis padres lo eran. Puedo ir a la iglesia, no me siento mal porque cumplí con mi deber. Que quienes están contra la despenalización sigan hablando en el púlpito, en las escuelas, para que quien tenga un embarazo no lo interrumpa. La ley a nadie obliga, sólo protege a quien iba a interrumpir un embarazo clandestinamente y podía morirse o quedar con efectos secundarios.
En los minutos finales, dejó detrás su historia personal. La ciudad registra hoy, cada día, 458 delitos, según la Comisión de Seguridad Pública de la Asamblea Legislativa. La cifra estimativa en un año resulta aterradora: 167 mil delitos. De 2006 a 2008, la delincuencia ha aumentado un 12%.
—¿Cómo piensa paliar la corrupción?
Al funcionario se le apaga la sonrisa. Se acomoda en el sillón, se endereza.
—Es uno de tantos problemas de los que ya estamos ocupados —dice sin dar detalles.
—¿En qué sentido?
—Baso nuestro trabajo en dos grandes columnas: la eficiencia de la policía y la relación adecuada con la ciudadanía. Sin ella nada podrá funcionar.
—¿Cuál va a ser el papel de los ciudadanos?
—La ciudadanía es fundamental. Con razón está preocupada por la acción de una policía deficiente, vacía y que atemoriza. En los incidentes últimos, el News Divine y el homicidio de Fernando Martí, se ve que miembros de las fuerzas policiales están dentro de las mafias. Por eso la ciudadanía pide “ya basta”.
La estrategia divulgada por Mondragón buscaría proveer a su institución de lo que ha adolecido por décadas: capacitación, incentivos, formación y una carrera policial. Sólo así, sostiene, disminuirá la corrupción: «Ya cambiamos la estructura de la secretaría, sensibilizamos a la base so pena de que se irán los mandos que toleren esto (la corrupción). El titular no sabe quién, pero sí dónde están las maniobras de corrupción y no las tolerará».
Se levanta y, sin preámbulos, pregunta al fotógrafo dónde colocarse.
—¿De qué color son sus ojos? —le pregunto de sopetón.
—Color charco —responde en seco.
Los observo: son de un café azuloso claro.
Mondragón sigue las órdenes: se pone erguido, cruza los brazos, saca el pecho. Pero al oír “ahora una sonriendo”, las cosas se complican. Por más que intenta, el secretario apenas puede insinuar una mueca.