Hace 25 años un terremoto de 8.1 grados Richter sacudió la Ciudad de México. Cada que llegamos a esta fecha hay una reflexión colectiva sobre la unión de los mexicanos, la incapacidad del gobierno para reaccionar y la necesidad de mejorar la seguridad en construcción y la prevención de desastres.
El problema es que esta preocupación sólo dura uno o dos días y después se nos olvida.
Un cuarto de siglo después de la tragedia, la Ciudad de México es más segura aunque aún con muchas deficiencias, tanto en construcción como en falta de políticas de seguridad.
Justo en 2010 ha habido simulacros, sobre todo después del terremoto de Chile (8.8 grados Richter) en febrero pasado, pero luego se dejaron de lado. Según estudios, nuestra ciudad debería tener simulacros cada 3 meses y la realidad es que sólo los hacemos con un 3% de frecuencia.
Parecería que sólo recordamos el tamaño de desastre del terremoto de 1985 –y la necesidad de mantenernos lo más preparados posible– una vez al año.
No pretendo asustarlos advirtiéndoles que ya viene un sismo fuerte (tampoco me creo Nostradamus), pero la verdad es que eso no se puede predecir. Justo por esa razón deberían importarnos los simulacros y las políticas de prevención de desastres.
Siendo sinceros, ¿cuántos de nosotros tenemos un kit para desastres –con lamparas, agua y comida enlatada o nuestros papeles de identidad– en un lugar seguro y fácil de llevar en caso de emergencia? Personalmente, yo no lo tengo.
La prevención debe venir también del gobierno, el trabajo que tiene pendiente es mucho.
También los ciudadanos tienen otra parte de responsabilidad en cuanto a hacer de la ciudad un lugar seguro y listo para cualquier eventualidad.
En 1985 este terremoto unió a los chilangos y al país entero. Es importante mantenerlo presente. Y la mejor manera de hacerlo es estando preparados y, sobre todo, ayudar dentro de lo posible a quienes lo necesitan.