Conclusiones elegantes
Por: Colaborador
A fines de los ochenta conocí a un amigo de mi madre, un doctor que era igualito a CONOCIDO PRESIDENTE DE MÉXICO: sus orejas, su bigote y su pelo (o más bien su falta de pelo) eran exactamente las de aquel personaje. Esto tenía muy preocupado al doctor, quien se quejaba de que la gente lo miraba raro en la calle y él había llegado a temer hasta un ataque o un secuestro.
—No entiendo cómo hay quien quiere ser como él —decía, refiriéndose a una leyenda de entonces: que había funcionarios del gobierno (u oficinistas, maestros, desempleados) que se rapaban parte de la cabeza para simular la calva natural del CONOCIDO, quién sabe para qué.
Para ser también presidentes de México no podía ser, claro, aunque tal vez pudo haber quien creyera que así se le iban a contagiar la fama y el poder —como los fans de otras celebridades, que se visten y se peinan como ellas.
Supongo que aquí podría sacar una conclusión de esas contundentes, como de libro de autoayuda, y decir que la identidad es, siempre, algo que otros crean y te echan encima, lo quieras o no…
…pero creo que no lo haré. Es que a mí me ha pasado también. No lo de raparme y parecerme a CONOCIDO PRESIDENTE sino lo de que me confundan. Y ha sido más complicado.
Por ejemplo, cuando llegué a la ciudad de México me tocó vivir en un edificio del Centro, en la calle de Ayuntamiento, donde había vivido Joaquín Pardavé antes de ser estrella de cine y Fidel Castro antes de irse a hacer la revolución a Cuba.
Lo más pintoresco que me sucedió a mí, por otro lado, fue que el antiguo inquilino de mi departamento, quien según todos los testigos era una bestia, era además miembro de CONOCIDA SECTA, y miembro de cierto nivel. Y como fue lo bastante bestia para no avisar a la SECTA del cambio de domicilio, durante cerca de un año me llegó su correspondencia religiosa y me enteré de todo: códigos secretos (todos eran de dos o tres letras y se referían al desarrollo espiritual de los fieles), dónde se reúnen, cuáles son las mejores estrategias para manipular a los neófitos y, gran sorpresa, el secreto último de la fe, el que sólo se revela cuando se ha estado muchos años de adepto y ya no hay marcha atrás: la Explicación Verdadera de Todas las Cosas.
Una vez me encontré con un miembro de bajo nivel de la SECTA, dando volantes de propaganda a la salida de una estación del Metro, y lo encandilé con varios códigos secretos y mi conocimiento de sus estrategias.
sale algo parecido a La Fuerza de las películas de Star Wars; todo es un fraude
Me salió tan bien que estuve a punto de contarle la Explicación Verdadera… para decepcionarlo, porque es una cosa ridícula: salen seres extraterrestres; sale algo parecido a La Fuerza de las películas de Star Wars; todo es un fraude, pues.
Pero no me atreví.
Ahora podría concluir que yo, usurpando por gusto una identidad que no me correspondía, le hubiera quitado a él una parte muy importante de su propia identidad, por estúpida o lamentable que pudiera ser…
…pero creo que tampoco lo haré. Tampoco es para tanto. Observen:
El otro día, en un café, una persona se me acerca y me dice:
PERSONA: Oyes, me gusta mucho tu columna. Muy buena.
YO: ¡Ah, gracias!
PERSONA: Muy certero el análisis político, cultural.
YO (sinceramente): ¿Qué?
PERSONA (confundida): ¿No eres el que escribe CONOCIDA COLUMNA en CONOCIDO SUPLEMENTO DE DIARIO DE CIRCULACIÓN NACIONAL Y EN INTERNET?
YO (poniendo cara): … No. Tú estás pensando en Heriberto Yépez.
PERSONA: ¿No eres?
YO (verificando velozmente): … No. Soy Alberto. Alberto Chimal…
PERSONA: Ah, es que suena parecido. Rima el nombre, ¿no? Alberto, Heriberto.
¡De esto, sin duda, no se puede sacar ninguna conclusión elegante!
Alberto es tan elegante que va por la vida chistera en mano, pero sin sacar conejos de ella porque hacerlo —considera— es propio de magos de feria. Él, de ahí, sólo saca conclusiones.