Pensar en Carlos Monsiváis es tener en la mente la imagen de una de las máximas figuras intelectuales de México y cronista de la ciudad. Siempre se caracterizó por ser un hombre sencillo que se mantuvo lejos de una vida de lujos, fue rockstar a su propio estilo, fiel a sus creencias, y fanático declarado de los gatos.
Sin duda, hoy murió una de las voces más irónicas y ácidas de nuestro país a causa de insuficencia respiratoria.
Muchos no han leído sus libros, pero si alguna vez lo veían por la tele o caminando por la calle lo reconocían con facilidad. Su rostro aparecía constantemente en programas de televisión, revistas, periódicos, incluso películas (es casi imposible olvidarlo en Los caifanes de Juan Ibáñez). Era un hombre público, casi casi el Pedro Infante de las Letras.
He de confesar que cuando lo conocí no pude dormir la noche anterior. Estaba temerosa por los constantes rumores que contaban que él era muy difícil de entrevistar. Llegué puntualmente a su casa en la Portales. Platicamos en su despacho mientras estábamos rodeados de periódicos, papeles, revistas, libros y por supuesto gatos. Muchos bellos gatos. La escena me era familiar, muchas veces me tocó verlo en la televisión él sentado en una silla con un gato sobre sus piernas dormido, o él hablando a la cámara mientras otro felino se pavoneaba frente al lente, por supuesto Carlos Monsiváis no lo movía, para él los gatos eran sagrados. Y lo entiendo, más allá de hablar de su último libro El 68, la tradición de la resistencia publicado con Planeta comentamos sobre los animales y cuánto nos gustaban.
Pero ahora con su muerte es imposible dejar de hablar sobre su aportación al mundo intelectual. Su visión crítica e irónica sobre el proceder político y social de México se permeó en todos los medios. Sus columnas satíricas sobre las figuras públicas de nuestro país, desde personajes de la iglesia hasta políticos lo valió como una voz obligada para quienes buscaban tener una visión crítica de los sucesos nacionales.
Escribió una larga lista de artículos y libros, Y por ellos se valió de varios premios, algunos de los más importantes son; Premio Xavier Villaurrutia, FIL de Guadalajara y Anagrama. Obtuvo el Doctorado Honoris Causa de muchas Universidades.
Más allá de la larga lista de reconocimientos que recibió a lo largo de su vida, ahora se le debe de recordar por su legado: mantener el tono lúdico y mordaz ante la situación del país. Y más que nada, no olvidar la historia nacional, elemento que él siempre tenía presente y nunca dejaba de tenerlo como una referencia para comprender nuesta historia actual.