Cap. 3 La paja en el ojo ajeno
Por: Colaborador
¿Qué tanto de lo que se dice del Estado de México y Satélite es realidad?
¿Cuánto de lo que afirmamos con desenfado y despectivamente tiene bases? Siendo honestos, el estigma pertenece a los chilangos. Como afirma Carlos Monsiváis: «Son cuentos que se producen para inventarse una identidad. Los chilangos solo pueden tener conflicto con la ciudad de México y los de Satélite con la suya. No hay rivalidad. Es un chiste».
De entrada, para el capitalino común, todo es Satélite a partir de que se cruza el Toreo y hasta la salida a Querétaro. Sólo eso conocemos si no tenemos necesidad de ingresar a los circuitos o a colonias como Echegaray, Santa Mónica o Valle Dorado. En cambio, para sus habitantes, Ciudad Satélite va del McDonald´s al Wallmart, no más de un kilómetro en el que las famosas torres son el centro alrededor de la cual se extiende hacia el oriente y poniente el suburbio, y no sobre Periférico.
Silvia Fragoso, oriunda de Coapa, ha trabajado en el ramo de la construcción en diversos proyectos del estado de México. Y si bien ambos suburbios son considerados gemelos, para ella tienen diferencias de índole cultural: «Están como bien cerca y al mismo tiempo bien “lejitos”. Culturalmente hay diferencias como por ejemplo que allá no se conocen entre los diferentes municipios, la gente de Satélite no conoce Tultitlán. En el DF no falta que tienes familia en otras delegaciones y te relacionas. Además, a diferencia de ciudades como Querétaro, que tienen un historia de qué enorgullecerse, en el estado de México pasaron de pequeños poblados agrícolas y zonas totalmente despobladas a urbes improvisadas o suburbios aspiracionales donde el orgullo es el Cinemex o el centro comercial».
Hay quienes sufren fobia patológica al Estado de México. Licenciada en letras germanas, Krisstiane Reyes no tiene empacho en decir que lo odia. Entrevistada al interior de un taxi en pleno congestionamiento para llegar a una cita en Satélite, estalla: «Es horrible, mucho tráfico, grafitti y basura, totalmente visible cuando empieza el Estado de México». Realmente trastornada por el embotellamiento, Krisstiane debe desplazarse periódicamente entre su hogar, División del norte, Tasqueña y Naucalpan. «Mi socio vive en Satélite y no quiere moverse. Yo tengo que andar por toda la ciudad.» Ella vive en lo que define como una megafrontera entre el DF y el Estado de México, la colonia Estrella, por Calzada de Guadalupe. «Creemos que el estado de México es Satélite, y no, hay toda una vida alrededor. Gente que tiene que recorrer enormes distancias para ir al DF. Lugares como Ciudad Azteca, en la que Dios aventó la chancla y prefirió nunca regresar. Le dio miedo.» A la pregunta de por qué viven allá siendo tan problemático desplazarse a diario al DF, su respuesta es concreta: «Porque es más barato. Un duplex en Ciudad Azteca te puede costar mil doscientos pesos. Acá con eso apenas alcanza para un cuarto de estudiante.» Para ella las diferencias, mas que geográficas, son sociales, y explica «La educación es distinta, me da la impresión de que el mismo ritmo del DF te hace ser más independiente desde chavo. En el Estado de México son más de familia. Los papás prefieren que sus hijas sufran cuatro horas de transporte diario a que renten un cuarto cerca de CU. Irónicamente se embarazan primero. Tienen diferentes perspectivas, pueden tener un título y optar por un puesto ambulante con tal de no alejarse. Es la mentalidad predominante».Ya con ánimo de no dejar títere con cabeza, remata: «Todo es como bien pirata. Estás como en pueblito». Al llegar a su destino el taxista deja bien claro que terminando el DF la tarifa es doble, pide ciento veinte pesos para dejarla en Mundo E. Krisstiane le da 150.«No tengo cambio señorita.» Enfadada, escarba en su monedero con tal de no regalar la diferencia.
Pero sobre todas las cosas, al chilango no le gusta del sateluco ese tufo de presunción fuera de lugar. El wannabe promedio, entendido como ese joven sin identidad que quiere pertenecer, estar acorde con lo que los demás le dicen que debe vestir, comer, comprar, escuchar, y ver, es el mismo en toda la Ciudad de México. Tal vez acentúa su condición en el aislamiento que otorga el suburbio. O quizá es Satélite un espejo en el que nos reflejamos y vemos aquello propio que no nos gusta, obsesionados en ver la paja en el ojo ajeno. «Es como la rivalidad entre Springfield y Shelbyville en Los Simpson, que cuando va ahí ven que hay las mismas cosas pero ”similares“, tipo “Charlie n´Carlos”», compara Sopitas. «Como que los satelucos tratan de hacer todo súper cabrón, pero terminan haciéndolo mucho más chafa».
Será muy difícil hallar un chilango que admita abiertamente envidiar a un sateluco. Sin embargo, tal vez muchos asocien su feliz infancia con las visitas familiares a Plaza Satélite cumpliendo el ritual de ir de shopping. O guarden en algún lugar de su inconsciente la emoción de ingresar a ese especie de laberinto de feria llamado “El túnel del tiempo”, que estaba ahí mismo. Cuántos no disfrutaron en Pennyland arcade de juegos mecánico-eléctricos mucho antes de que apareciera el Atari. Más de uno recordará en su adolescencia alguna pinta en que la gran aventura era ir en un vocho retacado de quinceañeros “hasta” la pista de hielo. O a la Telaraña del parque Eskatorama, juegos suicida en el que se practicaba la caída libre sobre redes de mecate y llanta mucho antes que el bungiee. Hay en el inconsciente colectivo un punto de referencia común co0n esa infancia. Juan Villoro rememora:«Unos primos míos vivían en Echegaray y me gustaba mucho el camino rumbo a las torres de Satélite, el paisaje más futurista de principios de los años sesenta (las torres son del 59). Me acuerdo de un anuncio en el que el nuevo suburbio de la capital era promovido ¡por unos marcianos!, los habitantes perfectos par5a uno zona tan nueva. Como yo era fan de Los Supersónicos, pensaba que muy pronto Ciudad Satélite iba a ser recorrida por naves espaciales. Estaba de moda descubrir ovnis y, como el DF en una de las ciudades que ha tenido más contactos del “tercer tipo”, parecía lógico que desembocara en Ciudad Satélite una plataforma para extraterrestres». ¿Será que en el fondo todos quisimos ser extraterrestres? ¿O sateluco? Tener tele por cable, ver comerciales gringos o ir al cine Apolo. Vivir en una adorable casa con reja chapara y caja de buzón. Ser, como diría Monsiváis, la primera generación de gringos nacidos en México.