Podríamos hablar de bibliotecas maravillosas, históricas, o de colecciones ficcionales, como las muchas de Borges. Pensemos también en la antología imaginada de literatura nacional-socialista escrita por Roberto Bolaño. O podríamos hablar de la importancia absoluta que guarda el silencio para el espacio de lectura, sirviendo en charola de plata el potencial para el pensamiento y la posible creación de nuevas obras fundamentales.
Patti Smith, hace algunos días, hablaba de la importancia de mantener al libro como objeto tangible, pesado, en un mundo lleno de materialidades inútiles. Podríamos dedicar algo de tiempo a eso. Bien podríamos hablar de aquel cuento de Cortázar, que habla de un mundo inhabitable construido de puros libros.
Enfocar nuestras atenciones en la importancia que tienen míticos libros de iniciación a la vida y a la lectura, sean Demian, el Artista Adolescente, Rayuela, los cuentos de Hoffmann y de Poe, la poesía de Neruda, las noveletas de Fitzgerald, los primeros pasos de todo lector apasionado. Otra posibilidad.
Pero los libros son espacios personales, aún en el público de una biblioteca. Es mejor aproximarse a ellos de manera íntima, accidentada, natural. Hay veces que hablar de libros, como una introducción, es hacerlo a oídos sordos. La carnada tiene que nacer de cada uno de nuestros estómagos.