En casi todas las culturas del mundo se ha marcado el solsticio de invierno como un día de renovación o de cambio. De hecho, nuestra fiesta navideña cristiana retoma esta tradición para marcar el día en el que los pastores a Belén corren presurosos.
Este fenómeno natural aparenta que, a lo largo del año, el sol no sale ni se pone siempre desde el mismo lugar: da la impresión de que recorre toda la bóveda celeste alcanzando su punto más alto por ahí del 21 de marzo y en diciembre lo vemos más bien de ladito. Es por estos días que parece que se detiene por completo y que no recorre más el cielo: de hecho la palabra solsticio significa “Sol detenido”.
Los aztecas se dieron cuenta de que por unos días el sol no se mueve, así que crearon una festividad para festejar este “nacimiento” del siguiente ciclo. Esta fiesta era muy parecida a la navidad, pero en vez de adorar a Jesús, echaban pachanga con Huitzilopochtli.
¿No me da mi Panquetzaliztli?
El Panquetzaliztli era la fiesta grande de los aztecas, que duraba los veinte días del decimoquinto mes, en vez de ser un solo día. En esta mitología Huitzilopochtli vencía a su hermana mayor, la Luna, representada por Coyolxauqui y a sus cuatrocientos hermanos, Centzonhuitznahua, las estrellas sureñas, aunque algunos estudiosos creen que la fiesta también representaba el nacimiento de la civilización azteca.
La ceremonia incluía la elaboración de una figura de maíz tostado amasada con miel de maguey que preparaban las muchachas casaderas que se ponían sus mejores plumas y guirnaldas. Ya que la terminaban, la sacaban al patio del templo y la recibían los jóvenes mancebos que también traían guirnaldas de maíz; se la presentaban al pueblo de Tenochtitlan y la subían a la pirámide del Templo Mayor. Aquí los aztecas se arrodillaban y comían un poco de tierra.
En vez de ponerse a desmenuzar bacalao como hoy, los aztecas comían solamente un pan de amaranto sin tomar agua como parte del ayuno (el secamiento de la gente, le llamaban). Pero ahí empezaba lo mero bueno: la ceremonia terminaba con un azteca que se echaba a cuestas una figura más pequeña y pegaba la carrera al juego de pelota sagrado donde se despachaban a dos esclavos. Luego se iba a Tlatelolco, a Coyoacán y a siete lugares más donde mataban a más gente. El corredor se tenía que apresurar a hacerse todo el recorrido en ¡cuatro horas! mientras que en el templo principal también había una simulación de guerra donde mataban a más esclavos y les sacaban el corazón ¡bien bonito! Con esta fiesta llena de corazones (literal) se marcaba el triunfo de Huitzipopochtli y el sol echaba a andar de nuevo por todo el cielo.
Pero llegaron los españoles
Como ya había una fiesta invernal (la más importante a decir de algunos) a los españoles no les costó mucho trabajo convencer a los conquistados de que tenían que festejar el nacimiento de otro dios, que casualmente coincidía más o menos en fechas a Guichilobos. En 1528 a Fray Pedro de Gante se le ocurrió festejar la primera Navidad con los evangelizados y los puso a cantar “Ha nacido el redentor” en la Capilla del Colegio de San José de los naturales (es decir que llevamos como 400 años aprendiendo villancicos). De hecho, si quieren ver dónde se celebró la primera Navidad en México, la capilla está dentro del Convento de San Francisco, en la calle de Madero casi esquina con Eje Central (sí, en ese lugar donde hoy hay botargas y organilleros).
En estas primeras navidades, según las crónicas de Motolinía, las cosas se ponían a todo dar: “La noche de Navidad ponen muchas lumbres en los patios de las iglesias y en los terrados de las casas. Y como son muchas las azoteas, parece de noche un cielo estrellado; y generalmente cantan y tañen atabales y campanas”.