Agua

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El agua y la Ciudad de México son como uña y mugre. Alguna vez, nuestra gran urbe gozó de amplios canales y lagunas que se extendían a lo largo y ancho del Valle de Anahuac. 

El agua y la Ciudad de México son como uña y mugre.

En tiempos prehispánicos los mexicas construyeron grandes diques y obras hidráulicas para controlar el flujo del líquido

y así evitar inundaciones ya que la temporada de lluvia era larga y copiosa. 

Las famosas chinampas y trajineras demuestran lo cerca que el agua siempre estuvo a los pobladores de esta zona. Concluida la Conquista, empezaron obras de desecamiento por parte de los españoles para poder ampliar la ciudad y construir sobre ella. Proceso que, como hoy lo podemos comprobar, causaría la casi total desaparición del lago original. 

Nombres como “Río Churubusco” y “Río Consulado” nos recuerdan que hace muy pero muy poco nuestra megalópolis aún contaba con una multitud de riachuelos que han sido entubados y escondidos de nuestra vista. 

Xochimilco es una de la pocas áreas donde uno puede imaginar y presenciar algo cercano a lo que seguramente fue una visión hermosa. También existen curiosos lagos planeados como el de Chapultepec, construido durante el Porfiriato. 

A mediados del siglo pasado, las grandes obras de ingeniería como el Viaducto y los ejes viales darían el “coup de gras”, para siempre tornando esta población en un desierto urbano.  Lo realmente curioso y un poco trágico, es que al solo esconder el agua, los problemas que esta presenta no desaparecen.  Es bien sabido que la Catedral, junto con todo el centro histórico, se hunde más y más cada año.  El agua nos traga nuevamente, implacable y presente mucho antes que la aparición del humano.