Si la vida es corta, para qué dedicar días o semanas de nuestra existencia a leer una autobiografía, seguro se podrán preguntar muchos. Incluso, habrá quienes vayan más lejos y se pregunten qué sentido tendría repasar tu propia vida para contarla. Y yo apostaría a que el propio Woody Allen dudó eso al momento de empezar a escribir A propósito de nada, pero todas estas interrogantes se resuelven desde la primera página.
Quien busque secretos morbosos o confesiones inesperadas, quizás no termine muy satisfecho, pero los fanáticos del cineasta estadounidense podrán echar un vistazo a su lado humano. Desde un inicio, Allen busca desmontar la imagen de intelectual que se ha creado a su alrededor. Explica, por ejemplo, que cuando era pequeño era fanático de los cómics y los deportes, y que solamente empezó a leer para acercarse a chicas.
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Igual que la mayoría de los protagonistas de sus películas, el director de Annie Hall mantiene un discurso acelerado, como de alguien que piensa más rápido de lo que habla, y siempre es muy divertido, alejándose por completo de la solemnidad.
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Allan Stewart Konigsberg cuenta en casi 450 páginas sus 84 años de historia, pero también la de la industria del entretenimiento estadounidense y la de Nueva York, su principal musa y la razón de su obra. Y aunque hay un gran apartado en el que habla sobre su carrera, en su autobiografía, Allen muestra su lado más humano, al regresar a su infancia y contar cómo fue la relación con sus padres, o al abordar sus relaciones amorosas y los famosos escándalos que llegaron hasta la prensa.
A propósito de nada está muy cerca de las películas de Allen, pero también de sus cuentos (publicados en los libros Cuentos sin plumas y Pura anarquía), confirmándolo como un gran escritor y como un humorista genial, al que el mundo del cine y la literatura le deben bastante.