Al ver el título y la portada de Retrato del futbolista adolescente resulta difícil no adelantarse e imaginar que se trata de un libro sobre futbol. Pero, como las grandes historias, la segunda novela de Valentín Roma es mucho más que eso. Sí, hay algunas escenas memorables y emocionantes en los vestidores o en el campo de juego, pero también se habla sobre las búsquedas personales, la necesidad de pertenecer a algo, el éxito como un engaño, los miedos que nos detienen, la ilusión del progreso, y muchas cosas más.
Partiendo de su experiencia personal como jugador de la categoría juvenil del Atlético de Madrid y de la selección española, el autor español ha escrito una novela en la que el protagonista es un joven que, aparentemente, ha triunfado en el futbol, y cuya vida parece resuelta. Pero está por descubrir que aún hay mucho camino por andar, y que se puede cambiar de rumbo y que debemos permitirnos equivocarnos.
La novela, plagada de citas contundentes (por ejemplo, “En el fondo, uno apenas sabe algo de sus anhelos y ahí radica la brillantez de éstos, que embaucan, sobre todo, a quien los ha fabricado. Y no le echemos la culpa a las palabras sino a las convicciones y las manías, a la costumbre o al mal cuerpo que deja la ausencia de ilusión. También a lo esperpéntico que es ilusionarse y a lo solos que nos quedamos cuando los deseos se cumplen”), acaba de llegar a las librerías chilangas, y, a propósito de ello, platicamos con su autor.
Una cosa que me generó mucha curiosidad es cuánto de la historia es verdad y cuánto es ficción.
Hay una base de los hechos que es verdad; luego, en determinadas situaciones, magnifico un poco. Yo parto de la base de que en realidad no hay una grandísima separación entre la memoria y la ficción. Cuando tú recuerdas, hay una parte de construcción literaria que ya estás incorporando. También intervienen los intereses de cada momento de la vida, la ideología. Los matices ideológicos te hacen construir. Es decir, para quienes escribimos autoficción, lo de la “ficción” puede llegar a pesar más que el “auto”. A veces involuntariamente, sin un plan, nos manejamos con ese límite tan difuso entre lo ficticio y lo verdadero.
¿Es difícil escribir cuando se parte de una historia tan cercana o lo hace más fácil? ¿Escribir este libro resultó placentero o fue una especie de “ajuste de cuentas” con el pasado?
He tenido momentos de un tipo y del otro. Me gustó mucho volver a escribir las escenas de vestuarios, de las cosas que pasaban en el campo, con los compañeros. Realmente volví a sentirme futbolista. Sin embargo, todas aquellas escenas que recapitulaban más sobre cómo pensaba en aquel momento, cuáles eran las tensiones interpersonales, también volví a revivirlas, y me fue un poco más difícil ponerle palabras a eso. En realidad, el estado de ánimo iba cambiando en función de los recuerdos. Hay algo para mí al escribir que tiene que ver con que, si en algún momento yo mismo me río de alguna de las cosas que cuento, eso es para mí buena señal. Y en este me he reído algunas veces.
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¿Por qué elegir a un futbolista adolescente para hablar sobre este despertar político o esta concientización de clase? Me pareció que podría haberse tratado de otra profesión en la que algún niño se viera obligado a ser adulto, como un actor de cine o televisión.
Quería que el personaje se tuviese que apear de una posición de “éxito”. Efectivamente podría haber sido un actor, pero no quería contar una historia de alguien que va evolucionando culturalmente y también políticamente y también económicamente desde cero hasta diez, sino que quería que alguien que estuviera en algún tipo de diez, en algún tipo de lugar de reverencia social, tuviese que bajarse. No quería hacer una historia edificante de clase. Mis novelas, tanto esta como El enfermero de Lenin y la próxima que vendrá, son un tríptico sobre la noción de desclasamiento, de perder la clase, y lo que ello conlleva. El cambio de clase, la pérdida de la clase original, la adquisición de otra clase social, para mí es un proceso extraño; reivindicable desde algún lugar, pero también que suscita arrepentimiento y extrañeza y remordimientos, incluso, desde otro. Y quería reflejar eso. Si contaba una historia lineal, que partiera desde alguien que nace en una familia obrera, empieza a formarse culturalmente, adquiere una conciencia social, se politiza, se radicaliza, me parecía que hubiese sido algo demasiado idealizado. Yo he tenido muchos remordimientos por dejar el futbol. Primero, remordimientos en contarlo; segundo, remordimientos por haber cambiado de perspectiva vital. Tengo unas sensaciones muy encontradas. Yo soy un profesor universitario, dirijo un museo, digamos que soy de una clase media, media alta, quizás. Una profesión liberal. Pero muchas veces siento la explotación como seguramente no la había sentido mi padre, que era un obrero prácticamente sin cultura; con lo cual eso me genera una serie de situaciones paradójicas. Efectivamente podría haber sido cualquier otra profesión. Elegí un futbolista porque conocía y sabía los detalles de ese ámbito, pero en cualquier caso necesitaba un personaje que tuviese una mala relación con el éxito. No un personaje que su peripecia se basase en el esfuerzo y en la ascensión social más elemental.
La novela, me parece, habla sobre las aspiraciones de progreso. ¿Crees que se trata de algo que está en nuestras manos o es simplemente un espejismo?
No lo sé. Creo que se da una mezcla de muchas cosas. A mí me interesan siempre las historias literarias, pero también las vidas. Ese elemento imprevisto que no es el azar. El cuerpo está en un momento determinado, de una serie de encrucijadas, de ideas, de presentimientos, de convicciones, y tienes que manejar todo eso. Creo que nadie está preparado para hacer cambios de pantalla biográfica tan drásticos. No estamos, en principio, ni educativamente, ni culturalmente, ni familiarmente, ni personalmente, preparados. Dependemos aún de nuestra capacidad o incapacidad de lectura y de interpretación. Y a veces acertamos y a veces no. Yo, como sigo siendo un hombre de izquierdas que lee a Marx, no creo en determinismos. Es decir, creo en la capacidad de equivocarse, generar contradicciones y estudiar e incorporar esas contradicciones.
El protagonista dice que no le resulta agradable la disciplina del futbol, pero la escritura también requiere de mucha disciplina.
Sí, sabes qué es lo que pasa, que sí, requiere mucha disciplina, pero hay una cosa. Yo he escrito toda mi vida, pero he empezado a publicar relativamente tarde, si quieres decirlo así. Entonces he estado mucho tiempo idealizando la escritura. Luego, a parte, yo me dedico a varias cosas que no tienen que ver con la escritura, como la mayoría de los escritores, y cuando voy a la escritura seguramente tiene un elemento de disciplina, fundamentalmente la disciplina del tiempo y la soledad, pero para mí es como una especie de fin de semana existencial. La disciplina no es un lugar de sufrimiento. Es un lugar donde tomo la palabra en nombre propio. Y eso sigue siendo una maravilla. El propio trabajo de la escritura realmente me provoca muy poco sufrimiento y me provoca una gran satisfacción. Es una forma de soledad sofisticada, sin toda esa parte que puede tener la soledad un poco más dura, más ardua. Para mí, la escritura no es algo arduo. Me siento acompañado cuando escribo.
¿Encuentras alguna similitud entre jugar futbol y escribir?
No, ninguna.
Leyendo otras entrevistas que te han hecho (incluso yo, en un principio, sin saber mucho del libro, pensé que trataba sobre futbol) me encontré con varias preguntas en torno a este deporte y a tu pasado como jugador. No sé si es una cuestión reciente, pero en ámbitos intelectuales y en la prensa deportiva hay un interés por “intelectualizar” el futbol. ¿A qué lo atribuyes?
Yo tengo una posición encontrada con este proceso que señalas en torno a la sobreintelectualización del futbol. Primero diría que, alrededor del futbol en los últimos años, se ha producido un montón de actividad editorial, actividad literaria, muy interesante. Sobre todo, en el terreno del ensayo y de las publicaciones. Han aparecido una serie de ensayos, si quieres sociológicos, ideológicos, geopolíticos, sobre el futbol que me parecen de un gran nivel. También han aparecido iniciativas de revistas y de publicaciones que abordan el futbol, pienso en España en Líbero, Panenka, que son fantásticas. No así creo la literatura estrictamente sobre el futbol. Seguimos moviéndonos un poco con una literatura que se acerca peligrosamente a las biografías de los futbolistas. Y a mí ese tipo de literaturización del futbol no me entusiasma mucho. No soy un gran lector de ese tipo de literatura. Me parece interesante, pero no soy un gran lector. Por otro lado tienes, por decirlo así, en el argot futbolístico, la diferencia entre un entrenador que ha jugado futbol y un entrenador que no. Mourinho no ha jugado al futbol, por eso es un tipo de entrenador; Zidane, Guardiola sí que han jugado al futbol, y son otro tipo de entrenador. Si llevamos ese símil a la literatura, es un poco más problemático. Los que han jugado al futbol y han escrito sobre ello, tampoco te creas que eran muy buenos escritores. Eran más futbolistas que escritores. Y por otra parte los que no han estado nunca en un vestuario de futbol a veces plantean unos relatos un tanto frívolos o superficiales. A mí me interesa la intelectualización del futbol, pero no me interesa tanto la sobreliteraturización del futbol. En mi libro, el futbol es un paisaje que está ahí, que sirve para explicar otras cosas. Durante mucho tiempo dije que exactamente no era un libro sobre futbol, sino que lo tomaba como excusa. Tú eres el único que me ha dicho acertadamente que efectivamente la profesión del protagonista podría haber sido otra. Que podría haber contado la historia desde otro campo social y estoy muy de acuerdo. De hecho, eso es lo que quería transmitir con la novela: que es un chico que ha triunfado en una profesión de gran veneración social, y que de alguna manera ese triunfo en lugar de proporcionarle satisfacción, tranquilidad, estabilidad, se convierte en un disparadero para que todo lo que llevaba en su cabeza y en su espíritu o su ideología, y que podría no haberse formalizado en nada, entre en conflicto. Entonces no es tanto una novela de futbol, sino que para mí es una novela entre lo mal que se puede digerir a veces el éxito. Los conflictos que el éxito trae consigo a un determinado nivel.
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Otro tema que me pareció muy presente en la novela es la necesidad de encontrar un camino personal. Entiendo que esta pregunta puede sonar ambigua o muy general, pero ¿crees que en algún momento puede ser ya muy tarde para cambiar de rumbo?
No. Una de las ideas que quería transmitir en la novela es que en cualquier momento podemos cambiar. Y ese es nuestro gran problema y nuestra gran esperanza al mismo tiempo. Siempre se puede cambiar de vida. En las dos novelas que he publicado, ahora que estaba escribiendo la tercera, en algún momento de la novela, uno de los personajes, y eso se ha repetido en las tres, se plantea que nunca pasa nada. Nunca pasa realmente nada con estos cambios de profesión, de vida. La visión de un paisaje apocalíptico si no haces A o no haces B es un chantaje social e ideológico en toda regla, y que todos nos hacemos y nos comemos cada día. Yo dejé el futbol y cambié de vida, y no pasó nada. Y si mañana cambiase de vida tampoco pasaría nada. Eso es una lección de insignificancia y al mismo tiempo una invitación al diagnóstico inteligente. Lo que creo que sí nos invita a pensar eso es que siempre hay unas consecuencias que tenemos que abordar, pero no son tan definitorias como creemos.
Como ya comentabas, este libro es la segunda parte de un tríptico que inició con El enfermero de Lenin, tu primera novela. ¿Me puedes contar un poco más sobre ese proyecto? La idea era hacer una especie de parábola estética, moral, ideológica, del desclasamiento de una generación, que es la mía, los nacidos un poco antes de la muerte de Franco en España. Y quería pasar por tres estadios. El enfermero de Lenin es la historia de un padre que enloquece y durante dos semanas de agosto se cree Lenin, y el hijo le está cuidando en un hospital. Eso me permitía analizar varias cosas: la herencia ante el franquista en España, la militancia obrera, la relación entre un padre y un hijo, la relación entre una forma de compromiso ideológico, y una forma aparentemente de descompromiso político que es la nuestra. Retrato del futbolista adolescente habla del éxito, la soberanía que uno tiene, pierde o elige para poder cambiar de vida. Y luego quería explicar, en el siguiente, una idea que durante los últimos 10 o 12 años me interesa, que tiene que ver con las deudas que adquirimos. Las consecuencias. Yo tengo otra particularidad en mi biografía. Una era el futbol y la otra es que, durante un tiempo, cuando dejé de jugar, empecé a trabajar escribiendo guías turísticas para Michelin, y por primera vez en mi vida empecé a tener dinero. Empecé a tener una posición social que perdí al cabo de tres o cuatro años. Pero durante ese tiempo, a pesar de que tenía una posición social, dinero, un trabajo estable, no me quitaba la sensación de la cabeza de que yo trabajaba siempre para los ricos. De hecho, es una sensación que nunca me he quitado: que siempre he estado trabajando para gente ociosa. Y que me había endeudado haciendo eso. Que había, por decirlo así, entregado la capacidad que pudiese tener, el talento que pudiese tener, da igual, uno, medio, cero, se lo había entregado a otros. Y que me había endeudado. Y este libro explora esa noción de deuda. Hubo un momento en 2009, 2010, que me desperté y vi que tenía la ideología totalmente deteriorada, que tenía una posición social privilegiada, pero que solo tenía deudas. Deudas de todo tipo. Y eso es lo que estoy explorando ahora.