La Ciudad de México atrae, provoca y en ocasiones hasta aturde. Desde su fundación hasta nuestros días, cronistas urbanos la han recorrido y dejado testimonios para imaginarla antigua y soñarla en el futuro a partir de sus cambios.
Aquí las principales inspiraciones de los cronistas chilangos que la recorrieron y tradujeron en palabras. Voyeuristas del DF, siempre enamorados de la capital chilanga y curiosos de sus transformaciones.
Paisajes: Fernando Alvarado Tezozómoc: Crónica Mexicana (1598)
“… El día en que llegaron a esta laguna mexicana, en medio de ella estaba y tenía un sitio de tierra y en él una peña y encima de ella un gran tunal (…) y al pie de él un hormiguero y encima del tunal una águila comiendo y despedazando una culebra”.
Riesgos ecológicos: Alexander Humboldt
“… La construcción de la nueva ciudad, comenzada en 1524, consumió una intensa cantidad de maderas de armarzón y pilotaje. Entonces se destruyeron, y hoy se continúan destruyendo diariamente, sin plantar nada nuevo (…) Como en casi todo el valle existe la misma causa, han disminuido en él la abundancia y la circulación de las aguas”.
Arquitectura: Francisco Cervantes de Salazar: México en 1554
“… No recuerdo una que se le iguale en grandeza y majestad (refiriéndose al Zócalo del DF)… Hízose (sic) así tan amplia para que no sea preciso vender nada a otra parte… Aquí se celebran las ferias o los mercados, se hacen las almonedas, y se encuentra toda clase de mercancías…”..
Costumbres: Francisco Zarco
“… El empleado goza de su hora de descanso: en un templo, si ya es muy viejo; en la Alameda, si es muy joven; a caballo, si tiene una familia que lo mantenga”.
Salvador Novo: La Nueva grandeza mexicana (1946)
“… Cuando vemos que en ella (la capital) conviven mexicanos de toda la república, extranjeros de todos los países. Cuando coexiste Xochimilco, la Catedral, las vecindades, el Reforma, los palacios porfirianos y los apartamientos disparados hacia arriba por Mario Pani: el Callejón de la Condesa y la Calzada Mariano Escobedo, o la Diagonal San Antonio: Tepito y Las Lomas sentimos la fecunda, gloriosa riqueza de una ciudad imán”.
Monsiváis: Amor perdido
“No duró mucho la ciudad mítica del industrialismo, con sus mambos y sus aventureras y sus antros peculiares. A fines de los cincuentas, el orden y el respeto ganaron la partida, y jamás podrá conmoverme nada de lo que se diga a favor de Adolfo Ruiz Cortines. Él encarnó óptimamente la ambición de domar a la ciudad, de vencerla y dejarla provinciana en el sentido más inerte del término…”.
El barrio: Jermán Argueta, Mariscal de las Aguas Marinadas y maceradas de la Magdalena
“…. -Yo no soy un merolico cualquiera ni vengo a engañarlos ni a decirles que mis productos los hace el doctor Avilés. ¡No señores! Los jabones que traigo, los hago yo mismo, por eso me sirven mis víboras, que una vez muertas, no las tiro a la basura, sino que les quito la piel y les saco la grasa para hacer el jabón”. Escribió sobre un merolico en La Merced.
Armando Ramírez sobre la cantina El Nivel
“Siempre se nos atravesaba a todos, desde el maestro José Alvarado que llevaba a sus alumnos de la prepa 1 para instruirlos en el arte de la vida, así como otros mentores no tan famosos. Y qué decir de Jacobo Zabludovsky, de los ex presidentes Antonio López de Santa Anna, Benito Juárez, José López Portillo, Miguel de la Madrid, Ernesto Zedillo, Carlos Salinas de Gortari, entre muchos otros políticos y artistas”.