A pesar de que hay peleas en la Arena México, la calle Doctor Lavista tiene una baja actividad de peatones y automovilistas, sobre todo de aficionados. Frente al número 189 hay más franeleros en el intento de atrapar un automóvil que espectadores buscando boleto para el torneo Guantes de Oro 2014. Eso sí, es un evento libre de revendedores.
Quizá por ser box amateur no hay carteles pegados en las paredes ni marquesina anunciando el evento, sólo una hoja papel bond que entregan en la taquilla hace las funciones de programa para descubrir a los jóvenes pugilistas que participarán en la función.
La única referencia al boxeo en la desértica entrada del lugar es una pequeña y oscura carpa colocada no para que los espectadores se lleven un souvenir, sino para aquellos boxeadores que olvidaron parte de su equipo lo completen o los que buscan algún artículo de entrenamiento.
Sábado de Gloria
Aquí la arena no está de “bote en bote”, no se necesitan acomodadores ni la puntualidad del aficionado. Se puede llegar en el transcurso de cualquiera de las 24 peleas pactadas para la maratónica sesión de puños. A pesar de que es un deporte individual, los espectadores se dividen en dos bandos: los rojos y los azules.
A las seis de la tarde los dos primeros pugilistas hacen el paseíllo por el entarimado para subir al ring. El peleador de la esquina azul Ron Villegas es el primero en pisar el cuadrilátero seguido por su contrincante Víctor Flores enfundado en color rojo. La categoría es Novatos en peso welter. El protocolo de anuncio de la contienda es sencillo, casi simbólico. Una voz en off los presenta. Tampoco hay edecanes.
El réferi les da las últimas indicaciones, cada uno regresa a sus esquina y al campanazo acuden al encuentro a soltar los puños, en busca de un sábado de gloria, de salir con el brazo en alto.
Los primeros gritos revelan que el box es un deporte familiar, ya que sólo la parentela de los 48 pugilistas llena unas 400 de las butacas de los más de 4 mil disponibles del aforo. Durante la pelea la pasión se concentra en una fila de familiares de boxeadores de la esquina azul y roja, entre cinco y siete personas los apoyan. Y durante cada pelea, a una fila la invade la gloria y a la fila adversaria, llega la tristeza y en ocasiones las lágrimas. Así sucede contienda tras contienda, sólo dos filas se emocionan y también se enfrentan.
Víctor Flores vence en el segundo round, apenas levanta el brazo, suena la música para anunciar el arribo de los otros dos boxeadores. Son tres rounds, cada pelea, si se va a la decisión, dura 13 minutos desde que se pone un pie en el ring hasta que se baja. A este ritmo la función dura poco más de 4 horas. Todavía no se saborea un buen enfrentamiento cuando el otro ya inició.
Cada familia espera a su boxeador, por eso en ocasiones busca matar el tiempo si el púgil está programado a mitad de la función. Los teléfonos celulares y los juegos son distractor temporal para el ocio.
Los “señores de las chelas” tan disputados y anhelados en estadios, conciertos o la plaza de toros, aquí son seres poco cotizados, sólo algunos desordenados y poco deportistas piden alguna. El personal de seguridad es celoso de su oficio y ejercen su autoridad acercándose a cada aficionado que alza su teléfono celular para registrar el momento, en ocasiones cubre la lente y repiten como letanía: “no se puede grabar vídeo, sólo se permiten fotos”.
“Ve por él”, ahí está el pan”, “pégale hijo”, “abajo, tírale un gancho”, “ya sintió tu poder” son algunos gritos durante los tres rounds, la garganta se pierde en nueve minutos y vale la pena, porque arriba del ring los hijos, los hermanos, los nietos, las parejas se están rifando el alma y una oportunidad de ser la estrella del boxeo capitalino. Son nueve minutos en los que se entrega la voz a estos boxeadores de entre 12 y 16 años.
Los réferis además de vigilar la contienda, la califican. Giran como caballitos de feria para rolarse el turno de jueces y de tercero en la superficie. Tres abajo y uno arriba, así durante 24 rondas. Los médicos bien hidratados con sus refrescos de cola y agua sólo se levantan al sanitario, ya que los réferis detienen las peleas cuando hay demasiado castigo a un boxeador.
Después de que el joven boxeador termina su encuentro, la familia lo espera en las gradas, al llegar le muestra su afecto, pero minutos después abandonan la arena. Las personas sólo van a ver a su familiar, por eso la pelea 24 entre Marcela León y Guadalupe Zi termina con unos treinta aficionados en las butacas.
Herencia de sangre
La familia Molina llegó desde la primera pelea, buscaron la esquina azul para colocarse en la tercera fila del graderío para apoyar a Alejandro, quien está programado hasta la pelea 11 en la categoría infantil, en los 54 kilos. Ansiosos esperan dos horas a que comience la pelea.
Acompañado de la canción “Mr. Brightside” de The Killers, Alejandro Molina “El Trebol Jr.” sube al ring, las porras y gritos los encabeza su abuela. Después de tres rounds tozudos y complicados, ajustes de la estrategia por parte del manager Roberto Nava, los mejores golpes conectados a José Luis Baltazar le dieron la victoria por decisión dividida.
Alejandro es originario de Ciudad Azteca en Ecatepec, llegó a la Arena México a las 9 de la mañana al pesaje con los $50 pesos de viáticos que le dieron los organizadores por participar en la función de los Guantes de Oro, por la victoria tampoco tuvo un dinero extra, lo que ganó fue su derecho a avanzar en el torneo.
Sabe que tiene que estar disponible y al 100 para cada pelea, porque desconoce qué día le toca subir al cuadrilátero, para su contienda del sábado se entero sólo tres días antes en la página de internet del comité organizador.
Proviene de una dinastía de boxeadores mexiquenses que comenzó con su abuelo José “El Trébol” Molina, su padre José Ángel y su hermano Ángel “El Bambú” quien ganó los Guantes de Oro en 2008. Alejandro entrena con Jesús “Sabú” García campeón de los mismos torneos en 2011 y que tiene una marca de siete peleas invicto como profesional.
Su familia es luchona y no sólo sobre el ring, pues durante la final de los Guantes de Oro entre Ángel “El Bambú” Molina y José López protagonizaron una bronca por diferencias con la porra del oponente, lo que provocó que en el siguiente edición del torneo se dividieran a las familias por los colores de sus boxeadores.
Todavía restan 8 peleas para terminar la función, pero los 13 integrantes de la familia Molina buscan la salida y abandonan la arena, el camino es largo y hay que festejar el triunfo en casa. Alejandro sabe que está a tres peleas de llegar a la final como ya lo hizo su hermano.
Después de cada pelea, la Arena México se va quedando vacía, las familias abandonan el recinto sin importar que las contiendas sigan, hasta quedar sólo la porra de las últimas pugilistas programadas en el lugar 24 de la función.