Bajo el sello Dharma Books, y a finales del año pasado, Sara Uribe publicó el libro Un montón de escritura para nada, un conjunto de poemas en los que su autora habla sobre la escritura, la publicación, el mundo editorial y varios temas más, y también establece un diálogo con la obra de escritoras a las que admira. Se trata de un volumen breve pero muy intenso, que invita a los lectores a crear, cuestionar y buscar otras formas de entender el mundo.
¿Cómo surgió la idea de escribir Un montón de escritura para nada? ¿Cómo fue el proceso creativo? ¿Cuánto tiempo te tomó?
Hace un par de años una persona que dirige una casa editora mexicana se indignó muchísimo porque le propuse que el libro que quería editarme se publicara bajo el régimen de distribución y compartición gratuita Creative Commons. Me dijo que, según su abogado, lo que yo le estaba proponiendo era algo ilegal (cosa totalmente falsa) y que le sorprendía de sobremanera que se lo hubiera planteado, ya que me consideraba una persona seria, formal. Después de ese episodio comencé a escribir un poema que cuestionaba la reticencia de los editores al copyleft. El texto siguió creciendo y abordé en él también otros temas como lo desventajosos que suelen ser para las autoras y los autores la mayoría de los contratos editoriales; las vicisitudes que pasamos para poder cobrar nuestros honorarios quienes hacemos trabajos culturales; así como la precarización laboral del sector literario, la cual implica que muchos de nuestros empleadores crean que no tienen por qué remunerar económicamente nuestros servicios ya que nos están pagando con exposure. Los siguientes poemas continuaron trazando una crítica hacia nociones como el copyright, el sujeto lírico, el canon y el sistema literario en general y el poético en específico, los micromachismos, la doble jornada de las escritoras, así como la inequitativa representatividad de las escritoras en antologías, porcentajes de publicación de libros e incluso en encuentros literarios y mesas de lectura. El proceso creativo fue divertido y desafiante al mismo tiempo porque me propuse que la escritura de este libro estuviese atravesada por el humor, así que trabajé en ironizar algunas de estas situaciones. Tenía, además, el propósito de descarapelar por lo menos algunas partes de la grandilocuencia y sacralidad de la que muchas veces aparece engolada la poesía. No podría fijarlo con exactitud, pero creo que me tomó entre un año y medio y dos años terminar este libro.
También te puede interesar: La imaginación como acto de rebeldía: una entrevista con Yuri Herrera
Tus poemas relatan historias. ¿Qué encuentras en la poesía en prosa que no tienen otras formas narrativas?
Tengo ya algunos años muy interesada en la poesía que logra la hibridez con la narrativa o con el ensayo. Vuelvo cada tanto a Autobiografía de rojo de Anne Carson, Islandia de María Negroni, Muerte en la Rúa Augusta de Tedi López Mills y Operación al cuerpo enfermo de Sergio Loo, sólo por mencionar algunos poemarios en los que, en efecto, se relatan historias, pero no sólo desde las herramientas y potencialidades de la narrativa, sino trazando un espectro amplificado de lenguaje en el que se produce un tejido que entrelaza naratividades a poéticas que deshacen, para luego rehacer, los límites y las posibilidades de lo que puede considerarse poético. A mí me interesa habitar en esa clase de limbos, limbo entendido como un borde que está abierto a la reescritura, como la orilla mutante de algo. El ejercicio de la poesía en prosa que se hibrida con la narrativa me hace posible el vértigo de intentar construir esas zonas de rearticulación.
A lo largo de los poemas, aparecen citas y referencias al trabajo de otras escritoras. ¿Por qué elegiste esta forma para entablar un diálogo con ellas y su obra?
Uno de mis principales intereses en el presente es efectuar mi proceso escritural con otras. Con otras como colegas de escritura, como editoras, como el soporte afectivo y crítico con el que puedo revisar y corregir mis textos, pero también con otras como lectora, es decir, me interesa escribir conversando con la obra de las escritoras de las que me he nutrido y me sigo nutriendo para configurar lo que escribo. Cuando me di cuenta de que este libro iba a tener que ver con algunas experiencias en el sistema literario que vivimos las escritoras del siglo XXI, comprendí y asumí que era una tarea que no podía y no quería llevar a cabo en soledad, bajo el mandato patriarcal y tan siglo XX del escritor como genio solitario, único propietario y artífice de contenidos absolutamente originales. No tenía ningún sentido acometer la escritura desde esta postura, incluso decimonónica, si tenía conmigo, muy próximas a mí, a todas esas “abuelas arañas”, en términos de Rebeca Solnit, es decir, a todas esas mujeres que han contribuido mediante sus libros a formarme como poeta y como persona. Con todas ellas he entablado diálogos infinidad de veces, con algunas como Rosario Castellanos desde mi adolescencia y con otras recientemente como con Elena Medel; con algunas en la vida real como con Cristina Rivera Garza y con otras sólo en mi imaginación vehemente, como con Miyó Vestrini, Gabriela Mistral o Pita Amor. Quería que quienes conversaran conmigo lo hicieran también con ellas, porque las más de las veces ellas me dicen mejor que yo a mí misma, sí, pero también porque en el presente me resulta imperante explorar e intentar armar andamiajes autorales que se afinquen en lo plural, en lo plural con otras, específicamente.
En los textos realizas una crítica hacia las exigencias y demandas del mundo editorial. ¿Por qué crees que es tan complicado vivir de la escritura?
No sólo del mundo editorial, sino de las instituciones culturales y literarias públicas y privadas, de los sistemas de subvención para la creación de arte, es decir, de todos aquellos actores que fungen como constructores y reguladores del prestigio y del capital simbólico dentro del sistema literario y cultural, hacia todos ellos va mi crítica. En el escenario del avanzado necrocapitalismo y neoliberalismo en el que vivimos en Latinoamérica, el sector cultural, artístico y literario no puede sostenerse económicamente a sí mismo porque el consumo cultural que la mayoría de los ciudadanos puede pagarse en un país como el nuestro no es suficiente como para generar una autonomía económica del rubro. El sector cultural, artístico y literario mexicano se encuentra, como otras áreas de productividad, supeditado al subsidio público. La subvención pública es insuficiente y los mecanismos para su distribución las más de las veces están salpicados de centralismo, opacidad que en algunos casos raya en la corrupción o el amiguismo, además de que no cumplen con el eje transversal de equidad de género que está indicado en la ley; incluso cuando se trata de capital privado ocurren procesos similares. Por tanto, la mayoría de las escritoras, tienen que basar su economía en una doble jornada (que siempre termina siendo triple o hasta cuádruple si se le acumulan las labores domésticas y el cuidado de los hijos o la familia): un trabajo que les permita proveer su sustento y las actividades relacionadas con la escritura que representan en todo caso un extra a sus ingresos.
También te puede interesar: De qué trata la secuela de Call me by your name
Hay una idea preconcebida sobre lo que “debe ser” un poema entre la gente, y en este libro también hablas sobre las expectativas en torno a la poesía. ¿Cómo se puede abrir camino o sortear esos clichés y entregar algo muy diferente a lo esperado por la mayoría?
Más que entre la gente, entendida como las personas que forman la comunidad lectora en general, creo que el canon de lo poético, de acuerdo a cada tradición de cada país, traza directrices, entramados, lineamientos a veces más tácitos que declarativos, pero no por ello menos generadores de una impronta y de un imperativo en el campo que acotan aquello que se espera que sea un poema. Quienes se dedican a la edición, quienes dictaminan qué libro de poesía se publica y cuál no, quienes fungen como jurado en concursos literarios, quienes son tutores de becas, talleristas literarios, todos ellos van configurando, incluso sin estar plenamente conscientes, los límites y expectativas de lo que se espera que un poema sea o resulte. Creo que para ejercer una escritura que desafíe o desobedezca dichas normatividades lo primero es ser lectores y lectoras de literaturas retadoras, insubordinadas: indóciles. Después de ello, al menos en mi caso, toca salirse de la zona de confort de escritura, alejarse de aquello que ya dominamos y nos sale muy bien, incursionar en temáticas, pero también en mecanismos, estrategias y procesos que cuestionen la noción misma de escritura y de poesía, que nos desconcierten, que nos descoloquen.
¿Se escribe para los otros (para que alguien lea el texto) o para nosotros mismos (para dejar salir ideas y sentimientos)?
Me gusta pensar que no son excluyentes. Que se puede escribir para que otras personas nos lean, al tiempo que este acto constituye, de manera sincrónica, una posibilidad de expresar aquello que nos obsesiona o problematiza.
Contrario a su título, Un montón de escritura para nada parece ser una invitación a escribir y a cuestionar el estado actual de la literatura. ¿Por qué es importante ser creativos?
Me gusta tu lectura del título. En efecto, me parece necesario y urgente cuestionar el estado de las cosas, en este caso de la literatura y de la poesía actual, porque, como sostiene Antena (un proyecto colaborativo dedicado a la justicia del lenguaje y la experimentación del lenguaje, fundado en 2010 por Jen Hofer y JD Pluecker) en Un manifiesto para la escritura discómoda, “si nuestro trabajo no cuestiona los términos del statu quo, es el statu quo”. Pienso que, frente a todas las violencias contra el cuerpo que nos atraviesan en este siglo XXI, ejercer la producción de presente mediante la articulación de escrituras, sin duda nos coloca frente al reto de asumir la responsabilidad de que no sólo se trata de ser creativos, sino de que dicha creatividad vaya acompañada de criticidad y cuidado. Están sucediendo demasiadas cosas en el mundo, en nuestro país, en nuestras comunidades más cercanas como para no necesitar re-pensarlas y resistir, incluso, ante algunas de ellas; el arte, la literatura y la poesía son una manera de provocar la reflexión y el actuar crítico.
También te puede interesar: Alejandro Zambra, el artesano de las palabras
Según tú, ¿para qué necesita el mundo la poesía y, en general, la literatura? No estoy segura de querer basar la relación mundo-poesía o mundo-literatura en un vínculo de necesidad. La poesía y la literatura me han aportado desde la infancia, desde la adolescencia y el resto de mi vida otra manera de configurar el mundo. Una en que es posible imaginar personajes, escenarios, rutas y devenires que no existen, cosas que ni siquiera pertenecen a lo real y que, sin embargo, tienen una profunda presencia, en ocasiones incluso más contundente que la de las cosas que, en efecto, poseen una existencia que se identifica como parte de la realidad. La literatura y la poesía me han hecho siempre pensar que las cosas que parecen inamovibles y tan sólidas en su ser-como-son, podrían ser de otra manera. Creo que el gran aporte crítico e imaginativo que la literatura puede introducir en nuestras vidas es la capacidad de re-imaginarnos, de re-inventarnos, de re-definirnos y, con ello, la posibilidad latente de la reescritura del mundo real.