En Conviene decir que se está rezando, el escritor y editor Carlos Bortoni reunió 69 lecciones de Eusebio Ruvalcaba sobre escritura a manera de homenaje tras la muerte del autor de más de 40 libros de poesía, cuento, novela y ensayo.
Hemos pedido a Bortoni que comente, a partir de su cercanía con Ruvalcaba, ocho de las lecciones. Antes de entrar en detalle, nos comentó que las 69 lecciones que componen el libro son las que fue capaz de reconocer en el momento en el que Ruvalcaba las impartió en alguno de sus talleres.
“Como sucede con todo maestro, el abismo que existe entre lo que enseña y lo que el discípulo aprende no está bajo su control”, explica Bortoni. “De ninguna manera se trata de un listado exhaustivo de lo que Eusebio enseñó en sus talleres. Pero tampoco de una selección que discriminara y descartara de entre el legado de Ruvalcaba lo que más valía la pena. Ni lo uno ni lo otro. Se trata de una recopilación de lo que pude atesorar, apuntar, atrapar al vuelo mientras Eusebio hablaba en el taller”.
Lección 1. La literatura debe conmover.
“La idea de que la literatura deba conmover es quizá la enseñanza que me dejó Eusebio que más añoro. La que más me conmueve. Y la que más trabajo y tiempo me tomó comprender. Ruvalcaba repetía esta frase con una insistencia enfermiza. Una y otra vez ahondaba en ella y la subrayaba. A mí me parecía burdo, fácil, corriente que la literatura conmoviera al lector. Es decir, confundía el acto de conmover con la cursilería ramplona, con la lágrima fácil, con el sentimentalismo barato que nutre campañas políticas, discursos, programas de televisión o el grueso de los libros que inundan las mesas de novedades. Pero no, el que la literatura conmueva es algo más; implica que se conecte con el lector, que dialogue con él, que lo ponga de espaldas contra la pared, arrinconado y sin posibilidad de escapar. Lo cual, como decía Eusebio, no es poca cosa.”
Lección 2. Nada peor que escribir un personaje literario.
“Ruvalcaba se refería a que ningún autor debería escribir buscando la trascendencia. Pretender que los personajes que uno crea sean personajes literarios, personajes que lo trasciendan a uno y perduren en el imaginario colectivo implica crear personajes anodinos. Eusebio celebraba los aciertos que el escritor tiene y de los cuales el escritor mismo no es consciente. En ellos acontece la literatura, no en las pretensiones del autor. Aspirar a escribir un personaje literario es labor propia de políticos en campaña, no de escritores. Eusebio hablaba poco de literatura fuera del taller. Para él siempre había temas más importantes, más interesantes. Tenía razón. Eusebio prefería teorizar sobre la principal coincidencia que ocurre en la Ciudad de México –encontrar un taxi libre al momento de salir de tu casa– que ahondar sobre la obra de tal o cual autor. Mucho menos le gustaba hablar de su obra; rehuía incluso a la tentación de llamar obra a sus textos. Para Ruvalcaba, la literatura era y debía ser algo cotidiano y como tal había que tratarla.”
Lección 3. La más grande lección narrativa del siglo XX es El Padrino.
“Era raro terminar una sesión del taller sin que Ruvalcaba hubiera recurrido a El Padrino como ejemplo. Lo hacía tanto que daba risa. Hablaba de la forma como El Padrino está escrita, la forma como se cuenta la historia. Y lo hacía siempre sin pretender erudición alguna. Resultaba evidente que Eusebio la consideraba la más grande lección narrativa del siglo XX desde el disfrute de la lectura y no desde la intelectualización del texto.”
Lección 4. Las cosas siempre se pueden decir de forma más sencilla… natural.
“No hace falta describir una silla para que el lector dibuje la imagen de una silla en su cabeza cuando lee la palabra ‘silla’. Que el autor pretenda ayudar al lector en ese proceso no hace más que complicar la lectura. Distraer al lector. Conseguir que la línea escrita fluya, que devenga en algo que resulte natural al lector implica que el lector consiga asirse de dicha línea. Implica que la línea sea concisa y diga lo que debe decir. Ni más ni menos. Todo esfuerzo por explicar lo que se quiere decir resulta artificial. Para Eusebio no había nada que deba agradecerse más que el hecho de que un lector pose los ojos sobre lo que uno ha escrito. En consecuencia, el escritor debe respetar al lector y no hacerle perder su tiempo con líneas que no conduzcan a ningún lugar.”
Lección 5. La expectativa genera una historia.
“Contar una historia no es necesariamente contar todo lo que acontece en esa historia. El escritor debe discriminar. Dejar fuera lo que no resulte estrictamente necesario para la historia misma. Intentar dejar todo claro para el lector implica hacer parte del trabajo del lector. Es como entregar la comida digerida a quien pretende comer. Acaba con el encanto y lejos de contribuir resulta perjudicial.”
Lección 6. Si podemos decir lo mismo con pocas palabras, tenemos que hacerlo.
“Esta lección se relaciona directamente con aquella que dice: Las cosas siempre se pueden decir de forma más sencilla, natural. Como comenté antes, para Eusebio no había nada más importante en la literatura que el hecho de que un lector deposite sus ojos en la línea que uno ha escrito. En consecuencia, más que aprovechar la oportunidad e intentar deslumbrar al lector, el autor debe ser humilde y respetuoso con el lector, y ser concreto y cuidadoso con aquello que dice.”
Lección 7. El título viene a ser lo que el olor a la comida.
“Eusebio consideraba que el título era una cortesía con el lector. Por ello pensaba que incluso los capítulos en una novela debían ser titulados en lugar de recibir una simple y llana numeración. Era por ello que, como en mucha otras ocasiones, Ruvalcaba recurría a imágenes ajenas a la literatura misma y ─afortunadamente─ literarias en extremo para mostrar su punto. La comida sin olor perdería gran parte de su atractivo, del mismo modo que lo pierde un texto no titulado.”
Lección 8. Cuando alguien pregunte “¿qué se hace en un taller literario?”, conviene decir que se está rezando.
“Cuando empecé a asistir al taller que Eusebio impartía en Tlalpan, el taller tenía lugar en una escuela para monjas que estaba completamente desocupada los fines de semana. Fue la sede en la que el taller prevaleció más tiempo, la que de algún modo legó su espíritu al taller, y si no me equivoco, fue ahí donde Eusebio dijo que convenía decir que en un taller literario se rezaba. Un sábado llegó una monja y habló con Eusebio para decirle que ese era el último sábado que podríamos tallerear ahí. Ruvalcaba no pidió explicaciones. Aquella tarde terminamos el taller como de costumbre. Con la salvedad de no saber dónde habríamos de reunirnos la próxima semana. Antes de salir del cuarto donde trabajábamos, Eusebio le pidió a uno de los asistentes al taller que tomara la estatuilla de Mozart que se encontraba en uno de los libreros y la guardara en su mochila.
“La estatuilla habría de incorporarse a los muchos adornos relacionados con compositores musicales que Ruvalcaba tenía en su casa. Después de la escuela de monjas, el taller vivió un largo peregrinar antes de encontrar un lugar adecuado donde realizarse. En las sedes sustitutas a la escuela siempre había algo que molestaba a Eusebio. La mayoría de las veces el ruido que le impedía concentrarse y trabajar como le gustaba. Nunca encontramos otra sede tan silenciosa como la escuela de monjas. Otra sede que permitiera decir que estábamos rezando.”