La complicada relación entre el cura Hidalgo y la CDMX
Se sabe que el terreno de Hidalgo siempre fue el Bajío, pero ¿sabías que estuvo muy cerca de tomar la capital? ¡Te contamos la historia!
Por: Eva Martínez Román
La Ciudad de México fue fundamental durante el levantamiento armado dirigido por el cura Hidalgo. Sin embargo, casi no se habla de su papel en la historia de la guerra de independencia. ¿Te has preguntado alguna vez qué clima se vivió aquí en la CDMX cuando se rumoraba que Hidalgo estaba a punto de entrar con su ejército rebelde a la capital, qué pensaba hacer el cura al llegar aquí y por qué finalmente no lo hizo? Te contamos abajo.
El plan del levantamiento de Hidalgo y la capital
La mañana del 16 de septiembre de 1810 el cura Hidalgo comenzó la guerra de independencia. Partió de Dolores con una pequeño contingente y pasaría por varias ciudades del Bajío donde fue sumando adhesiones a su movimiento armado. Pero ¿qué planeaba hacer exactamente el cura Hidalgo? Es posible que Hidalgo pensara que la independencia se lograría al ir tomando cada vez más ciudades y villas que ya no obedecerían al gobierno virreinal y que ahora se mantendrían rebeldes a manos de los insurgentes.
La idea era despojar poco a poco, de ciudad en ciudad, el poder y control del gobierno del virreinato. El cura iba capturando españoles a su paso por cada sitio. Ya luego se vería qué se haría con ellos. A Morelos le encargaría tomar el puerto de Acapulco. Hidalgo sabía que no solo se trataba de ir tomando ciudades, sino que era necesario acabar con las principales rutas y puertos de comercio español para darle un golpe definitivo a la monarquía, pues la Nueva España (tanto en recursos como en rutas) era fundamental para mantener los principales ingresos a las arcas reales.
En efecto, en el comercio transatlántico internacional la Nueva España jugaba un papel primordial. Desde Asia, las mercaderías cruzaban todo el virreinato para embarcarse a España. Si se desmembraba o desbarataba esta ruta comercial trasatlántica, el gobierno español quedaría fracturado. Pensaba el cura que estos golpes económicos a la monarquía serían decisivos, pero ¿cómo pondría “jaque mate” al gobierno español? Sin duda la jugada clave estaba en tomar la capital del reino, centro político y simbólico mas importante de todo el virreinato.
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Lo que haría el cura al entrar a la capital
Según nos cuenta Herrejón Peredo “en las conversaciones que Hidalgo sostuvo en Toluca reiteraba que el 2 de noviembre estaría en la CDMX”. Según comentó aquella noche, entraría primero a la catedral, de ésta pasaría a la Inquisición, pediría en ella su causa, (…) manifestaba ante todos que no era hereje. De la Inquisición se iría a comer al palacio del virreinato. Imaginaba Hidalgo quizás que su presencia con su ejército forzaría a los inquisidores y al virrey a aceptarlo, pues planeaba que sus hombres armados estuviesen gritando “ni inquisidor gachupín, ni arzobispo gachupín, ni virrey gachupín, ni santo gachupín”. Ahora bien, en el expediente inquisitorial del cura se conserva el rumor de un padre que iba con el ejército de Hidalgo y al que le habían preguntado que luego que llegaran a México, ¿qué harían con La Casa Chata, esto es con la Inquisición? A lo que éste había respondido: lo primero sería demoler esa casa maldita”.
Un día de muertos de terror en la capital de la Nueva España o el día que Hidalgo estuvo a punto de tomar la CDMX
Durante el periodo colonial, el día de muertos se vivía, como ahora, de manera festiva en la capital del virreinato. Los panteones como el que estaba atrás del Hospital de Naturales en el barrio de San Juan (hoy muy cerca del metro Salto del Agua), se abrían todo el día para que la gente pusiera cempaxóchitl y se embriagara en las tumbas. Mientras que en el Poniente de la Plaza Mayor se montaban ofrendas para entretener a los curiosos transeúntes que caminaban por los arcos del portal de mercaderes. Es decir, era al mismo tiempo un día doloroso y festivo como hasta ahora, pero la madrugada y mañana del 1 de noviembre de 1810 en plena víspera del día de todos los santos, un ánimo de temor, ansiedad y nerviosismo se había apoderado de la muy noble y leal ciudad de México. En realidad esta incertidumbre y angustia se había vivido todo el mes de octubre al correrse los rumores de que las tropas del cura Miguel Hidalgo estaban muy cerca de la capital y avanzaban cada vez más hacia ella.
La tensión había llegado a un momento climático el día anterior, 31 de octubre, cuando entraron las disminuidas tropas del teniente coronel realista Torcuato Trujillo que habían sido derrotadas por los insurgentes en el Monte de las Cruces. Esto —según la investigación de Jaime Olveda—, había llevado al virrey Francisco Xavier Venegas a “enviar tropas al paseo nuevo de Bucareli y a la calzada de la Piedad, y situar artillería en Chapultepec”. Ya a esas alturas la ofensiva insurgente a la CDMX se presentía inevitable. A pesar del enorme peso simbólico del sitio, entonces la capital no contaba prácticamente con ningún medio de defensa (apenas unos 2000 hombres) y geográfica y estratégicamente era un punto vulnerable.
Cuajimalpa: centro insurgente
La tarde del 31 arribó por el Camino de Cuajimalpa un coche escoltado con 4 soldados de esos que en aquella época se llamaban “dragones”, acompañados de unos cincuenta jinetes y que traían una bandera blanca. En él venía el general Jiménez con otros tres oficiales encargados de entregar un pliego intimidatorio al virrey que pedía la rendición de la capital. Fueron detenidos en Chapultepec y el pliego enviado al virrey, pero al llegar a manos de Venegas, éste rechazó tajantemente la oferta de Hidalgo de entregar la ciudad y dio orden “que se les hiciese fuego si no se marchaban pronto”.
La gente entonces supuso que los insurgentes marcharían contra la capital y con ese temor se pasó la noche del 31 y la madrugada del siguiente día. Nos cuenta Jaime Olveda que por la mañana del 1 de noviembre, fiesta de todos los santos,“corrieron voces de que los insurgentes bajaban de los montes” a todo galope. Según este historiador, cualquier polvareda levantada que se visualizaba a lo lejos hacía creer que eran los insurgentes que se aproximaban, pero Hidalgo permanecía en Cuajimalpa sin hacer ningún movimiento.
En espera de una orden de Hidalgo que nunca llegó
Los insurgentes comisionados llegaron otra vez a Cuajimalpa a las cuatro de la mañana. Los principales caudillos insurgentes esperaban entonces que Hidalgo diera la orden de tomar la capital, pero Hidalgo no lo hizo. Nos cuenta el historiador Carlos Herrejón que Hidalgo y Allende esperaban que al aproximarse su ejército a la CDMX, un grupo de diez mil o doce mil hombres saldría para apoyarlos: “tal vez suponían que la adhesión se daría al inicio del ataque, pero se impuso el cura argumentando que sin la seguridad de contar con tales partidarios y ante la falta de municiones no era aconsejable arriesgarse, pues el enemigo había hecho estragos con muy poca artillería”. Así que sin más discusión, “como a las once de la mañana del 1 de noviembre se levantó el campamento” y el ejército de Hidalgo continuó su marcha alejándose de la capital.
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¿Por qué Hidalgo no quiso tomar la ciudad?
Al respecto se han aventurado muchas especulaciones. Se ha dicho que Hidalgo recibió noticias de la marcha de Felix María Calleja hacia esa zona o que el cura temía que en la CDMX se repitiera la historia de Granaditas; donde sus hombres se entregaron al saqueo y a la violencia, con lo que pudo haber pensado que el movimiento de Independencia se desacreditaría totalmente. Por otra parte, Hidalgo se sentía cómodo en el Bajío, eran zonas bien conocidas por él y donde, hasta cierto punto tenía control, pero entrar a la CDMX era diferente. Es posible que el padre Hidalgo pensara que perder en cualquier otra ciudad no implicaría una derrota definitiva para el movimiento, pero perder en la capital del virreinato era otra cosa: hubiese significado el fin de la insurgencia.
Ahora bien, contamos con un único documento oficial escrito por el Padre Hidalgo relativo a su retirada, el cual es una carta escrita al cura Morelos. En ella escribe: “El vivo fuego que por largo tiempo mantuvimos en el choque de las Cruces debilitó nuestras municiones (…) por este motivo no resolvimos su ataque, y sí el retroceder para habilitar nuestra artillería”. Por ello, para Carlos Herrejón, dos fueron las razones primordiales para que Hidalgo no quisiera tomar la ciudad: la disminución de su artillería y municiones y el que nunca llegó el apoyo prometido de la ciudad. En esas circunstancias y sin abandonar su plan de tomar algún día la capital para dar “jaque mate” al gobierno virreinal, el cura Hidalgo consideró que lo mejor sería esperar a tener estas dos condiciones en un futuro próximo y de mientras continuar avanzando sobre otras ciudades.
¿Qué hubiera pasado si el cura hubiese tomado la capital aquel día de muertos de 1810?
Seguramente la cosa no hubiese sido tan sencilla como la había contado Hidalgo en Toluca. No es ilógico pensar que a pesar de no tener la capital las defensas necesarias y estar en un punto malo estratégicamente hablando, en efecto, llegaran las tropas realistas externas con lo cual las cosas se hubiesen puesto en contra de los insurgentes, como temía Hidalgo. Es posible también que los partidarios de la insurgencia en la ciudad hubiesen apoyado a Hidalgo y que hubiera llegado a última hora el supuesto contingente prometido de hombres para reforzar al ejército insurgente y entonces los rebeldes se hubiesen hecho de la capital, pero ¿la guerra se habría ganado así de sencillo? Es muy difícil creerlo. Ni España ni la invasora Francia hubieran aceptado tan fácilmente renunciar a sus posesiones americanas. Es probable que si esto hubiera pasado y a pesar de las dificultades por la propia crisis que se vivía en la península ibérica, invasores franceses y luego españoles (quizás apoyados por realistas novohispanos reorganizados) hubieran arribado a la Nueva España exigiendo su reincorporación a la Monarquía, con la cual la guerra se hubiera prolongado mas tiempo, pero lo cierto es que eso nunca lo sabremos.