Manuela Castrejón fue la primera “Madame” de la que se tiene registro en la historia de la Ciudad de México. Tenía su casa de citas en el Callejón de la Condesa, a un costado de la famosa Casa de los Azulejos un año antes de que estallara la Guerra de Independencia en México. A continuación te contaremos su historia.
“Los agarraron con las manos en la masa”: La detención de la Castrejón y “sus muchachas”
El 8 de julio de 1809 el alcalde de cuartel Agustín Coronel comandó una patrulla para dar una ronda nocturna por la Casa de los Azulejos. Coronel había recibido órdenes del alcalde de crimen, Don Antonio Torres Torrija, de inspeccionar la zona debido a que se habían recibido ya varias quejas y denuncias por parte de los vecinos, ya que al parecer en la casa de doña Manuela Castrejón, que se hallaba ubicada en el Callejón de la Condesa, se habían instalado dos lupanares, “debido a la concurrencia de hombres y mujeres a deshoras de la noche y al escándalo que siempre se escuchaba ahí”.
La patrulla llegaría como a eso de las diez de la noche a la casa de doña Manuela Castrejón y se encontraron con varias mujeres jóvenes y un par de hombres. Todos fueron detenidos y llevados a la Cárcel de Corte.
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La Prostitución en la muy noble y leal CDMX
La prostitución en la capital novohispana constituyó parte de la vida cotidiana. Las prostitutas fueron personajes populares de la ciudad virreinal, sus sobrenombres lo indican. Según Andrea Rodriguez, en 1782 un tal Juan Hernandez escribió un cuaderno de poemas en el que mencionaba a prostitutas famosas como “La Panochera Carrillos”, “Pepa la Cotorra”, “La Huesitos”, “La Villalobos”, “La Toreadora” o “La Culo Alegre”.
Considerada como un mal necesario, la prostitución fue tolerada pero apartada a los márgenes de la ciudad, por lo que las órdenes virreinales para abrir la primera “Casa pública de mancebía” mandaban que se construyera atrás del Hospital de Jésus, justo en el final del islote donde comenzaba la calzada de Iztapalapa —hoy avenida Tlalpan—. Del mismo modo, se ejerció prostitución en una de las calles limítrofes de la traza que se conocía como “la calle de los mesones” debido precisamente a que dicha calle tenía pequeñas posadas para recibir a los arrieros que, cargados de mercancías, entraban a la capital. Mismos a los que se les atendía con comida, un lecho para descanso y, si así lo deseaban, mujeres para saciar sus apetitos sexuales.
Un oficio tolerado… a medias
No obstante, para la historiadora María Atondo, muchas mujeres decidieron ejercer la prostitución en pulquerías, portales, tabernas o espacios de recreo. Aunque en teoría debía confinarse a un espacio de la ciudad, la prostitución en realidad coexistió de manera dispersa en todos los espacios de ocio de la capital. Siempre y cuando se mantuviese clandestina, discreta, dispersa y en estos sitios de paso y de recreación, fue tolerada por la sociedad.
En casas particulares y vecindades también hubo prostitutas, pero en estos casos algunas veces fue mal vista y denunciada por vecinos quejosos a los que les resultaba muy incomodo coexistir con “rameras”. Tal es el caso de las Hermanas Ana y Simona. Ellas en 1767 fueron denunciadas, entre otras causas, porque al parecer se prostituían en la Vecindad de “La Colorada” ubicada en la Cuarta Calle del Reloj, hoy calle de Argentina, muy cerca ya de La Lagunilla, o el caso de Manuela Castrejón que en 1809 tenía su lupanar al final de la traza, a unos pasos de la Alameda.
De lavandera a madame de un burdel. ¿Quién era Manuela Castrejón?
Manuela González Castrejón era una mujer castiza de 40 años y de oficio lavandera en las casas de grandes y distinguidos señores, madre de 4 hijos, —entre ellos una jovencita de 15 años de nombre Francisca—. La Castrejón estaba casada con un hombre llamado Ignacio Carbajal que, al momento de ser detenida, llevaba ya algún tiempo preso por golpearla. Era frecuente que por la cuestión económica las mujeres de los bajos estratos sociales tuviesen que soportar a un marido violento; además, si éste las abandonaba o por algún motivo se ausentaba, tuviesen que ver cómo se las arreglaban para llevar comida a su casa. Como menciona la historiadora Marcela Suárez, en la mayoría de estos trabajos las mujeres de bajo estatus ganaban un sueldo miserable. Ya fuera como lavanderas; costureras; cocineras en casas particulares; alquilándose como operarias en La Fábrica de Cigarros; como sirvientas en casas de aristócratas donde, además, frecuentemente tenían que ofrecer de manera gratuita sus servicios sexuales a sus patrones; o prostituyéndose por su propio cuenta.
Así, quizás cansada de lavar ropa por poco dinero, ambiciosa de tener una vida mas cómoda y ante el panorama difícil que le ofrecían los demás trabajos a mujeres como ella, un día Manuela decidió volverse “matrona” o”alcahueta”. Fingiendo ser corredora de joyas o quizás combinando ambos oficios, comenzó a reclutar jovencitas en su casa para repartirse al final el pago. A partir de ese oficio, ella y su hija al parecer vivían con ciertos lujos que no habían conocido antes, pues comenzaron a vestir con costosos vestidos. Sin embargo todo cambiaría aquella noche cuando la patrulla las sorprendió.
Se niegan a confesar pero al final la encuentran culpable
En la casa de Manuela Castrejón —ubicada en los bajos de la casa del conde del valle—, fueron encontradas por la ronda nocturna, Antonia, Ignacia, Francisca, Catalina, María Antonia, Úrsula, y una tullida de nombre Petra. En el otro lupanar se encontró a las Ontiveros (madre e hija), a una sorda de nombre Maria Josefa, y a tres hombres, uno de ellos italiano y administrador de un café en Mesones, y los otros dos trabajadores de la Fábrica de Puros y Cigarros de la Villa de Guadalupe.
Pronto, los hombres fueron dejados en libertad. Todas las mujeres, en cambio, continuaron detenidas y posteriormente sometidas a interrogatorios, incluidas doña Manuela Gonzalez Castrejón y su hija Francisca Carbajal, pero ninguna aceptó ser prostitutas. Ante estos hechos, las autoridades de la Sala del crimen recurrieron a medidas mas drásticas para obtener las confesiones: encerraron a la Castrejón toda una noche en la Bartolina con el objeto de que confesara pero al otro día, en el nuevo interrogatorio, la Castrejón volvió a negar todo de lo que se le acusaba y las muchachas se mantuvieron en lo dicho. Por lo que, ya desesperado el alcalde del crimen Antonio Torres, decidió revisar los antiguos expedientes y se encontró con que Manuela González Castrejón era reincidente; un año antes le habían detenido junto con una joven llamada Gertrudis Riojano por la misma situación.
Una leona
De acuerdo a Marcela Suarez, en aquella ocasión se le acusó a Manuela de “lenona” y a Gertrudis de “prostituta”. Al igual que esta última vez, La Castrejón negó los cargos y dijo que ella solo cuidaba de Gertrudis, pero ésta ultima confesó que se prostituía de noche con hombres que la Castrejón le proporcionaba; que si le daban tres pesos, daba ella a la Castrejon seis reales, si eran 4, un peso, y si eran un peso, dos reales. Después de ser careadas, Manuela aceptó los cargos argumentando que lo había hecho por necesidad económica. A partir de este momento, todas las mujeres fueron liberadas y puestas a vigilancia por el alcalde del cuartel, menos la Castrejón, por descubrírsele “lenona” y ademas “reincidente”.
De sentenciada en las Recogidas a Presidenta de la cárcel
Al final se le sentenció a 4 años en un recogimiento para mujeres arrepentidas con embargo de sus bienes para costear su permanencia ahí.
Así como existía un espacio dedicado a la prostitución, la ciudad también estuvo diseñada para ofrecer espacios para el arrepentimiento y la redención. Mientras que en Mesones estaban los sitios de “pecado”, en Uruguay se hallaban la mayor parte de los llamados “recogimientos”. Estos, para mujeres arrepentidas de “la mala vida”.
No obstante, la Castrejón era ambiciosa y siempre luchó por vivir mejor en cualquier circunstancia de la vida. Al poco tiempo de estar recluida con “las recogidas”, Manuela se convirtió en presidenta de la cárcel. Este cargo se lo ganó por su buena conducta en ese lugar, y hasta logró que su hija se convirtiera en enfermera de este sitio. Así aseguró incluso un sueldo y cargo legal, además de que logró obtener poder, control y respeto sobre las demás mujeres en ese lugar.
Del recogimiento a insurgente en la Guerra de Independencia
Sobre los últimos años de la vida de la Castrejón y su hija Francisca se sabe muy poco; se piensa que es probable que ambas se hayan unido a las fuerzas rebeldes insurgentes en la guerra de independencia. Así, no es difícil imaginarlas fungiendo como espías que le “sacaban la sopa” a los enemigos realistas. Claro, posiblemente, por medio de sus “encantos sexuales”. Lo que está claro es que donde fuera, la Castrejón siempre supo adaptarse y ganarse un lugar más allá del que le correspondía por su estamento jurídico y social.