Para contar esta historia es necesario regresar a 1979. Es el domingo 3 de junio y estamos en el glamouroso Caesar’s Palace de Las Vegas. En medio de la multitud perfectamente acomodada se ve un ring que se ha convertido en la meca del boxeo mundial. Sobre él, dos boxeadores: Carlos Zárate, el actual campeón del mundo en peso gallo, vestido con short blanco y botas blancas, su retador viste short amarillo y botas negras. Después de 15 intensos rounds de golpes, sudor y resistencia una voz anuncia al ganador: Guadalupe Pintor se ha convertido en el nuevo rey peso gallo del boxeo mundial.
Todo comenzó en las calles de Cuajimalpa, al poniente del entonces Distrito Federal. Guadalupe no nació con una torta bajó el brazo, pero sí con los guantes bien puestos. Desde pequeño comenzó a admirar a estrellas del boxeo mexicano como Rubén “El Puas” Olivares. Por las mañanas asistía a la primaria y por las tardes se dedicaba a vender nieves en su barrio. Su madre lo apodó “El Grillo” por su singular chiflido a la hora de vender. Pero la hostilidad del entorno provocó que las peleas fueran parte de su día a día. A veces para defenderse de los clásicos gandallas, otras por mero gusto, el caso es que Lupe no se rajaba.
Con el paso de los años su afición por el box se transformó en su sueño más grande. Un día, en plena adolescencia, el destinó le sonrió. Su padre le regaló unas guanteletas, unas botas, un short, un suspensorio y unas vendas, el kit necesario para que pisara su primer gimnasio.
Después de cientos de horas de abdominales, lagartijas, saltos con la cuerda, flexiones, golpes contra la pera y muchos moretones, llegó su primera pelea. Su oponente subió al ring, la gente estaba lista para ver el espectáculo, pero los nervios se apoderaron de Lupe y no subió. Tenía 14 años.
Esa amarga experiencia en lugar de desanimarlo, lo motivó para entrenar más duro. Cada derechazo al costal y cada gota de sudor que recorría su rostro hicieron que su gusto por el box se convirtiera en disciplina. Pero Lupe seguía vendiendo nieves.
El tiempo le regaló otra oportunidad para mostrar de qué estaba hecho. Ganó su primera pelea como profesional en Tijuana, le pagaron 5 mil pesos. Después llegó otra pelea y luego otra. Con sus primeras 20 peleas pudo comprar una casa. Por fin había logrado dar el primer paso para alcanzar lo que de niño soñaba: vivir del box. Pero faltaba lo más difícil, lo que pocos deportistas logran: pasar a la historia.
Tuvieron que transcurrir más de 4 mil días desde que Lupe pisó un gimnasio y miles de rounds arriba de un ring para que pudiera medirse con un campeón del mundo, otro mexicano: Carlos Zárate. Después de ganarle a Zárate y alcanzar la gloria, el “Grillo de Cuajimalpa”, tuvo que defender su título en Los Ángeles contra el estadounidense Alberto Sandoval y contra el japonés Ejiro Murata en Tokio.
“Cuando no eres campeón del mundo ni quien te vea”, cuenta Lupe Pintor con una sonrisa discreta y la mirada fija. Tiene 66 años y apenas un par de arrugas en su rostro. Hace poco se rasuró su distintivo bigote.
Cuando ganó su primer campeonato del mundo hace 42 años, juró que defendería con su vida ese título. Cada pelea significaba más que una lucha contra su oponente, una lucha contra sí mismo para demostrar que era el mejor.
Los reflectores iluminaban su rostro, los periodistas le pedían entrevistas por montones, el mundo hablaba de sus habilidades en varios idiomas. Pero llegó el 19 de septiembre de 1980, un día que marcó su carrera, su vida y la historia del boxeo mundial.
Ese viernes enfrentó al galés Johnny Owen en Los Ángeles. Días antes de la pelea, Johnny se presentó de manera formal con Lupe. El originario de Merthyr Tydfil le dijo de manera respetuosa al de Cuajimalpa que estaba ahí para ganarle el título y que le agradecía la oportunidad de pelear contra él. Ambos se abrazaron y acordaron tener una gran pelea.
El combate empezó parejo, pero en el noveno round un desgastado Johnny Owen cayó por primera vez a la lona. Lupe se veía más entero. El intercambio de golpes continuó y Jhonny volvió a caer en el doceavo asalto. El galés duró apenas tres segundos en la lona y se levantó por su propio pie. El referee le preguntó si podía continuar y Owen asintió con la cabeza. Cinco segundos después el guante de Lupe impactó con un volado de derecha la mejilla izquierda de Johnny.
“Cayó como muerto”, dijo un comentarista. Mientras Johnny Owen era atendido por los servicios de emergencia en una esquina del ring, en otra Lupe festejaba su victoria cargado en hombros. Pero el júbilo del mexicano se transformó en preocupación y luego en tristeza. Tras casi dos meses de agonía, Johnny falleció.
“Fue una desgracia, basada en una oportunidad. Puede haber sido yo. Lo platico y parece que lo estoy viviendo”, dice Lupe con los ojos mojados y la voz quebrada. El cuerpo de Owen fue recibido por una multitud en su país. Su carroza fúnebre fue acompañada por cientos de personas. En 2002, 22 años después del golpe que terminó con la vida de Johnny, Lupe fue invitado por los padres del galés para develar una estatua en su honor. El mexicano fue recibido sin rencor y con los brazos abiertos por los habitantes de Merthyr Tydfil.
Después de la pelea contra Owen, Lupe Pintor defendió su título en varias partes del mundo contra boxeadores de Estados Unidos, Argentina, Venezuela, Japón y Corea del Sur. Ninguno de ellos pudo ganarle, hasta que llegó la pelea más dura de su carrera: el puertorriqueño Wilfredo Gómez.
El 3 de diciembre de 1982, el boricua noqueó al “Grillo de Cuajimalpa” en el round 14. Pero a pesar de resultar ganador, Wilfredo Gómez terminó con ambos ojos casi cerrados y la cara molida por los golpes. El duelo resultó tan impactante, que fue reconocido como la pelea de la década en la división supergallo por la revista The Ring.
Tres años después llegó la revancha para Lupe Pintor y consiguió el campeonato mundial supergallo contra Juan Meza en la Ciudad de México. Con ello, se proclamaba como el mejor del mundo en una nueva categoría. Pero meses más tarde fue vencido por el tailandés Samart Payakaroon en Bangkok.
Después de esa pelea, Lupe Pintor colgó los guantes por varios años, hasta que reapareció en 1994. Pero luego de unos meses tomó la decisión más difícil de su vida: el retiro.
Más de 20 años después, en junio de 2016, Lupe Pintor ingresó al Salón de la Fama del Boxeo en Nueva York. Ahí fue reconocido como una de las figuras más representativas del boxeo mundial. El niño de Cuajimalpa que soñaba con ser como “El Púas” Olivares por fin pudo alcanzar a su ídolo en uno de los recintos más importantes para el boxeo internacional.
Con 56 peleas ganadas, 42 por knockout, 14 derrotas y dos empates, José Guadalupe Pintor Guzmán logró lo que se propuso cuando recorría las calles de Cuajimalpa vendiendo nieves: pasar a la historia.
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