¿Qué tan trágico es que desaparezcan tradiciones, costumbres, oficios que eran tan nuestros y tuvieron que morir porque se volvieron insostenibles o tal vez ignorados? Es como si murieran las piñatas o las ofrendas de Día de Muertos, o nunca más se cantara un “Cielito Lindo” en los estadios, o un mariachi abandonara su traje típico y simplemente desaparecieran de Garibaldi… ¿Un México sin mariachi? Inimaginable, ¿verdad?
Eso nos lleva a pensar, ¿de quién depende que esas tradiciones y costumbres sobrevivan a través de los años?
Hay historias que deben ser contadas para no ser olvidadas, ésta es una de ellas.
Leonardo
Esta es la historia de Leonardo Trejo, de 45 años, un señor que trabaja como organillero desde hace 30 años. Heredó el oficio gracias a su abuelo, van tres generaciones de organilleros y hacer música les da vida, tanto como a las plazas, kioskos y parques de la Ciudad de México.
Empecé a los 15 a trabajar como organillero con mi abuelo —que en paz descanse— la verdad a mi no me gustó el estudio y mi papá me dijo: no quiero que andes de “huevón” en la calle, mejor vente a trabajar conmigo. Y pues me emocionaba ganar el dinero, yo estaba muy chamaco. Ya después me enamoré de ser organillero, de la música, de mi trabajo, la cultura, la tradición. Ahora soy casado, tengo tres hijos, y siempre he trabajado en esto.
Estoy para servirle a la gente, de repente pasan y me dan 5 centavos, o 10 centavos, pero yo no me enojo, porque no es su obligación darnos, la gente da para conservar la tradición más no es su obligación.
Mientras toca “Bésame mucho” en el Centro de Coyoacán, Leonardo recuerda las historias que le contaba su abuelo del organillo, esas cajas musicales, de más de 50 kilos que ellos andan cargando por las calles de la ciudad, ahora son más valiosas de lo que uno puede imaginarse porque ya no hay.
“A los adultos sí les gusta mucho la música todavía y la valoran, los jóvenes ya no, pasan y ni voltean, los niños sí son más curiosos y se acercan, pero sí hay que reconocer que poca gente valora la música del organillo”, admite Leonardo conmovido.
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La historia de los organilleros en México
Los organillos tienen su propia historia, llegaron a México de Alemania durante el Porfiriato, sobrevivieron a la Revolución Mexicana en donde sonaba “La Adelita” y “La Cucaracha”. Dejaron de fabricarse en Alemania luego de la Segunda Guerra Mundial y México los hizo suyos. Con el paso de los años se han agotado, tanto los organillos, como los organilleros. En nuestro país sólo quedan un poco más de cien.
“Antes sí había tiendas de organillos aquí en Puebla y Guadalajara, pero ahorita ya no hay. Hicieron 500 organillos con música mexicana, de esos ya sólo quedan 120 con música nuestra. Tienen grabadas “Las Mañanitas”, “El Barrilito” “No vale la pena”, y varias más, contó Leonardo.
Otros países como Chile y Guatemala siguen produciendo organillos, pero con su música, no mexicana. En nuestro país no hay tiendas que los reparen, tampoco materiales por lo que si se descomponen, los organilleros mismos los reparan.
Yo mismo los reparo, mi abuelo me enseñó. Un 70 % lo sé arreglar, hay que cuidarlo mucho, como siempre está a la intemperie hay que cuidarlo mucho, su único enemigo es la lluvia, y a las primeras gotitas me voy a cubrir a una marquesina.
La música lo cura todo
El trabajo de organillero es pesado, tanto como el aparato; ocho horas diario de pie, bajo el sol, para ganar un día bueno $500 pesos, un día malo $200. No obstante debe ser dividido entre 3 personas: el alquiler y dos organilleros por instrumento. Leonardo dice que el trabajo como organillero tienen cosas bonitas, como mirar a la gente y ser testigo de historias de amor como esta:
Hay cosas muy bonitas también que pasan en este trabajo. Un día un chavo vino llorando y me dijo: señor, ¿usted puede tocar a una casa? es que la verdad me pelee con mi novia, y nos gusta mucho esta música, yo no sé cómo contentarla, acompáñeme por favor. Yo la iba a dejar a una callecita en su casa, no sé bien en qué casa, pero por favor acompáñeme. Y ¿qué cree?, que sólo nos paramos en la calle sin saber qué casa era, la chava escuchó la música del organillo y salió llorando y claro que se contentaron.
Pasa de todo, como en todos lados, pero la música al final siempre será la mejor cura para el desamor y el caos que se vive a diario.
Ser organillero se hereda, Leo es la tercera generación y ya anda pensando a quién le va a regalar su organillo, pero no la tiene fácil.
Tengo dos hijas y un hijo de 19 años, sí le gusta, pero ya ve que a los muchachitos les da pena todo, y yo le digo que no debe darle pena, que debe sentirse orgulloso, se está ganando la vida honradamente, no está robando ni nada, pero así son los jóvenes de ahora.
Todo ha cambiado
Todo evoluciona y es necesario, no podemos atarnos al pasado, pero cuando de tradiciones se trata bien vale pensar en cómo conservarlas para que nuestros ojos no sean los últimos en conocerlas y no todo quede sólo en un museo, o en un: “te acuerdas que antes… te acuerdas que había… te acuerdas…”.
Con nostalgia Leonardo admite que la música ha cambiado mucho, y sabe que tal vez no quede mucho tiempo de esta tradición.
Ya ve que ahorita está mucho de moda el perreo, los chavos no están en la música clásica, puro punchis, punchis, esas canciones que tienen letras bien groseras. Yo creo que a esta tradición le quedan máximo 30 años, es muy triste, pero no se valora ya.
La Unión de Organilleros de la Ciudad de México ha luchado desde hace años para lograr ser reconocidos como patrimonio cultural inmaterial de la CDMX, con el objetivo de preservar el oficio, pero también de protección para los organilleros. Esto no se ha concretado, pero seguirán en la búsqueda para que esta tradición de generación en generación que se ha convertido en cultura popular de México viva y siga regalando música en las principales plazas de nuestra ciudad mientras disfrutas tu helado un domingo por la tarde.
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En tanto eso sucede, la próxima vez que escuches un organillero, disfrútalo, podría ser la última vez que lo gozan tus oídos.