Destino y puerto. Eso es la colonia Lechería para miles de migrantes centroamericanos que buscan llegar a los Estados Unidos y así cambiar su vida y la de sus familias que se quedaron kilómetros atrás. Es el destino del tren que viene del sur y es puerto donde sale el tren que va para el norte. La pequeña comunidad del municipio de Tultitlán en el estado de México es una parada obligada en la ruta a los dólares y al sueño americano.
Aunque oficialmente en México sólo existen dos trenes de pasajeros, el Chepe en Chihuahua y el Tequila Express en Jalisco, hay un tercero que también transporta personas pero sin comodidades y sin fines turísticos, lleva migrantes: La Bestia-Ferromex. A bordo de este tren hay frío nocturno, calor infernal diurno, hambre persistente, sed violenta y peligro latente, desde una caída hasta el agandalle de la Mara, la delincuencia organizada o la policía mexicana.
Entre vagones
La colonia Lechería se formó a finales de la década de 1960 y estos terrenos eran parte del Pueblo de San Francisco Chilpan; tomó su nombre de la Hacienda de Lechería con la que colindaba y que distribuía leche a nivel nacional. Todavía sobrevive en ruinas la Bodega de Carga, hasta donde llegaba el tren para transportar el producto.
Por la cercanía con zonas industriales, la colonia Lechería está rodeada por tres vías vivas de tren, y antes de la construcción del paso a desnivel en la calle 11 de Julio había momentos en que la población se quedaba encerrada hasta por dos horas sin poder llegar a la vía José López Portillo y la carretera Tlalnepantla-Cuautitlán. Algunos vecinos saltaban entre los vagones para salir de la colonia sorteando el riesgo de un movimiento brusco.
Punto de Encuentro
A Tultitlán llega el tren procedente de Tierra Blanca, Veracruz, y sale el que va Laredo, Texas. El punto más cercano entre esas dos vías es la colonia Lechería, donde se reúne un pedacito del continente americano, personas de distintas nacionalidades, nicaragüenses, hondureños, guatemaltecos, salvadoreños y mexicanos.
En la colonia es común ver caminar a migrantes centroamericanos, en parejas o en grupos de hasta de ocho. Piden una moneda a los transeúntes. Tocan las puertas de las casas que están a un costado de las vías para pedir agua o un taco. Se recuestan a dormir adelante del deportivo Centenario de la Revolución Mexicana.
A diario cruzan Lechería entre 100 y 150 migrantes. En la colonia 3 de cada 10 clientes de las tiendas, panaderías, tortillerías y recauderías son migrantes. Algunos negocios inflan sus precios de 3 a 5 pesos sólo porque los que compran no son mexicanos. Un kilo de tortillas a un migrante le cuesta $20 pesos. Otros vecinos entregan alimentos y agua de manera gratuita, en las medidas de sus posibilidades.
Con el paso de los años los vecinos aprendieron a arrullarse, dormir, despertar y entenderse con los silbidos de las locomotoras, los conocen tan bien que pueden identificar las horas del día tan sólo con escuchar el sonido de las máquinas.
La Casa de la discordia
En enero de 2009 el Salón Parroquial de la Iglesia de San José Obrero en la Cerrada de la Cruz se habilitó como la Casa del Migrante San Juan Diego a iniciativa del Padre Felipe. Un espacio para el descanso temporal y la alimentación de los centroamericanos en su trayecto a Estados Unidos.
La apertura del albergue dividió a los vecinos, unos aplaudían el gesto de solidaridad y otros lo rechazaban. Apoyos de organizaciones y fundaciones comenzaron a fluir para la Casa del Migrante, los vecinos veían llegar camionetas con alimentos.
El padre Felipe era apoyado por algunos vecinos del San Francisco Chilpan en el manejo de la Casa del Migrantes, estos últimos fueron abordados por colonos de Lechería quienes exigieron con bolsas de mandado en mano, que les hicieran una despensa quincenal con los productos que les llegaban para no manifestar su inconformidad por la estancia temporal de los viajeros centroamericanos en la colonia. Aceptaron para sacudirse la presión vecinal y realizaban la entrega en sigilo.
Dos años después el padre Hugo llegó a dirigir los destinos de la parroquia y el albergue para migrantes, al conocer la extorsión vecinal a cambio de silencio, canceló la distribución de los productos y determinó que todos los donativos serían para los migrantes.
La decisión del sacerdote desató el enojo de los que gozaban de la despensa gratuita y comenzaron los problemas. Corrieron rumores y chismes en la colonia de que el padre Hugo y su hermano se besaban con las mujeres migrantes en el albergue y que vendían los alimentos para beneficio personal.
Voces decían que los migrantes eran malvivientes y que asaltaban, que robaban la ropa de los tendederos hasta tanques de gas, que defecaban y paseaban desnudos por las calles a plena luz del día, que las mujeres centroamericanas seducían a los hombres de la colonia porque querían un marido mexicano. Todos chismes.
Lo cierto es que tras el cierre de la Casa del Migrante la inseguridad creció en Lechería y no por los migrantes, ya que se retiró el patrullaje que hacían la policía municipal, estatal y federal. De manera permanente en la colonia están dos patrullas pero con las llantas ponchadas, las unidades SPM-202 y PM-183.
Los dimes y diretes invadieron la colonia, los vecinos pidieron al presidente municipal de Tultitlán el cierre definitivo de la casa y en julio de 2012 ya no abrió más sus puertas. El refugio de migrantes se trasladó a Huehuetoca. Sin embargo, los migrantes aún buscan el albergue en Lechería, donde todavía el sacerdote de la Parroquia de San Judas Tadeo da alimentos por las mañanas. Los migrantes no hacen parada en Huehuetoca, porque para llegar tiene que tomar el tren que va a Laredo que ya lleva velocidad, por lo que descender es un riesgo y tendrían que volver subirse. Prefieren seguir arriba del tren.
Sólo pa’delante
Por un costado de la vía del tren caminan José Orlando y Goldiel detrás de otro grupo de siete migrantes. Llegan a la calle 11 de Julio y al ver a un transeúnte le piden una moneda, tras la indiferencia retoman el camino por la vía férrea. Tocan suplicantes la puerta de una vivienda que está a unos 30 metros de los durmientes del tren pero una canción de Los Temerarios que suena a un volumen tipo baile de feria impide que su llamado sea existente para los dueños ese domicilio.
Tanto José Orlando como Goldiel son originarios del pueblo de Urraco, en la alcaldía de El Progreso, Yoro, en Honduras y hace 10 días abandonaron su país para emprender la kilométrica y peligrosa travesía rumbo a los Estados Unidos.
José Orlando dejó atrás su vida de jornalero en una finca bananera propiedad de Tela Railroad Company, a su esposa y dos hijos en busca de un esperanza de cambiar la difícil vida que podía costear con su raquítico salario. Apenas juntos un dinero lo repartió para emprender el viaje: mil 500 lempiras para que la familia se alimente con arroz y frijol durante unas dos semanas y tres mil lempiras para emprender la aventura rumbo a Estados Unidos.
Por su parte, Goldiel atendía una bodega que vende frijol y arroz en el pueblo de Urraco. Cansado de un salario ofensivo y minúsculo que no le alcanzaba para ayudar a sus padres ni formar una familia, hace 15 días avisó en su casa que iría en busca de dólares y le respondieron: “que Dios te cuide”. Empacó dos pares de calcetines, pantalones, playeras, una chamarra y dos mil lempiras.
Los dos se conocieron el 10 de diciembre en el autobús que los llevó hasta Corinto, al ver las mochilas y la incertidumbre en la mirada, reconocieron que iban para Guatemala y luego a Tenosique, Tabasco, a subir al lomo metálico de “La Bestia”, por lo que decidieron ir juntos para cuidarse el uno al otro. Se turnaron para dormir y no caer del tren.
Antes de abordar el tren en Tenosique ya no tenían dinero, por eso antes tomaron agua y comieron en el albergue conocido como La 72. De ahí en adelante ha sido pedir una moneda para comprar alimentos en Veracruz y el estado de México.
José Orlando quiere llegar a Estados Unidos, trabajar en la pizca de algún campo, juntar el equivalente a unas 60 mil lempiras para regresar con su familia a Urraco a montar un taller de reparación de bicicletas y motocicletas, comenta: “vale la pena arriesgar la vida acá sino igual te mueres de hambre en Honduras”. Pero Goldiel dice: “a Honduras no quiero regresar porque está muy perro, yo quiero una vida americana”. Ahora en Lechería, buscan refugio y sombra debajo del puente del tren suburbano mientras esperan la noche para subir al tren de “Ferromex” rumbo a Laredo y seguir “sólo pa’ delante sin miedo y sin voltear”. Próxima parada Huehuetoca.