En La guerra de Los Zetas. Viaje por la frontera de la necropolítica, Diego Enrique Osorno le da la vuelta al tema del narcotráfico y sus consecuencias en la sociedad presentando la radiografía gestacional de Los Zetas durante el milenio que inició con un cambio de gobierno.
Le da la vuelta contando las historias mínimas (microhistorias) que van denotando la descomposición social y el recrudecimiento de la violencia a una velocidad de vértigo en lugares en los que, como la ciudad de Monterrey, parecía impensable.
Osorno le da la vuelta sin eludir la investigación de primera mano, sino dotando el recuento de un formato más propio del diario de viaje que transita por las carreteras más septentrionales de los estados fronterizos de Nuevo León y Tamaulipas, donde el control, da a entender el autor, va más allá del trasiego de estupefacientes y tiene que ver también con el control de instalaciones estratégicas.
Osorno le da la vuelta porque, como escribe Juan Villoro en el prólogo, su libro “contribuye a un viraje esencial en el manejo de la información: transforma los dispersos saldos del horror en un relato capaz de ser entendido”. Para lograr esa vuelta Osorno recurre a una voz propia en la que a la objetividad de la mirada periodística se le suma la mirada crítica de un testigo que persigue esos rastros que ha dejado el horror del que hablaba Villoro.
Le da la vuelta al tema dejando de lado el ejecutómetro al que tuvieron que recurrir los diarios para realizar una serie de crónicas en deuda con el periodismo narrativo y sagaces en su forma de encontrar los puntos de inflexión que precisamente por su particularidad evidencian las dimensiones del problema y recuentan una de las aristas de la guerra del narco. Le da la vuelta presentando información que revela el ascenso vertiginoso de Los Zetas para pasar de un rumor a la consolidación de una banda formada por ex militares (nombrados y minibiografiados en el apéndice “Los treinta y un zetas originales”) a la que, curiosamente, no han podido definir sus combatientes gubernamentales.
Le da la vuelta por la manera como enfatiza en las ironías (los muertos de la Hacienda Calderón) y las peculiaridades del despegue desmesurado de Los Zetas en apenas tres años. Le da la vuelta porque explica y se detiene concienzudamente en su afán por entender –y hacernos entender– un fenómeno aparentemente inexplicable al que el gobierno decidió responder como si estuviera en una situación de guerra presentándonos así, en toda forma, su tesis de la necropolítica.
La guerra de Los Zetas. Viaje por la frontera de la necropolítica
Diego Enrique Osorno
Grijalbo
350 págs.