Hace un par de semanas, comenzó a circular en librerías La felicidad de los perros del terremoto, la novela más reciente de Gabriel Rodríguez Liceaga. El libro, delirante y muy divertido, es protagonizado por Luis Pastrana, un publicista que se ve obligado a viajar hasta la ciudad de Kodiak, en Alaska, donde se realizará, debido a una promoción inusual, un concierto de Biutiful, el reguetonero de moda. El pequeño problema es que Pastrana acaba de enterarse de la razón por la que la mujer que más ha amado en su vida lo abandonó: ella estaba embarazada y ese hijo acaba de morir.
¿Cómo surgió la idea de la novela?
La felicidad de los perros del terremoto está completamente basada en algo que sí le ocurrió al rapero Pitbull, a Mr. Worldwide, pero a él le pasó con Walmart y en mi novela es con Pepsi. La cadena de supermercados hizo este concurso para ver qué ciudad ganaba más votos y la triunfador fue Kodiak, en Alaska. Fue una nota chiquita. Incluso me costó darle seguimiento, porque tiene más de cuatro años. Quizás más. Yo la vi y me pareció interesantísimo esa posibilidad de poder mandar a un famoso al lugar más lejano del continente, y yo pensé que ahí había un cuento. Yo empecé a escribirlo en forma de cuento, nada más con esa anécdota pequeña, pero la trama fue creciendo, y fue cuando decidí meter todas estas subtramas que acompañan a la novela. Hay un video de cómo estuvo Pitbull en Kodiak. Realmente él no dio un concierto, solamente fue a recoger las llaves de la ciudad y se regresó. Ese fue el origen de la novela en el sentido estricto; en el sentido literario se me hacía muy interesante escribir la historia de un reguetonero, estos individuos que forman parte de nuestro día a día. Así como antes decía que no podías salir de tu casa sin encontrarte con una Marilyn Monroe, y después se volvieron los Minions, ahora es el reguetón. Es nuestra banda sonora, aunque no nos guste o no queramos.
Justamente te quería preguntar sobre el proceso de escritura, porque parecieran cuentos o fragmentos que uniste.
Esta trama siempre estuvo planteada como una novela, pero creo que sí es un hecho que el género en el que yo mejor me siento es el cuentístico. En mi novela anterior, Aquí había una frontera, mi parte favorita es justo la que funciona como una historia aparte. Si yo saco esas 15 páginas y las vendo como un cuento, funcionan. Entonces, teniendo un poco eso en mente, traté de que esta novela tuviera una estructura, si bien no de cuentos, sí como una fragmentación, de manera que cada capítulo funcione y sea pertinente dentro de sí mismo, hable de un personaje. En un cuento, un personaje tiene que salir diferente de como entró, y traté de que esa misma estructura acompañara cada uno de los capítulos y fuera sumando en este muégano extraño de historias que empiezan muy caóticas, se anudan, y luego se sueltan.
Me llama mucho la atención que, a lo largo de toda la novela, destaca mucho qué tan importante es para ti la historia que estás contando y sus personajes, pero también cómo lo estás contando. Eres muy detallista.
Siempre he pensado que a los nuevos escritores no está malacostumbrando Word, porque, para empezar, no guardamos registro de los cambios. Es muy fácil modificar una palabra, una oración, y no queda un registro por capas de las modificaciones, que eso quizás justifique la extraordinaria prosa de nuestros amigos del siglo pasado, que hacían manuscritos, tomaban notas. En cambio ahora vivimos en un tiempo en el que Office nos ha facilitado mucho la escritura, pero nos vuelve mañosos. Porque siempre que tú te metes a Word te sale la página inicial del documento, y esto, me temo, está haciendo primeras páginas muy buenas de novelas que se van perdiendo. No digo que sea una realidad contundente, lo que sí digo es que a mí me da miedo que me pase, y trato de cuidar todas las páginas. Cada una la escribo como si fuera la primera. Soy medio degenerado en ese sentido, porque cuando estoy escribiendo una novela y me dedico a ello por completo, mi pantalla tiene cinco archivos de Word abiertos, y en uno voy marcando los cambios importantes que hago y en otro hago un listado de cosas que me resulta importante recordar por cada personaje. Y es que tú tienes que ser el primero que ponga atención a sus personajes. Hay muchas novelas actuales que, cuando las lees, piensas que el autor no puso cuidado a su trabajo. Pareciera que ellos no son sus primeros lectores.
La literatura mexicana es rica en humor, sarcasmo, ironía y sátira, y esta obra es prueba de ello. ¿Por qué crees que nos gusta tanto burlarnos de nuestra realidad?
Yo creo que esa es una de las mentiras capitales de la mexicanidad: que nos reímos de todo. Mi parte favorita indiscutiblemente de Noticias del imperio, del maestro Del Paso, es cuando él está proponiendo a su gabinete militar que hagan un ejército, y todos se botan de la risa, entonces el emperador decide ponerse a diseñar uniformes en vez de prepararnos. Sí creo que las fundaciones de nuestra identidad nacional sí tienen un porcentaje inmenso de pitorreo. Yo no creo que nos guste burlarnos, más bien estamos en un completo delirio. Ese es nuestro día a día constante. Y de alguna manera, esta novela también es bastante delirante. Pasan cosas terribles: en las primeras páginas hay acoso callejero, maltrato animal. Hay una bola de cosas monstruosas que yo evidentemente señalo que no están bien como sociedad, pero que incluso dentro de mi forma de narrar trato de señalarlas desde la carcajada. No quiero cambiar absolutamente nada. Yo creo que la literatura existe para subrayar todo lo que está mal en el corazón del hombre, en el alma humana. Es lo que pretendo en este libro.
En la novela, Luciana, uno de los personajes, presenta en un taller literario un poema que es muy criticado por estar muy vinculado con el presente. Y justo me pareció que La felicidad de los perros del terremoto es un libro muy actual y que está muy atada al momento y al lugar. ¿No te preocupo que fuera a ser difícil de entender para lectores de otras partes y otros tiempos?
Te respondería en dos partes. Si mal no recuerdo, a esta chica le critican que mete arrobas en su texto y que pone cosas como “wifi”. Eso está basado completamente en hechos reales. Yo me acuerdo que cuando tomaba talleres de creación literaria y alguien ponía un hashtag como parte del cuerpo literario a mí me salía sarpullido. Porque pensaba que la literatura no es retuitear, no es @hotmail. Eso pensaba un Gabriel joven. Ahora pienso todo lo contrario. Creo que esas son las herramientas con las que contamos. Sí me da mucho miedo que esta novela deje de tener sentido en la posteridad, pero he hecho otras obras que no van por ahí. Ya lo he dicho: si mandan un meme al espacio, el mejor meme que veamos tú y yo hoy, los aliens que se lo encuentren van a preguntarse qué clase de especie degenerada somos. Los memes son cosas que son graciosas, ingeniosas y brillantes, que comunican en ese momento, pero están cargados de significados que mañana pueden cambiar. El gatito majadero con la chica que le está reclamando no es gracioso. Es como si se hubiera institucionalizado que nos den risa las cosas que no son graciosas. Es la normalización de la estupidez. Y me da miedo que mi novela opere por ahí. Sin embargo creo que, como todo sarcasmo, cualquier creación humorística y sarcástica que opere en este sentido, tiene que hablar de las cosas que son de vida o muerte, y a final de cuentas mi novela es sobre la paternidad, es sobre las estructuras masculinas fallidas. Espero que esto no se use en mi contra, pero yo siempre había querido escribir una novela cuyo clímax fuese la escena de un hombre contaminando un paisaje hermoso. Me parece el clímax de la chilangués. Salimos de esta ciudad y queremos ir a contaminar el mundo. No se puede huir de esto. Creo que en el fondo, a pesar de que sí me agarro de mails, de retuits, las primeras 60 páginas son la historia de un retuit (que copié en muchos sentidos el inicio de Rojo y negro, de Stendhal, al final sí estoy poniendo mis cosas pero estoy tomando estructuras de literatura clásica, que amo). El nervio de mi novela es la aventura humana. Es lo que ya llevan miles de escritores mejores que yo contando a lo largo de libros sepultados por el tiempo. No me da miedo, pero sí me pregunto si le hará sentido a la gente de hoy en día.
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La Ciudad de México aparece en el libro más que como un escenario como un personaje que influye y se burla de la gente.
Es muy chistoso. Todo lo que he escrito hasta ahora tiende a la ciudad como personaje, como entorno y como cielo que oprime. Es un delirio. Esta ciudad es inhabitable y sin embargo la amamos y hay una revista que conmemora la chilangués. A mí me da mucha risa porque en esos conteos como “Los mejores 10 pambazos de la Ciudad de México”, hay una necesidad de estructurar este caos. Creo que todos los amantes y ciudadanos de esta capital quisiéramos que hubiera en algún momento orden. Estamos aspirando a un orden que es imposible, y narrativamente eso es interesantísimo. Toda mi literatura hasta ahora aspiraba a hacer cantos de amor hacia la Ciudad de México, y creo que ya me hace falta salir de esos temas. Creo que a mi trabajo le va a hacer mucho bien que yo ya deje de hablar de la ciudad. Por eso mandé al personaje a Alaska. ¿Qué hay más lejano? Yo no conozco Alaska. La ciudad a la que van la recorrí en Google Maps, con el Street View. Traté de ir, pero es carísimo. Estuve leyendo muchísimo. Lo que estoy escribiendo ahora es una novela que implica que viaje por todo el país. Entonces veo en mí una necesidad ya muy clara de que necesito empezar a escribir fuera de la CDMX. En esta, todavía la parte central es de lo que me gusta escribir, que es una borrachera en Coapa y luego en el Centro y luego en Garibaldi. Y esas odiseas etílicas a mí me fascinan. Sí son una obsesión que tengo. Aquí puse una. La reduje mucho. En el texto original, mi editora, que me parece que hizo un trabajo sobresaliente, me dijo que la recortara, porque se podía caer si la alargaba más. Y de alguna forma mi novela anterior fue una borrachera de 300 páginas.
Has sido crítico sobre internet y las redes sociales, y en esta novela también hay algo sobre eso. Pero, por otra parte, tú eres muy activo en Twitter y Facebook. ¿Qué es lo mejor que ofrece la red y lo peor?
Creo que es complicado. Somos parte de una generación de seres humanos que tuvieron una infancia y, quizás juventud, sin internet, y de pronto el mundo cambió de golpe y yo puedo ver ahorita unos murales hermosos que hicieron anoche en Holanda o puedo ver a un niño que se cayó en Culiacán ayer. Internet cambió el mundo por completo. Y nosotros estos hombres entre siglos que se quedaron en medio. Yo cuando era joven, mi papá me preguntaba qué quería de cumpleaños, y yo le pedía casetes VHS vírgenes, porque grababa Caballeros del Zodiaco. Y yo sentía que si yo no guardaba esta caricatura, no lo iba a hacer nadie. Yo me subí a una especie de “memoria de la tribu”. Y entonces llega mi adultez, mis 34 años, y todo Caballeros del Zodiaco está en YouTube, y no solo eso, después está en Netflix. Es decir que mi trabajo como memoria de la tribu fue pisoteado. La tecnología borró todos mis anhelos de posteridad. Es interesante porque uno está en medio. Y yo creo que todo esto que nos está ocurriendo es material de literatura, material de sueños. Hay que agarrar todo esto como herramienta para contar historias nuevas. Es chistoso porque sí, en efecto, me la paso tirándole mala onda a las redes sociales y me acuerdo de que alguna vez escribí un texto cuando los emojis todavía no eran dibujados sino solamente símbolos de puntuación, y decía que eso no podía ser toda la felicidad del mundo o que mi tristeza no cabía en tres símbolos ortográficos. Pero se nos vino todo encima, todo se modificó y todo se está modificando. Y creo que es nuestra responsabilidad, a partir de todo esto, ponerle cierto freno, porque es muy vertiginoso, y tratar de sacar historias como esta que yo quise escribir. Y sobre lo otro que mencionabas, es muy triste, porque las redes sociales nos han vuelto a los escritores, o a los artistas, o a todos, nuestros propios relacionistas públicos, agentes, publicistas, medios… Somos nuestro propio medio ya. Entonces yo no podría ser malagradecido con las redes sociales porque fueron la herramienta que utilicé para darme a conocer como autor. Yo tenía mi blog, después la cuenta de Twitter, en la que tengo mi bloque de lectores.
Las redes sociales nos han hecho menos racionales y más instintivos. Un día, un perrito se convierte en una estrella mundial y todo el mundo lo sigue, y tiempo después se convierte en villano y todo mundo lo odia. ¿Crees que es parte de la naturaleza humana o que las redes sociales nos deshumanizan y nos entorpecen?
Yo creo que la humanidad está deshumanizada por definición. Quizás ahora es más rápido. Andy Warhol dijo que todos aspiramos a 15 minutos de fama, y ahora aspirar a ese tiempo es un anhelo inalcanzable. Ahora las famas son muy pasajeras. Darle fama a los ineptos, a la gente que no tiene nada que decir, conmemorar la estupidez, siempre ha existido. Lo que pasa es que ahora el frenesí lo vuelve más palpable y olvidable. Y estamos todos en esto. En cualquier momento a uno le cae la “Santa Inquisición” de internet. Yo espero que eso nos vuelva más sensatos, porque la posibilidad de que tu opinión de cualquier película quepa en un determinado número de caracteres es primorosa y nos educa a pensar en forma de esos caracteres. Pero hay que tener cuidado. Es muy gracioso porque, por ejemplo, qué sabemos de Gandhi, ¿unas 15 frases que dijo? Sí tú pones “frases de Gandhi”, ese es su legado. Y de alguna manera esa misma forma de resumir a un hombre en una línea es lo que estamos haciendo de nuestro día a día, de nuestras opiniones, de lo que sentimos, resumido o encapsulado en pequeñas líneas. Nos estamos volviendo nuestro propio rasero de vida.
La publicidad es otro de los temas de la novela. Nos educan inconscientemente y nos dicen cómo debemos sentirnos, qué debemos tener y a qué debemos aspirar. Pero, ¿se le responsabiliza lo suficiente cuando las cosas salen mal?
Yo llevo 17 años siendo publicista. Quizás por eso escribí sobre eso, porque es un tema que conozco bien y es mi día a día. Y se prestaba para la historia. Cuando estaba chavo estudié un poquito de publicidad en una escuela que ahora es un centro de yoga, y te enseñaban mucho esta onda de que la publicidad era para engañar, para crear necesidades a la gente. Después, ya que estuve en agencias, en varias se trataba de no mentir. Luego la regla se volvió no aburrir a la audiencia. Y ahora quién sabe qué sea. Ya las marcas nos alburean, nos tratan de tarados. Tiene mucho que no veo a una marca que me trate como humano. Es muy chistoso en lo que se ha vuelto la publicidad. La publicidad está queriéndose agarrar con las uñas de la historia humana, pero a la historia humana no le interesa la publicidad. La publicidad sigue siendo como los testigos de Jehová que llegan y te tocan a la puerta cuando estás viendo a los Pumas, o sea una interrupción constante.
Se piensa que si no tenemos hijos no trascenderemos en la historia y nadie nos recordará cuando estemos muertos. ¿La paternidad no debería de estar motivada por algo mucho más profundo y menos egoísta?
Completamente de acuerdo. El licenciado José Vasconcelos, en el Ulises criollo, dice que el único verdadero pecado es traer al mundo hijos sin amor. Es muy bello lo que dice y estoy muy de acuerdo. No quiero decir que seamos una raza de no deseados, pero nos comportamos como tal. Las estructuras familiares se perciben ya fallidas. Como que caducó todo lo que nos volvía algo. La búsqueda degenerada del amor, por ejemplo. Yo siento que todos salimos de nuestras casas esperando amar o que nos amen, en vez de tratar de ser honorables o de construir una ética propia. Hay un muégano de sentimientos y aspiraciones humanas adormecidas en el hombre del siglo XXI.
La paternidad es un tema recurrente en tu obra. ¿Qué es lo que te obsesiona del tema?
Todas mis novelas hablan de eso. Balas en los ojos es sobre una mujer que se quita la vida y destruye todas sus pinturas, así que su hijo está buscando la única que existe; El siglo de las mujeres es sobre dos hermanas que intercambian padres y los salen a buscar tratando de encontrar el origen de su dolor; y Aquí había una frontera es sobre una chava que queda embarazada en coma y nadie sabe quién es el padre. Y la nueva que estoy escribiendo ahorita es sobre la orfandad de Dios; o sea es sobre la muerte de mi padre y sobre cómo no tengo un Dios padre a quien rezarle por la pérdida del mío. Mis obsesiones son muy claras. Sí tengo una onda con el tema de la paternidad, de la reproducción, del orden humano. Yo creo que si a algo vinimos al mundo es a salir corriendo del planeta Tierra y a reproducirnos, es así de fácil. No vinimos a hacer novelas ni a trabajar para periódicos. Estas historias me encantan. Incluso si hago un análisis de mis películas favoritas o mis novelas, todos van por ahí. Mis cuentos sí son más sobre otros temas, anécdotas de otra índole, pero siempre que quiero escribir a largo aliento termino en estas cosas. Uno se acaba psicoanalizando construyendo una carrera literaria.
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Y si tuvieras que hacer el árbol genealógico de La felicidad de los perros del terremoto, ¿qué libros serían sus padres, sus tíos, sus abuelos…?
Bueno, naturalmente Stendhal, toda la primera parte es muy Rojo y negro. El cine de Michel Haneke me encanta. Todas sus películas tienen un momento en el que no sabes lo que estás viendo: si se trata de la película o de la película siendo filmada. Juega mucho con los formatos y yo traté eso un poco. También están Eric André y Miguel Noguera. Es complicado porque esta es la más atípica de mis novelas, con las otras lo tenía muy claro. Lo que sí sé es que esta yo siempre la concebí como una novela de estructura; sí quise experimentar en la forma de contar lo que pasa. Hay un cineasta griego que murió en 2012, Theo Angelopoulos; él filmó todas las historias que yo quería contar. De alguna manera la parte de Alaska está muy basada en él. Mi familia de esta novela está más cerca del cine. Eso nos está pasando a todos los escritores de este momento.