Empezó, por borracho, a insultar a los comensales de la mesa de a lado. Les dijo, palabras más y palabras menos, que deberían de estar muertos. Que deberían de meterlos a una cámara de gas y matarlos de ése modo. Que amaba a Hitler. Que eso merecían personas "como ellos".
Confundidos, lo filmaron. El encuadre a la cara alcholizada de Galliano es perfecto. Está perdido, confundido. Recordé una anécdota distinta de Bryan Ferry.
Una anécdota distinta de Bryan Ferry
Fue el líder de Roxy Music y la quintaesencia del cool inglés durante años. Es un hombre guapo, goza de una voz privilegiada y estalla en elegancia. Del glam que lo caracterizó de inicio, pasó a grabar decadentes baladas románticas. Un enorme personaje, un esteta.
Su amor por la belleza lo llevó a decir alguna vez que los Nazis eran grandes productores de la imagen. Habló con admiración de Albert Speer, arquitecto del régimen nacionalsocialista, y de Leni Riefenstah, su cinematógrafo de cabecera. Las críticas le llovieron. Él no supo si disculparse.
Speer es tan buen arquitecto como Riefenstahl cineasta, no hay duda de ello. Pero si hablamos de Europa, estos temas siguen en el tintero del tabú. Tampoco hay duda de ello.
Regresamos a Galliano
La diferencia es abismal. Ferry entendía que su elección era estética, importaba poco la política y el racismo, y tiene razón. La imagen gráfica del nacionalsocialismo es extraordinaria. Impacta, es elegante y sencilla, sublima cualquier ejercicio del poder.
John Galliano, en cambio, es un borracho racista. Ya había sido castigado por lo mismo hace unos meses. Mandó matar a la gente que lo acompañaba en el restaurante. No puede defenderse. No hizo nada justificable. Resulta un idiota. Un ridículo. Un borracho racista.
El tabú
Podríamos decir que el tabú del Nazismo pesa mucho en las sociedades europeas. Justificable o no, censura todavía cualquier expresión referente a un régimen responsable por 10 millones de muertos.
Como censura, a veces aplica. Galliano es un personaje tan efímero como una colección de prendas. Albert Speer y Leni Riefenstah, en cambio, perduran en nuestra memoria como riesgosos maestros de sus respectivas disciplinas.