La necesidad de apreciar la diversidad, según Guadalupe Nettel
Platicamos con la escritora mexicana a propósito de la publicación de "La hija única", su novela más reciente
Por: Fernando Hernández Urías
A seis años de la publicación de Después del invierno, por la cual obtuvo el Premio Herralde de Novela en 2014, Guadalupe Nettel está de vuelta en las librerías con La hija única. El libro, inspirado en un hecho que le ocurrió a una amiga de la escritora mexicana, narra la historia de Alina, una mujer que durante toda su vida está convencida de no querer ser madre, y, sin embargo, cambia de opinión solamente para descubrir que la hija que viene en camino no podrá sobrevivir al nacimiento.
La narradora es Laura, otra mujer convencida de no querer ser madre a quien la vida insiste en confrontar con la maternidad en distintas formas: unas palomas dejan un huevo en el patio de su casa y es ella quien tiene que hacerse responsable de él por algún tiempo; sus vecinos, Doris y Nicolás, madre e hijo, respectivamente, quienes no atraviesan por un buen momento familiar; y con su propia madre, de quien se ha ido distanciando lentamente.
Escrita con mucha sensibilidad y una sencillez envidiable que no le resta profundidad, La hija única es una historia sobre la maternidad, pero también sobre lo que representa ser hijo, sobre la necesidad de comprender, abrazar y disfrutar la diversidad, y sobre la importancia de responsabilizarnos del cuidado de las personas que nos rodean.
Entiendo que partes de lo que le ocurrió a una amiga tuya, pero ¿qué fue lo que más te interesó o te atrapó del tema y la historia?
Siempre me ha interesado el tema de la anomalía, de la excepción. Como si los seres humanos fuéramos productos en serie, que hace una fábrica de forma estandarizada, y que de repente, cuando alguien nace diferente, es toda una especie de tragedia. He tratado ese tema en otros de mis libros, de forma testimonial o de forma distinta, pero esto es todavía más radical porque estamos hablando de alguien con una diversidad funcional muchísimo más grande que las que pueden ocurrir con mayor frecuencia. Esto era algo más excepcional. Y quería poner sobre la mesa algo que normalmente suele esconderse que es esto, cuando nace un niño con discapacidad neuronal grave. Me parece que hay que darle visibilidad a ese tipo de historias y que la gente sepa por donde pasaron las personas o por qué etapas deben pasar las personas que viven algo así. Que no son pocas. Yo creo que en cada familia hay alguien con diversidad neurológica.
¿Se siente alguna “responsabilidad” al escribir una historia tan cercana y real? ¿Hizo que el proceso de escritura fuera distinto al de tus otras novelas?
Sí, totalmente. Porque justo esa responsabilidad limita de alguna manera la libertad. A pesar de que yo tenía la autorización para inventar lo que quisiera, por el bien de la novela, sí me sentía responsable de no modificar demasiado la historia. No intervenirla de manera que la cambiara. Porque me gustaba como ocurrió. Me parecía que era algo que había que respetar, con toda su lógica interna, con todas sus contradicciones. Entonces traté de intervenirla lo menos posible. Pero sí construí otro relato paralelo que es completamente inventado y fue como trabajar con dos registros: uno casi periodístico, que fue hecho a través de entrevistas, como una crónica, y luego el otro, el registro ficcional. Eso fue muy interesante para mí. Fue algo inédito que nunca había hecho.
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¿En algún momento anterior te planteaste la posibilidad de escribir sobre la maternidad?
En un cuento que se llama “El matrimonio de los peces rojos”, que da título a uno de mis libros de relatos, ya hablo de la maternidad. Y también en otro cuento que se llama “Felina”. Pero esta novela yo no tenía planeado que fuera sobre la maternidad. No era para mí el tema principal. Pero empezaron a llegar historias así, aparecieron unas palomas en el balcón, luego escuchar historias de otras madres que habían pasado por cosas semejantes, y poco a poco ese tema fue parasitando la novela. Se fue apropiando de esas páginas, aunque yo no lo tenía para nada previsto.
¿Qué tanto hay de ti en Laura, la narradora del libro?
Quería que esa narradora en primera persona fuera distinta a mí, porque ya había escrito varias novelas autobiográficas y estaba cansada de estar hablando de mí misma. Fue muy liberador tener una narradora en primera persona que no era yo. Que no se parecía a mí, porque yo tengo dos hijos y Laura no quiere tener hijos. Pero siempre hay algo de uno en cada personaje que uno construye. La propia Alina debe tener algo mío, aunque no me dé cuenta.
Justamente en otra entrevista leí que tienes dos hijos, y quería preguntarte qué es la maternidad para ti.
Justo lo que trato de explicar en este libro es que no hay una maternidad. Ni siquiera la maternidad de cada hijo es igual. Cada uno de nuestros hijos nace en condiciones diferentes y uno se relaciona distinto con cada hijo. Entonces no puedo hablar en general de la maternidad, ni dar una definición de ella.
Hay muchísimos tipos de maternidad (y en la novela se retratan varios), pero se nos insiste en idealizar solo una, ¿por qué nos cuesta trabajo aceptar la diversidad?
En general, ¿verdad? Es una muy buena pregunta. Yo creo que es un tema de educación. Es más fácil controlar a un pueblo si lo formateamos y tratamos de uniformizarlo. Y nos tragamos ese cuento de que debemos responder a un canon. Y estamos con esa idea de que todos debemos de ser flacos, altos, todos debemos ser de ciertas formas, reaccionar igual ante ciertas cosas. En vez de aceptar nuestra diversidad como algo, en primer lugar, natural, porque si miras la naturaleza todo es absolutamente diverso. En donde quiera que lo veas. Por ejemplo, hablando de la maternidad, la forma en que los animales crían a sus crías es muy distinta. Hay especies que lo hacen de forma colectiva, hay especies donde es el macho que se ocupa de las crías, hay especies que se auto engendran, hay especies que abandonan a los críos apenas nacen, hay especies que los cuidan varios años. Y dentro de esas especies también se dan casos distintos. Yo creo que la naturaleza es nuestra primera escuela de aceptación de la diversidad y que además no solamente se trata de aceptarla sino de disfrutarla, desearla, apreciarla. Yo creo que eso es lo que tenemos que hacer: aprender a apreciarla. Que es una de las cosas que me conmovieron de esta historia: cómo Alina logra apreciar a su hija y conocerla tal y como es. La maternidad también es muy diversa y sería bueno no juzgarla a partir de un ideal absolutamente inalcanzable. Las madres perfectas no existen, pero tampoco existen las madres imperfectas. Somos las madres que podemos ser, y yo creo que cada quien es la mejor madre que puede ser. Algunas no se permiten o no les es posible ser tan amorosas u ocuparse tanto de los hijos, y bueno, somos parte de la naturaleza.
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No se suele hablar mucho sobre las dificultades que implica ser madre. Por un lado, está el retrato de una relación dispar (o de incomprensión) entre madres e hijos (Doris y Nicolás, y Laura y su mamá); por otro lado, parece que la maternidad obliga a hacer sacrificios. ¿Por qué crees que, por lo general, se omite hablar o retratar este tipo de situaciones?
Se fue convirtiendo en un tabú justamente yo creo que para que las mujeres no se fueran sintiendo desalentadas a ser madres. Porque este tipo de cosas, por lo menos cuando yo me convertí en madre, no las hablaba nadie. Era un secreto. Y solamente se hablaba de estos temas entre personas que ya habían sido madres, y ya habían pasado por eso. Y ellas no lo comentaban con otras personas por miedo a ser juzgadas también. Pero ahora justamente hay todo un movimiento de visibilización también de lo que implica ser madre, y que no es nada fácil. Es un cambio radical de vida. Y además la sociedad nos ha dejado siempre a las mujeres esta carga. Si se trata de prolongar la vida de la especie, o de garantizar su supervivencia, deberíamos de hacerlo entre todos. No solamente enjaretárselo a las mujeres o a un miembro de la pareja. Sino hacerlo casi de forma colectiva. Ni siquiera dejárselo a dos individuos, sino a más gente. Hacerlo de una forma más colectiva, más grupal.
Una situación que me llamó la atención es que, aunque Laura no quiere ser madre, termina convirtiéndose en una figura “protectora” de Nicolás, Doris, Alina, incluso del pequeño huevo que hay en un nido en su casa. Parece que la idea es que la crianza debe de ser algo colectivo o que se podría enriquecer si otras figuras participan en ella.
Sí, totalmente, yo creo que sí. Y también la gente que no quiere ser madre puede relacionarse con hijos ajenos y ayudar a esas personas que están en la difícil labor de crianza. Pero también habla del cuidado del otro. El cuidado de la amiga, de la otra amiga. Eso es algo que no solamente las personas que son madres pueden vivirlo. Tarde o temprano todos tenemos que cuidar de algún pariente, abuela, padre, tía, y es una de las experiencias humanas más difíciles, pero también más satisfactorias. Pero también, darse cuenta otra vez de que es importante no dejarle ni a las mujeres, que es a quienes suele enjaretárseles este trabajo, ni menospreciarlo. Es un trabajo. Por eso se le paga a las enfermeras y a las cuidadoras. Porque es un trabajo. Por algo se le paga a las niñeras. Es un trabajo que suele no estar remunerado, y es importante darle su justo valor.
¿Por qué crees que el tema de la maternidad es visto de forma drástica?
Aquí el personaje de Alina primero está en el plan de que nunca quiere tener hijos y después cambia de opinión y la tiene. Y decide ser madre, pero ya muy consciente de esa decisión. No sé, hay de todo. Hay gente que se ocupa de los hijos de otros. Tías que están muy presentes, que cuidan aparte de sus hijos a otros ajenos. Creo que se puede ser madre sustituta también. O ser una madre reproductora, pero que no quiere encargarse de la crianza, como las hembras del cucú. También conozco mujeres que han tenido hijos, pero no les ha dado la vida para ocuparse de ellos.