Diosa, musa e inspiración era Gala para Salvador Dalí, indispensable como madre protectora, cómplice incondicional, tutora artística y feroz amante.
Gala se convirtió en el universo personal y artístico de Salvador Dalí. Poseedora de una gran belleza sexual, un espíritu indomable y un seco carácter agridulce. Gala se instituyó en Diosa y demonio. Un amor que duró más de cinco décadas.
Salvador Dalí, el hombre de los bigotes afilados, imperialistas, ultrarracionalistas y que apuntaban al cielo, parafraseó a Nietzsche para definir la importancia de Gala: “mi superhombre estaba destinado a ser nada menos que una mujer, la supermujer Gala”.
Ella estaba casada con el poeta Paul Éluard y era amante de Max Ernst. Con Dalí fue un amor a primera vista aquel verano de 1929. Calculó que sería un romance pasajero, pero se divorció. La vida del pintor catalán y la de Gala fueron casi paralelas, excepto por las aventuras sexuales de las que ella gozaba con el conocimiento pleno de Dalí.
Era la responsable de animarlo y hacerle creer en su portentoso talento, genialidad y desfachatez. Así era la implacable personalidad de Gala, le exigía mucho a Dalí, que la hiciera soñar, que la hechizara, que la hiciera volar y les pedía que se superara.
Idolatría, devoción y fe exenta de dudas sentía Dalí por ella, “Gala siempre tendrá razón en lo que se refiere a mi porvenir”. Lo llamaba cariñosa y maternalmente pequeño Dalí. Gala era la guía, camino y destino en el arte Dalí, cuando pintó El juego lúgubre ella “desaprobó mi obra con un ardor que aquel día me exasperó, pero que después he aprendido a reverenciar”.
El pintor catalán se desvivía en adjetivos y acciones para demostrarle a ella su fidelidad absoluta, lealtad incorruptible y servilismo amoroso, por ejemplo el 6 de julio de 1952 cuando caminaban por la playa de Napoles, Dalí se arrodilló para agradecerle a Dios de que Gala era un “ser tan hermoso como los que adornan los lienzos de Rafael”. Incluso cambió la firmar de sus cuadros: Dalí-Gala.
Un hombre egolatra que aseguraba con arrogancia y pedantería que estaba destinado a “salvar” la pintura de la pereza moderna y del caos. Decía que los acontecimientos más importantes que le podían pasar a un pintor contemporáneo era dos: ser español y llamarse Gala Salvador Dalí. Su producción artística estuvo íntimamente ligada a las decisiones de ella.
También estaba en sus sueños y pesadillas, el artista relató en Diario de un genio: “sueño con dos caballeros…Los dos caballeros son Dalí. Uno es el Dalí de Gala, el otro es un Dalí que nunca la hubiera conocido”.
Después una pelea llena de insultos y reproches donde ella le exigía privacidad, autonomía y amenazaba con irse a otro país, Dalí le obsequio el Castillo de Púbol, a unos 60 kilómetros de su casa en Portlligart. Gala le hace prometer al artista que no puede poner un pie en el castillo si ella no lo invita por escrito. Dalí aceptó. La pasión entre ambos comenzó a desmoronarse cuando Gala se enamora de Jeff Fenholt protagonista de la opera Jesucristo Superestrella, se convierte en su mecenas y le regala una Mansión en Long Insland. Dalí se dejaba mimar por la rusa Amanda.
Aún entre las peleas, el resentimiento y los celos, Gala le prohibía a Dalí regalar cualquiera de sus obras o firmar algún libro a un amigo. Hicieron un pacto para mantenerse juntos. Ella murió el 10 de junio de 1982 y todo cambió.
Dalí se decía preparado para la pérdida de su amada: “si Gala muriera, me sería terriblemente aceptarlo. No sé cómo me las arreglaría. Pero lo conseguiría y hasta seguiría disfrutando de la vida, porque mi amor a la vida es más fuere que todo”. No lo pudo soportar, dejó de comer, insultaba y escupía a las enfermeras que lo cuidaban, quedó reducido a un genio ansioso, envejecido y endemoniado. No resistió la ausencia del amor protector y pasional que Gala le brindaba.
Salvador Dalí nació el 11 de mayo de 1904; y murió el 23 de enero de 1989 en la Torre Galatea, una extensión de su Teatro Museo.