7 escultoras que transformaron la CDMX con sus obras
El espacio Escultórico de la UNAM, Dr. Vértiz y el Bosque de Aragón son parte de la ruta de escultoras en la CDMX que debes conocer.
Por: Veka Duncan
Cuando pensamos en la obra pública de la Ciudad de México, muchos nombres nos vienen en la mente. Sabemos quiénes fueron los arquitectos que nos legaron los edificios más icónicos de nuestras calles o los ingenieros que crearon la infraestructura que recorremos en nuestro ir y venir cotidiano.
Pocos reparamos en las mujeres que han contribuido a formar nuestro imaginario sobre la ciudad, pero sus firmas también se encuentran en el espacio público, incluso en las avenidas que más transitamos y en nuestras instituciones más reconocidas.
Sus nombres también forman parte del paisaje urbano, esta es una invitación a visibilizar a las escultoras de la CDMX.
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Escultoras en la CDMX
1Helen Escobedo
Dentro y fuera de los recintos culturales de la Ciudad de México hay un nombre que sigue resonando con enorme fuerza: Helen Escobedo. Creativa e intrépida como artista, comprometida como gestora, la estela que esta escultora dejó a su paso por la Ciudad de México sigue vibrando.
En su interés por explorar la relación del arte con el espacio, Escobedo creó esculturas monumentales que son ejemplos prodigiosos de lo que el arte público debe ser: lúdico, espontáneo e interactivo.
El trabajo de Helen fue punta de lanza en la búsqueda por crear obras de arte penetrables, es decir, que pudieran ser transitadas libremente por el espectador, tanto en la calle como en la sala de exposición, pues no solo incursionó en la escultura, sino que también desarrolló instalaciones que fueron un parteaguas para el arte conceptual mexicano.
Su pasión por crear ambientes que interactúen con el público nos legó dos obras que hoy siguen maravillando: el Espacio Escultórico y Cóatl, ambas en Ciudad Universitaria.
El primero fue el resultado de un trabajo colaborativo que emprendió en 1977 con Mathias Goeritz, Hersúa, Sebastián, Manuel Felguérez y Federico Silva con la intención de desarrollar una pieza que dialogara con el entorno del pedregal y sumara al Centro Cultural Universitario, en ese entonces en construcción.
Inspirados en el land art, la geometría, el minimalismo y la arquitectura emocional, crearon un espacio único que remite al cráter del Xitle, cuya explosión nos dio ese extraño paisaje de piedra.
Al año siguiente, el grupo decidió dejar a un lado la colectividad y desarrollar proyectos individuales que complementaran la experiencia de quienes visitan los recintos culturales de la UNAM.
Para este nuevo pasaje escultórico, Escobedo creó Cóatl, una colorida serpiente creada a partir de la sucesión de cuadros de acero en espiral, invocando el movimiento de este animal sagrado para la cosmovisión mexica y especie endémica de la zona.
2Ángela Gurría
En 1968, México fue el primer país en organizar una Olimpiada Cultural que acompañara los eventos deportivos de los XIX Juegos Olímpicos. El nutrido programa de actividades artísticas, liderado por el artista de origen alemán Mathias Goeritz, incluyó un ambicioso proyecto escultórico que hoy forma parte de la memoria colectiva de todos los chilangos: la Ruta de la Amistad.
Para coronar este corredor de 17 km de obras monumentales –que aún hoy se mantiene como el más extenso del mundo–, se eligió a una joven escultora de nombre Ángela Gurría.
Su obra Señales marca así la primera estación de las 19 que integran la Ruta de la Amistad y, por lo tanto, el inicio de un recorrido por lo mejor de la escultura mundial de los años 60, pues cuenta con obra de 16 países.
En ella, Gurría no solo demostró su manejo de la abstracción, sino también comenzó a perfilar la vocación social y sentido crítico que a lo largo de su carrera permearía mucha de su obra: a través de una doble herradura, una de color blanco y otra de color negro, abordó la presencia de los países africanos que en ese año participaron en conjunto sin Sudáfrica, en protesta por su resistencia a abolir la política segregacionista del apartheid.
Gurría, quien había comenzado su formación artística de manera autodidacta, ya había adquirido cierta notoriedad como escultora un año antes con su Puerta Celosía para la Fábrica de Billetes del Banco de México, otra de las tantas obras suyas que podemos apreciar al transitar por la ciudad y por la cual fue galardonada.
Entre los numerosos premios y reconocimientos que ha acumulado a partir de entonces, destaca también su integración en 1973 a la Academia de Artes, convirtiéndose en la primera mujer en ser miembro de la prestigiada institución y para lo cual recibió el apoyo de su maestro, Germán Cueto, artista estridentista y precursor de la abstracción escultórica.
3Yvonne Domenge
La memoria de las grandes epidemias de la historia es resguardada por el arte. En la Ciudad de México, la escultora Yvonne Domenge nos ha legado un testimonio de la crisis sanitaria que golpeó a nuestro país antes que el covid-19: la influenza A H1N1.
Creada para el Instituto de Investigaciones Biomédicas de la UNAM, es una obra monumental que no solo nos recuerda aquel suceso, sino también nos muestra uno de los temas que esta polifacética escultora ha explorado: las estructuras moleculares.
Así, a partir de 2010, al transitar por los jardines del Circuito Mario de la Cueva, de pronto surge entre la piedra volcánica y la árida vegetación del pedregal una figura de bronce de 3 metros de altura que hoy nos resulta demasiado familiar.
El interés de Domenge por el arte nació a través de su vínculo con su tía Kitzia Hoffman, creadora de electrizantes vitrales como el de El Altillo en Coyoacán, en el que colaboró con los arquitectos Félix Candela y Enrique de la Mora.
Kitzia tomó el apellido de su esposo, Herbert Hoffman, escultor que también dejó huella en la Ciudad de México, por ejemplo con el relieve que se encuentra en el Sanborns de Isabel la Católica.
Fue su tía quien introdujo a una muy joven Yvonne a la creación artística, invitándola a pasar los días de ocio infantil en su taller. Fue así como, desde los siete años, Domenge incursionó en la plástica, primero pintando al óleo y, con el tiempo, experimentando con la tridimensionalidad.
Su Virus A H1N1 no es la única escultura que Yvonne Domenge ha creado para los capitalinos, su presencia se encuentra incluso en los lugares más insospechados. Uno de ellos es el camellón de la avenida Doctor Vértiz, a la altura de la colonia Buenos Aires.
Al pasar por ahí es imposible ignorar los animales y figuras de mofles, escapes y tuercas que lo decoran; esas simpáticas piezas fueron creadas por los propios vecinos de la colonia en colaboración con la artista, quien en 2001 encabezó un proyecto con el apoyo del Museo de la Ciudad de México y el FONCA que invitaba a la propia comunidad vecinal a echar vuelo a su imaginación y dejar plasmadas sus ideas a la vista del transeúnte.
4Leonora Carrington
Todos hemos escuchado esa famosa frase atribuida a André Bretón que nos asegura que México es el lugar más surrealista del mundo. Ejemplos cotidianos nos bastan para comprobar lo que el fundador del movimiento surrealista percibió en su visita a nuestro país y quizá esa haya sido la razón por la que algunos de sus más destacados exponentes echaran raíces entre nosotros.
Por supuesto que una de las más notables fue Leonora Carrington, artista de origen inglés que formó parte de aquel grupo al que también perteneció Salvador Dalí. Carrington llegó a México en circunstancias muy trágicas, huyendo de la persecución nazi tras la ocupación de París y después de una estancia en un hospital psiquiátrico en España.
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En una sucesión de hechos verdaderamente novelescos, Carrington escapó de ahí y, gracias al apoyo del escritor y diplomático Renato Leduc, se embarcó hacia México, donde se reencontraría con otros surrealistas que se habían refugiado aquí, rostros conocidos de los cafés parisinos.
La producción artística de Carrington en México fue vasta y variada, oscilando entre la pintura y los libros infantiles. Si bien sus obras de caballete son las más conocidas, probablemente hemos convivido mucho más con su escultura, que con los años se ha ido integrando al Paseo de la Reforma.
La primera pieza que Leonora nos regaló a los capitalinos fue su entrañable balsa de cocodrilos, creada originalmente en el año 2000 para el Bosque de Chapultepec y desde 2006 compañera de viaje de quienes día a día se dan cita en las oficinas, restaurantes y cafés de la colonia Juárez.
El cocodrilo fue un motivo recurrente en el trabajo de Carrington, probablemente inspirado por el poema How Doth the Little Crocodile del famoso libro de Lewis Carrol Alicia en el País de las Maravillas.
5Águeda Lozano
Águeda Lozano es la autora de la primera escultura monumental de acero inoxidable que hubo en la Ciudad de México, La lanza de San Gerónimo, obra de 1986.
Para 1997 la chihuahuense llevó este material a un espacio que ha marcado la vida de todos los sureños de esta capital con la creación de Hacia el tiempo, una escultura abstracta en la glorieta de San Jerónimo que evoca la figura de un pájaro, dialogando con el escudo de la bandera monumental.
Lozano no solo ha dejado huella entre chilangos, en 2006 se convirtió también en la primera artista mexicana en crear una obra para las calles de París.
A unos pasos de la Torre Eiffel, en la Place de México, se erige un monumento a la amistad entre ambas naciones, pero cimentado, literalmente, en tierra mexicana; Tierra de México en Tierra de Francia reúne en su base la tierra de distintas regiones del país, la cual, a través de sus variados colores, reafirma la diversidad cultural de los mexicanos.
6Marina Láscaris
Hacia el poniente, podemos encontrar Asamblea de Marina Láscaris, pieza de 5 metros en el camellón de Vasco de Quiroga en Santa Fe.
La artista de origen griego también tiene obra pública al oriente de la ciudad: desde 2003 la escultura Soledad fue colocada en el Bosque de Aragón, compartiendo espacio con otras 32 piezas de Manuel Felguérez, Vicente Rojo, Roger von Gunten, Brian Nissen, entre otros.
7Naomi Siegmann
Para completar este recorrido de escultoras en la Ciudad de México, también hay que visitar Azcapotzalco, pues el campus de la UAM resguarda importantes expresiones plásticas como el Rehilete de Naomi Siegmann.
Nacida en Nueva York, Siegmann emigró a nuestro país en la década de los 60, donde logró un importante reconocimiento por su polifacético manejo de los materiales escultóricos, transitando de la escultura surrealista al hiperrealismo y, finalmente a una abstracción que demuestra una profunda preocupación por la naturaleza y el medio ambiente.
Si bien estas son las firmas presentes en los espacios más transitados, las escultoras mexicanas no solo nos han legado obra en las zonas céntricas de la Ciudad de México, su huella se extiende a lo largo y ancho de nuestra monstruosa pero entrañable urbe.
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