“Viajar y leer son actos de fe”: Vicente Valero
"Duelo de alfiles", el libro más reciente de Vicente Valero, acaba de llegar a las librerías de la Ciudad de México
Por: Fernando Hernández Urías
En su libro más reciente, titulado Duelo de alfiles, el escritor español Vicente Valero reúne cuatro textos en los que, a partir de una mezcla de diario de viajes, reseña, crónica y un poco de ficción, recupera pequeños episodios biográficos de grandes figuras de la literatura, como Walter Benjamin, Bertolt Brecht, Friedrich Nietzsche, Rainer Maria Rilke y Franz Kafka.
Como si se tratara de relatos de ficción, Valero encanta al lector y lo lleva de viaje en el tiempo de vuelta a 1934 para presenciar un encuentro de ajedrez entre Benjamin y Brecht en la isla danesa de Fionia; al Turín de 1888, donde Nietzsche trabajó en su libro Ecce homo, justo antes de que perder la razón; o a la ciudad de Zurich, en 2013, para atestiguar un torneo mundial de ajedrez.
El autor ibérico mezcla su propia experiencia al conocer estas ciudades con su obsesión por la vida y obra de estas figuras literarias, y lo logra transmitir al lector. Y al fondo de estas historias, el ajedrez aparece como una especie de ritual que sirve como puente entre cada una de las historias del libro, así como entre pasado y presente.
A propósito de la llegada de este volumen a las librerías chilangas, entrevistamos al autor nacido en Ibiza sobre la mezcla de géneros en Duelo de alfiles, la dificultad de escribir sobre algo cercano, su relación con el ajedrez y la fuerza que pueden llegar a tener en nuestras vidas la literatura y los viajes.
¿Cómo surgió la idea detrás del libro y cómo fue el proceso de escritura? La impresión que me dejó la lectura es que fue un trabajo muy arduo para tejer las historias y conectarlas.
Suelo tomar algunas pocas notas en mis viajes. Me planteé un día qué era lo que podía hacer con ellas que no se pareciera al diario de un viajero ocioso. Este fue el principio. Después, seleccionar mucho, urdir recuerdos, apuntes, lecturas, encuentros con personas. Y sobre todo, escribirlo de un tirón, en unos cuantos meses, para que tuviera la unidad necesaria, pues al fin y al cabo eran viajes alejados en el tiempo entre sí. Escribirlo como si se tratara de una novela.
¿Qué tanto hay de ficción y qué tanto hay de realidad?
Hay muy poca ficción en este libro. A mí la ficción sólo me ayuda a engarzar episodios, a lograr mayor unidad en los textos.
¿Qué te interesa de mezclar ficción y realidad? Hay también algo de diario, de reseña literaria, de reseña de viajes, de ensayo.
Sí, se trataba de conseguir algo de todo esto, de manera fluida, no artificial. Poder pasar de lo personal íntimo a la reflexión crítica de un libro o de un lugar. Son viajes de un lector que no olvida nunca lo que ha leído. Los libros son también mapas.
Cuando el tema del que se escribe es personal o algo que realmente ocurrió, ¿el proceso es más difícil? Y, por otra parte, por más “fantasiosa” que sea una historia, ¿se puede no escribir desde lo personal (nuestros intereses, obsesiones, preocupaciones, referencias, experiencias…)?
Sí, por supuesto que se puede escribir desde la pura fantasía. Pero en este libro todo es personal, pues incluso los episodios de los escritores que abordo tienen sentido en el texto sólo por mis propias obsesiones. Como le digo, el narrador de este libro es un lector empedernido y creo que puede decirse que este tipo de lector siempre viaja de esta manera.
Me pareció que los “anfitriones” de cada relato (Jorge Castillo, los Ferretti, Franziska) juegan un papel determinante, ya que muestran al narrador otras ideas y lo sacan de su ensimismamiento. ¿Por qué los elegiste a ellos para esa tarea?
Sin duda, ellos son el contrapunto de los otros personajes del libro, es decir, de los escritores que abordo. En un mismo lugar, pues, dialogo con personajes vivos y con otros que están muertos pero que siguen vivos en mis lecturas. Y ellos son, involuntariamente, mis guías al mundo del pasado, a aquella época europea de entreguerras tan poderosa y fértil en el pensamiento y en la creación artística.
Yo apenas sé mover las piezas, pero me pareció que, aunque en todos los relatos se menciona al ajedrez, por discreta que la mención sea, en todos los textos está también presente en el ambiente. Pareciera que el narrador está “jugando” contra sí mismo o con los anfitriones.
Jugar al ajedrez es algo que puedes hacer en cualquier lugar del mundo, pues se trata de un idioma universal. Entras en un bar, ves que están jugando, te acercas y es muy probable que acabes sentado delante de un tablero y delante de alguien que habla una lengua que no entiendes. Pero lo mejor del ajedrez es que se juega en silencio, así que no tienes que hablar con nadie. Por lo demás, el libro empieza con una partida de ajedrez real entre Walter Benjamin y Bertolt Brecht, de la que existen fotografías. Y este es un asunto que ya no abandono en el libro, porque, de hecho, una de las características de Duelo de alfiles consiste precisamente en que los temas, como en la música barroca, vienen, se van y vuelven.
¿Tú juegas ajedrez? ¿Qué es lo que más te atrae de él?
Jugué mucho en una época de mi primera juventud, pero lo tuve que dejar porque era demasiado absorbente. ¡No hacía nada más que jugar al ajedrez! Lo que más me atrae de él es su belleza, en primer lugar. Pero también porque es muy creativo y porque requiere un grado de concentración máxima, como en una meditación.
¿Cómo fue tu primer acercamiento al ajedrez?
En la infancia. Aprendí a jugar viendo jugar a mi padre.
¿Te parece que existe alguna relación entre la literatura y el ajedrez? ¿El autor mueve una pieza esperando que el lector mueva la suya?
El papel en blanco y el tablero de ajedrez tienen muchas semejanzas. El lenguaje y las piezas del ajedrez se te ofrecen para crear, para inventar algo nuevo. Lo que ocurre es que con la literatura no necesitas ganar a nadie, tal como la entiendo yo al menos. El autor no juega al ajedrez con el lector, sino consigo mismo y con la tradición.
Autores como Benjamin, Brecht, Nietzche, Rilke y Kafka están muy presentes en el libro. Se puede sentir su sombra. ¿Por qué descubrir al lector las vidas de estas figuras de esta manera?
Como lector de biografías, siempre me han interesado mucho los llamados “episodios menores”. Creo que en ellos se pueden descubrir cosas importantes. Que Kafka, por ejemplo, fuera invitado a Múnich en 1917 para dar una lectura puede parecer anecdótico. Pero para mí, después de investigar aquel viaje, adquiere la fuerza de una narración en la que confluyen muchos aspectos de su vida y de su obra. Digamos que lo que yo hago en este libro —y lo he hecho en otros, aunque de distinta manera— es buscar una puerta más o menos oculta o desconocida de acceso que me permita entender la personalidad del escritor y poder contar una historia.
A propósito de este interés tuyo por la obra de ciertos artistas, ¿cómo nos pueden marcar (o qué tanto) determinadas lecturas?
Esta pregunta se la hace a alguien que, por encima de cualquier otra cosa, se considera un lector, de manera que únicamente puedo decir que los libros nos marcan y nos guían en la vida. Ahora bien, es preciso saber elegirlos. Y este asunto es cada vez más peliagudo. El escritor francés Julien Gracq hablaba de la suerte de tener “un ángel de la guarda de los libros” que, cuando vas a una librería, te ayuda a escoger el mejor y el que más necesitas. Y es que hay algo “sobrenatural” en todo esto.
Para el narrador, el viaje es como un redescubrimiento de algo que ya leyó o que ya “conocía” a través de la lectura. ¿Qué diferencias y similitudes encuentras entre viajar y leer?
En ambos casos te adentras en un mundo distinto, que no conoces, te abandonas a él y permites que la curiosidad te guíe. Viajar y leer son actos de fe; no puedes abrir un libro o viajar a un lugar con escepticismo.
¿Qué tanto te puede cambiar un libro o un viaje?
La vida entera.