Las palabras no son máscaras: entrevista con Cristina Rivera Garza
Platicamos con Cristina Rivera Garza sobre El invencible verano de Liliana, un libro que ahonda sobre el feminicidio de su hermana menor.
Por: Redacción spg
Vía: Elías Chahin
Platicamos con Cristina Rivera Garza, escritora mexicana multipremiada, sobre su último libro El invencible verano de Liliana. Este, a diferencia de otros títulos, se ha convertido en su más íntimo a la fecha, pues habla del feminicidio de su hermana menor, Liliana. Un crimen que sucedió hace más de 30 años, el 16 de julio de 1990 y se mantiene impune.
Hablamos sobre la naturaleza del lenguaje y su poder transformativo, las dificultades de hacer un retrato de la violencia que vivió su hermana —y ella misma—, y el arduo proceso de investigación que se requirió para lograrlo. Puedes leer la entrevista, abajo.
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El invencible verano de Liliana
CHILANGO: ¿Cómo fue el proceso de investigación, sobre un tema tan íntimo y doloroso como lo es el feminicidio de tu hermana?
Cristina Rivera Garza: Yo siempre he creído que todo proceso de escritura es un proceso de investigación. Escribir es investigar en el sentido más amplio de la palabra, no necesariamente una investigación académica. En mis libros he utilizado una amplia gama de procesos, desde la investigación de archivo, a la que estoy acostumbrada, pero también investigación de campo. Utilizo tantas variantes como lo requiera el proyecto en el que estoy inmiscuida.
En el caso de contar la historia del feminicidio de Liliana Rivera Garza, mi hermana menor, que ocurrió en julio 16 de 1990, creo que yo no habría podido terminar este libro; que ya había iniciado muchas veces antes, sin haber encontrado el archivo que ella (Liliana) hizo de sí misma. Un archivo que ella cuidó minuciosamente, en el que dejó huella de su paso por la tierra, de la manera en que veía las cosas, su filosofía, su manera de pensar. Creo que sin eso habría sido realmente imposible llevar a cabo este proyecto.
Respetar la voz de Liliana
Una de las partes que más sorprende del libro es que se mostrara la escritura de Liliana como tal. ¿Cómo fue descubrir estos escritos y darle una voz directa a tu hermana en el libro?
Es una cuestión estética y ética. A Liliana no sólo le arrebataron la vida, le arrebataron la palabra, su manera de ver el mundo, de una forma violenta. Para mí, al pensar la estructura de este libro, era fundamental no hacerme cómplice de esa violencia, no volverle a arrebatar su voz, no callar su voz con la mía. Esto se tradujo en no interpretar sus escritos, en presentarlos tal y como yo los fui descubriendo.
Para mí era muy importante tener consciente que mi hermana se encargó de producir y preservar su voz; por lo que pensé que era fundamental seguir los lineamientos de esa voz. Analizar cómo está estructurado su archivo, ver qué había guardado entre las múltiples cosas que podrían haber sido guardadas, las que ella eligió. Las eligió porque a eso les daba importancia, eso era relevante para ella, para la manera en como se expresaba. Yo quise ir muy cerca de esa voz, quise ser coautora de mi hermana en ese sentido.
Para mí fue muy fuerte, me marcó profundamente el hecho de estar muy cerca de estos documentos físicamente. Cerca de estos papeles, que habían estado guardado por 30 años y que seguramente la última persona que los toco fue ella. Yo quería que el libro de alguna manera se las ingeniara para reproducir esa experiencia, que el lector sintiera esa cercanía física y palpable con Liliana. Hacer hacer un espacio en nuestra discusión pública para que su voz entrara tal y como ella lo había decidido.
Retratar la violencia
¿Cómo te aproximas a la importancia y dificultad de retratar a las mujeres víctimas de violencia y feminicidio?
Yo creo que dos de los grandes retos y problemas para los que nos interesa escribir sobre la violencia. Uno el volverla banal, darles glamour a los asesinos, volverlos un producto de la fascinación de la mente, como algo extraordinario y monstruoso cuando muchos casos estamos hablando de individuos perfectamente normales, de acuerdo a las reglas con las que vivimos. El segundo problema al que te enfrentas es que puedes hacer pornoviolencia. Utilizar escenas de violencia en las que finalmente se termina victimizando a la persona otra vez. Entre uno y otro extremo se encuentra el problema de retratar a las víctimas como si fueran pasivas siempre, como si nunca hubieran tenido agencia.
Yo estaba muy consciente de estos riesgos y no quería caer ahí. Me interesaba mucho que, teniendo acceso a la voz de Liliana, ella misma se encargara de contarnos su vida. Al igual que sus mejores amigas, amigos, los hombres que la amaron y parientes. Contribuir a un retrato que no es fijo, no es una geografía, que es tan complejo como los distintos puntos de vista a los que consulte podían crear. Por supuesto ahí también va mi perspectiva como hermana.
Para mí fue fundamental imitar y escuchar. Con todo cuidado a aquellos que tuvieron la generosidad de ofrecer su memoria y su recuerdo, para que de Liliana no solo conservemos, —aunque es importante conservar la historia del feminicidio—, pero que además de eso no se nos olvide que en su caso, como en el de tantas mujeres masacradas. Estamos hablando de vidas plenas, con sueños, con metas, con esta sustancia de todas las vidas.
Lenguaje como transformador de la realidad
A lo largo de la obra comentas sobre un nuevo lenguaje que tuvo que suceder para poder terminar este libro. ¿Qué piensas sobre el poder del lenguaje para cambiar la realidad y la reticencia que algunas personas muestran contra el cambio de este?
Yo creo que yo no sería escritora si no creyera que el lenguaje nos transforma y que tiene la capacidad de crear mundos. Yo inicio proyectos de escritura menos para contar una historia y más con la idea, de que, así como otros han construido mundos para mí como lectora, me gustaría construir mundos para las y los lectores. Por construir mundos hablo de algo bien material. Es decir, cambiamos nuestras vidas, cambiamos nuestras maneras de ver, a partir de la influencia, de ver la posibilidad que está ahí abierta.
Creo que las palabras no son máscaras, las palabras son acciones y las acciones transforman nuestra vida cotidiana. Si a algo le llamamos crimen pasional estamos partiendo de una serie de premisas en las que se culpa a la víctima, usualmente una mujer y se exonera a un perpetrador, usualmente un hombre. Cuando hablamos de feminicidio, estamos tomando en cuenta relaciones de poder desiguales en un mundo que marca sitios muy específicos para cuerpos de mujer y para cuerpos de hombre. El mismo hecho de que exista ya una palabra que es feminicidio y que entró al código penal en 2012, nos deja muy claro sobre la capacidad del lenguaje para generar y ser acción.
Yo creo que no habría podido escribir este libro sin el lenguaje que han generado los distintos feminismos en México en las últimas décadas: las luchas de las mujeres, las tomas del espacio público, la toma del lenguaje público. Una historia como la que yo quería contar, en 1990, hubiera sido muy difícil. No solo porque no estaban las palabras, sino porque tampoco estaban los oídos. Cualquier cosa que yo hubiera dicho entonces, que es lo que estoy diciendo ahora, lo que sentía en mis huesos en ese momento, habría sido retomado en la narrativa oficial, la narrativa dominante que teníamos en ese momento. No es que no exista esa narrativa ahora, pero creo que ha sido interrogada y subvertida, de múltiples maneras.
El lenguaje como resistencia
El lenguaje evidentemente no lo va a cambiar la autoridad, sino que siempre es una lucha en el cuerpo a cuerpo y en el día a día. Por eso estamos teniendo estas discusiones sobre el lenguaje incluyente, si algunos lo encuentran amenazante es porque es amenazante, en el sentido en que estamos proponiendo es un cambio en la manera en cómo nos percibimos en el mundo, cómo nos relacionamos en el mundo, no es un cambio nada más metafórico o intelectual, es un cambio concreto que se vuelve acción.
Para los que les gusta el mundo en el que estamos viviendo, para los que les parece muy bien que haya 10 u 11 feminicidios al día en México, ellos seguirán apoyando el lenguaje tal y como es. Para los que estamos hartas y hartos de esta situación, para las que creemos que otro mundo distinto es posible, entonces tenemos que ensayar otras maneras de enunciarlo, porque es otra manera de hacerlo.
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La ciudad como inspiración
A lo largo del libro describes los lugares que visitaste donde Liliana vivió en la CDMX ¿Cómo fue estar presente en aquellos sitios? Y ¿cuál es tu relación con esta ciudad?
Para mí es muy importante en los libros, sobre todo en los últimos que he escrito, la relación del cuerpo con el territorio. No somos individuos aislados, estamos en relación con otros, pero no sólo otros humanos, sino que estamos siempre en relación con espacios, territorios que tienen su sentido de soberanía, su ritmo cotidiano.
Me gusta pensar en libros en los que todas estas relaciones atraviesan los cuerpos y los mundos que estoy tratando de construir. También es bien importante como dicen en varios de los feminismos: Poner el cuerpo. En las cosas que uno dice. En invocar a la memoria también, en el momento en el que uno coloca el pie en ciertos lugares, toca ciertas paredes, ves ciertas configuraciones del espacio. Sé que no sentiré lo que mi hermana sintió al estar ahí, pero puedo evocar su memoria estando ahí y poner mi cuerpo para que ahí atraviese este sentido compartido de esta experiencia.
Yo a la Ciudad de México la he querido mucho y la he odiado mucho, creo que es una relación que los capitalinos tienen en común. Pero una de las cosas que creo que nos dio a mí y a Liliana, a través de la educación pública, es la posibilidad de explorar un mundo de maneras libres, de maneras gozosas. Liliana creció, como yo en algún momento, en una ciudad muy rígida, Toluca.
Machismo urbano
Con una idea muy machista, muy patriarcal, el crimen no se generó en la Ciudad de México; el crimen viene de un proceso de enseñanza y crecimiento, en esta ciudad industrial, mocha, misógina en general. No estoy diciendo que eso no existe en la Ciudad de México, estoy diciendo que además de eso, la Ciudad de México tiene, como toda gran metrópolis, una cantidad enorme, una carga enorme de energías, a la que contribuimos los que llegamos a ir como migrantes.
Lo digo en el libro, cuando yo entré a la UAM Azcapotzalco y vi sus jardines abiertos, aulas abiertas, pensé en que para un feminicida en potencia esta apertura debió de ser horrible. El espacio abierto, la posibilidad de comunicación que se respira en estos lugares, que es la experiencia que yo tuve en la UNAM. Un aprendizaje enorme, cuando uno está en una edad en la que estás absorbiendo todo, que te estás comiendo el mundo. Yo creo que la Ciudad de México, fue eso para Liliana, fue libertad, con la que ella creció. Esto amenazaba al presunto feminicida, misógino, corto de miras, educado en el más acérrimo patriarcado. No es que en la Ciudad de México no exista esto, sino que, y especialmente en la educación pública, hay una gran posibilidad de ponerlo en cuestión, de interrogar e introducir narrativas.
Recepción y crítica
El invencible verano de Liliana ha tenido una magnífica recepción. ¿Te gustaría decir algo a las personas que aún no lo leen? ¿Qué esperas que se lleven tras su lectura?
La recepción ha sido muy generosa, estoy de verdad muy conmovida por todas las lecturas. Hay gente que me envía fotos del libro en distintos lugares; se han comunicado conmigo amigos y amigas de Liliana de la secundaria, de su equipo de natación, personas que ahora me dicen que finalmente pueden llorarla bien, llevar un luto como se debe y levantar la voz contra la injusticia.
Me gusta pensar que es un libro que no solo competente a las mujeres, aunque nos toca de una manera muy personal porque la violencia de género es algo que seguimos viviendo en el día a día, sino que compete también a los hombres, en el sentido de que es necesario seguir auscultando de manera crítica las masculinidades que les enseñan y que enseñamos, que nos enseñan. Ahí también hay un mundo que explorar y me queda muy claro que la violencia de género no ha sido resuelta: es parte de la vida cotidiana.
El libro de alguna manera hace patente esto tras 30 años de impunidad. La impunidad permite que se sigan haciendo estos crímenes, pero también en el libro está la idea de que este presunto feminicida, no está prófugo; tiene amigos, tiene familia, madres, hermanas, personas que son sus cómplices porque no lo han denunciado. Creo que si queremos realmente poner en cuestión esta violencia feminicida, también además de reclamarle al estado por asuntos de impunidad, que me parece que lo tenemos que hacer, también hay que recordar que como ciudadanos, como miembros de familias y comunidades distintas tenemos la oportunidad de detener esta furia feminicida a través de la denuncia puntual, a través de rechazar el papel del cómplice silencioso que deja pasar las cosas.
El invencible verano de Liliana fue publicado por Penguin Random House y puedes conseguir una copia, aquí.