Encuentro con William Burroughs
Por: Colaborador
Uno de los máximos exponentes de la literatura beat, William Burroughs, cumpliría hoy 100 años. Este escritor vivió en el DF, justo en la Roma (Orizaba 210) para deleite de los hipsters, donde asesinó a su esposa de un balazo. Aquí, un texto para conocer más de su vida y obra.
Las generaciones de escritores siempre se imponen de manera intensa sobre los lectores, individualmente, desde luego, también existe el mérito, pero es en grupo, casi como en la naturaleza y sus manadas, que los escritores logran una consistencia notable, no todos escriben lo mismo, no todos tienen un fin común aunque en principio lo parezca, no todos perdurarán de igual manera.
España, con sus generaciones del 98, 27 y 36 dio a exponentes como Miguel de Unamuno, Federico García Lorca o Miguel Hernández.
Por su parte, Los Contemporáneos en México como se les nombró al grupo de Xavier Villaurrutia, José Gorostiza y Gilberto Owen, tuvieron una influencia decisiva y cerraron una etapa de desarrollo poético en nuestro país.
La generación Beat, agrupó a Jack Kerouac, Allen Ginsgsberg, y William Burroughs quien hoy llegaría a 100 años de edad.
El almuerzo desnudo, tal vez su obra mejor difundida, fue un elemento de consistencia dentro de la literatura Beat, autobiográfica por excelencia, muestra los momentos en la adicción, no como un acto oportunista de exponer el retrato de los adictos como tal, sino sumergir al lector en ese mundo abyecto, lejos del parámetro social. Burroughs expone que el adicto es carente de vergüenza, el verdadero adicto ya no tiene vergüenza ante la sociedad, no expone sus temores, ni sus talentos, sólo su necesidad porque la enfermedad lo consume y lo desvaría, pero también lo alienta en las pocas fuerzas a seguir en su búsqueda fatal.
Nos remite a la bajeza en la condición, el lenguaje es vulgar, las situaciones tachadas de pornográficas abundan en el texto. Los eufemismos no existen porque no son necesarios, las expresiones que en estos tiempos se excluyen por razón de la tolerancia -requisito indispensable y difundido en este siglo que empezó terrible- se desestiman, no pertenecen a un ataque contra los otros o a una minusvaloración, sino que precisamente faltos a esa vergüenza ante el mundo, la ofensa verbal no significa nada frente a la crudeza diaria, no hay necesidad de cortesías, que tiene los tintes del subterfugio criminal, las sutilezas quedan atrás, la experiencia es lo único trascendente.
William Burroughs no murió en un cuartucho hediondo y mosqueándose, no lo asesinaron en un callejón sombrío, ni se suicidó cortándose las venas. Superó los ochenta años de edad ya habiendo estado en Tánger o en México, ya habiendo probado una infinidad de drogas o con la conciencia de un recuerdo; matar a su esposa imitando a Guillermo Tell.
Escribió casi una veintena de obras, hecho bastante rescatable si se le quiere categorizar como un hombre descuidado de su salud, no como el precoz Arthur Rimbaud de las Iluminaciones, quien desechó la literatura y la cambió por el marfil o el lucro de la trata. No fue aquel Lampedusa que esperó toda su vida para escribir una obra monumental.
Fue un decidido escritor con un fin específico. Repasó a sus influencias, si fue recurrente en su temática, fue para darle preponderancia a su estilo, creador al fin de cuentas, con trabajo como escritor y no de hechos de improvisación o la simple inspiración que deviniera en una triste y solitaria novela. El número cuenta porque es un trabajo continuo, es un trabajo decidido, y es el camino del creador. Seguidores y enemigos verán en Burroughs un hecho literario, por un lado se puede ensalzar su obra en aras de la libertad del pensamiento, de integrar en el proceso social la relevancia del proceso creativo. En otras, simplemente se le puede atacar como un ícono de la irreverencia, apologista del vicio o en el peor de los casos, un hombre sin quehacer.
Vislumbró un mundo alucinógeno, de ayahuasca, emprendió un viaje literario que tuviera una finalidad, y permaneció junto con su generación en seguidores ávidos de su obra. Nos prueba ahora, a casi quince años de su muerte que puede seguir vigente, no por haber descubierto la gran veta a través de su iluminismo sintético o de drogas rituales. Si no por la mera importancia de tener a la literatura como forma de vida, la convicción real de la experiencia.