Tendrá una década que en México empezó a cuajar una nueva forma de hacer comedia: el stand up. Atrás quedaron Polo Polo, Francis, El Costeño, Jorge Ortiz de Pinedo y demás cuentachistes. Hoy los standuperos hablan de su vida rutinaria, tan miserable como la nuestra. Por eso es gracioso, porque nos reímos de nosotros mismos. Sin embargo, aún sigue vigente como recurso hablar del que es diferente. Bien dice la frase: entre broma y broma la verdad se asoma. Entre broma y broma, el racismo en el humor se asoma.
El racismo en el humor
«Yo creo que lo tenemos interiorizado, desde que te dicen ‘la culpa no es del indio, sino de quien lo hace su compadre’, porque el público se ríe también», platica Mónica Escobedo, una de las mejores exponentes de este género en México. «Es un reflejo de lo que le gusta a la gente. Nos gusta reírnos del que está peor que nosotros, del que no gana bien. Somos muy pretenciosos. Somos los más racistas. Te dicen ‘vas de Guatemala a Guatepeor’. Y me estoy dando cuenta que me sé muchos dichos que tienen que ver con el clasismo y el racismo», confiesa apenada.
Los chistes en México tienden a ridiculizar a todos los grupos raciales y étnicos, así como a las minorías. Y para ello se acentúan sus características como marginados. El indio, el moreno, el naco, el chino, el negro, el pobre, el discapacitado nos hacen reír por su desgracia. El sociólogo inglés Simon Weaver habla de tres grandes teorías que explican el humor. Una de ellas es la teoría de la superioridad, que expone que el humor nos permite sentirnos superiores frente a los demás, promueve estereotipos negativos de grupos discriminados y los proyecta como inferiores. «Creo que hay una presencia muy importante de estereotipos», me cuenta el comediante Carlos Ballarta. «Creo que es una cosa que tal vez venga desde la Colonia cuando estábamos separados en castas. Tal vez tenga que ver muchísimo con eso, la forma, el legado tan racista y tan de castas que existió desde hace mucho tiempo».
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Tienes cara de artesanía chiapaneca
Una rápida visita a Youtube nos muestra muchos ejemplos del racismo en el humor de standuperos mexicanos, que caen en la burla hacia los campesinos. El indígena es mostrado como ingenuo, limitado en su lenguaje, con una cultura que solo él entiende, inferior, borracho. Es una caricatura tendenciosa de un sector minoritario y desfavorecido de la población. Por eso parecer indígena es motivo de burla. «Creo que en México si tenemos que empezar a ver más allá del cliché, de burlarte del moreno, de que va a votar por tal», cuenta Mónica.
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Una de las rutinas de Eduardo Talavera, comediante de Nuevo León, aborda la convocatoria #PosMeSalto, que movilizó a la gente que intentó detener el alza al precio del boleto del Metro en 2014. El hombre narra el momento en que los inconformes saltan los torniquetes. «¿Cinco varos? Yo también me salto», imita el acento con que se ha estigmatizado a las colonias populares de la Ciudad de México. «Y se empezaron a saltar, cabrón. A mí me dio un chingo de coraje. Le quería partir su madre al pendejo, pero tenía cara de artesanía chiapaneca y dije: lo rompo, me lo cobran». La gente ríe y aplaude. El hombre continúa. «Toda la pinche raza se empezó a poner más loca y un bato dice: yo soy de la UNAM, soy el futuro del país. Y Por eso el país se va a ir a la mierda». Más risas, más aplausos.
El racismo en el humor es cotidiano. El humor es una válvula de escape para temas como el racismo y la pobreza. Sin embargo, una de las características del stand up comedy es que el comediante habla de sus vivencias cotidianas, de sí mismo, de su propia desgracia, de cómo conseguir un pedazo de pan y de quitarle la cobija a otro para cubrirse, no por gandalla, sino por sobrevivencia. De ahí el fallo de las dos rutinas expuestas.
¿Por qué las mejores rutinas de stand up hablan de la miseria del propio comediante? Porque así nació esta forma de humor: con la pobreza y las minorías. Cuenta el historiador Joseph Boskin en The Humor Prism in 20th-century America (1997) que los orígenes del stand up están en los teatros de vodevil de Nueva York de principios del siglo XX, con los presentadores de los números artísticos. Pero fue en 1929, con la Gran Depresión económica de los Estados Unidos, que el género cobró vida. Y muchos de los comediantes, de origen africano o judío, tal como hoy lo hacen los latinos, tenían los trabajos que nadie quería hacer, como lavar platos y baños. Por las noches narraban en algún sitio ante público sus vicisitudes. Era tanta su pobreza que no tenían dinero para comprar una silla para sentarse. De ahí deriva el nombre de este oficio: stand up.
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¿Naco es chido?
Cuenta el historiador Federico Navarrete en su Alfabeto del Racismo Mexicano (2017) que todas las imágenes que arroja Google cuando se busca la palabrea «naco» presentan a personas con piel morena, rasgos indígenas y de extracción socioeconómica humilde. O sea, que cada vez que muchos de nosotros nos miramos al espejo, vemos a una persona que cumple con esas características.
La Encuesta Nacional sobre Discriminación en México, elaborada por Conapred en 2010, indica que 55% de los mexicanos reconoce que en el país se insulta a los demás por su color de piel. Es curioso, «naco» es de esas palabras que jamás tendrá una connotación positiva, aunque se quiera atribuir el término a actitudes y no a fenotipos. Siempre caerá en la discriminación, por eso no funciona con el humor. Cae mal, choca.
Como la rutina de Patrick Gómez, otro ejemplo del racismo en el humor, donde su nombre –dice– es un detector de nacos. «Porque siempre que dicen mi nombre completo habrá alguien que le haga ‘¡Aaah, chale!’ (léase con acento cantado de barrio chilango). Imagínense el primer día de escuela, escuela pública, güerito y luego de nombre mamón. Estaban pasando lista y de repente: Patrick Jean-Paul Gómez». El comediante hace una pausa, la gente ríe, alguien emite un «¡Aaah!» cantadito. Patrick contesta: «Les dije, siempre sale un naco». De nuevo risas.
Todos tenemos un pequeño racista dentro
Una de las rutinas de Mónica Escobedo que más gustan a la gente es la del chacal, ese novio que creció en un barrio pobre, que no es aspiracional y que parece mexicano. Ese es su atractivo. Como es atractivo, por eso se recurre al racismo en el humor. «Lo interesante de esta rutina es que jamás he recibido una llamada de ‘qué te pasa’», señala la comediante sobre las reacciones de la gente por este show. «Y creo que fue que lo abordé desde un punto sensible. Lo tengo que hacer desde ‘neta, sí me gusta’».
El número del chacal es interesante porque expone la doble moral: me gusta, pero no quiero que me vean con él. «Un chacal es este hombre correocito, correocito, correocito, genes prehispánicos, pues», dice la chica durante su actuación. «Es este hombre aliento a totopo, como aliento a garnacha, aliento a abonos chiquitos. El chacal, a pesar de su secundaria trunca, te hace sentir la mujer más guapa, más buena, más fértil. Al chacal no se le presenta, no se le presume y no se le pasea».
«Hace poco un amigo me dijo: ‘¿Por qué no me invitas a abrir tus shows?’ Porque te me haces superclasista. Claro, la rutina del chacal reivindica», la chica guarda un breve silencio mientras cuenta la anécdota. Recuerda un momento de reflexión: «Fue cuando dije: ‘no mames. Y me quedé pensado. ¿Es clasista? No fue para menospreciar a nadie; fue para decir guácala, que rico’». Mónica se da cuenta de lo que acaba de decir. «¿Ves?, todos tenemos un racista dentro».
¿De qué color eres?
El 16 de junio de 2017 el Inegi presentó el Módulo de Movilidad Social Intergeneracional (MMSI), una encuesta en la que por primera vez hizo una pregunta relacionada con el color de piel. Hasta incluyó una escala cromática. Casi 88 por ciento de los mexicanos se consideraron morenos y, conforme los tonos de piel de hacían más oscuros en la escala cromática, era mayor el porcentaje de personas con una situación económica precaria. O sea, los morenos volvemos a caer en el estereotipo de marginación.
«Soy una persona morena, eso es evidente, como se puede ver. Es una terrible discapacidad que me ha atacado desde que nací», dice en una presentación Carlos Ballarta, uno de los más exitosos standuperos mexicanos. «No es un comentario racista, es la verdad. Si tú vas por la calle caminando y ves a una persona morena viniendo hacia ti (…) es muy probable que te asalte. Yo soy una persona morena y me considero pacífica. Y hay veces que me dan ganas de hacer el mal. Digo, yo podría apuñalar a esa señora sin ningún problema, quitarle sus pertenencias, correr y manejar esta motoneta Italika como un maestro, porque está en mi ADN manejar estas madres». Y aunque Ballarta se reconoce como moreno, cae de nuevo en la tentación y estereotipa a los que no tienen la piel blanca. Es muy fácil encontrar racismo en el humor porque, al parecer, es un generador de risas.
«Podrías echarte un clavado a las rutinas de cómicos estadounidenses negros como Dave Chappelle, Richard Pryo, Kevin Hart, Chris Rock, en los que siendo ellos negros justamente dicen cosas estereotípicas de negros, que no necesariamente son ciertas», me platica el comediante al respecto. «Justamente porque lo que quieren hacer es darte a entender que el estereotipo que tú tienes de negro, no es en realidad lo que pasa».
El racismo en el humor y el humor como válvula de escape
«Nadie ha hecho una rutina que nos haga pensar, que nos haga ver a nosotros mismos lo ridículo que es discriminar lo que sea», dice Mónica sobre si el humor le ha permitido crear consciencia sobre el racismo y la discriminación, tal como lo hizo el comediante y actor Chris Rock durante la entrega de los Oscar en 2016.
Sin embargo, en 2015, un chico con rasgos purépechas de Apatzingán, Michoacán, comenzó a presentar su rutina en la Ciudad de México. El tema era la discriminación que sufren los indígenas en esta urbe.
«Mi nombre es Erwin, y, por si lo dudan, no soy alemán», comenta frente a micrófono. Es la primera frase de su rutina. Llega de inmediato la primera risa. «Tengo un padecimiento: padezco indígena», la gente no deja de reír. Irving todo el tiempo está serio. Reclama con timidez. «Es muy incómodo estar en la entrada de un antro y durante todo el tiempo pensar ‘que no me vean la cara de indígena, virgencita (…)’. Y es que vivimos en uno de los países con mayor discriminación. Cuando logré entrar al antro vi a un indígena y dije: ‘¿Qué hace este indígena aquí?.’ Después vi que me estaba viendo en un espejo y dije: ‘Seguramente es el más guapo de la etnia’». Entre las risas algo sucede, se prende una chispa: me doy cuenta de que el humor corrosivo me hace mirar el racismo del que soy objeto; también el que ejerzo sin darme cuenta y el escondido racismo en el humor que no había visto.
«Es momento de escuchar qué estamos diciendo, por dónde le estamos diciendo a la gente que va el humor», señala Mónica Escobedo, que en marzo estrenará rutina en Comedy Central. «Justo es empezar a darnos cuenta, abrir los ojos, que nos empiecen a caer veintes y decidir si me voy a seguir burlando del indio, ¿por qué? El público tienen que saber qué comediantes va a ver y de qué se va a reír».
Si quieres leer más sobre el racismo en el humor, mira nuestro especial sobre racismo.