Bautizado popularmente como “El Tlacuache” por su semejanza con el personaje de la canción “El ropavejero” de Cri-Cri, Jaime Jiménez ha acumulado chácharas y desperdicios por 15 años. Pero les ha dado otro uso, recicla e interviene objetos para hacer arte.
Lo que a la distancia parece un depósito de basura en la calle República de Perú esquina con Allende, en el Centro Histórico, es el hogar y espacio creativo de “El Tlacuache”. Su actividad es la arqueología urbana-industrial, es un colector, selector y rescatador de piezas consideradas como desperdicios. Aquí la basura de unos puede convertirse en un tesoro.
Pareciera que convergen muchas magias para que las piezas aparezcan, algunos le llamarían casualidad, pero su carreta parece una imán de atracciones extravagantes, pues en su predio se puede encontrar un kayac, maniquíes hechos con macetas, juguetes viejos, piezas talladas en madera, muebles viejos. Pero no sólo llegan a su carreta, también vienen a ofrecerle, a regalarle o a tirarle objetos viejos para que haga de ellos lo que le dicte su antojo y capricho.
Es una fabula urbana y lúgubre de Melquiades, el personaje de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, el personaje de la novela arrastra dos lingotes metálicos (imanes) y a su paso los “fierros” se le van pegando, así le sucede a “El Tlacuache”, que durante su trayecto por las calles, las chácharas brincan a su carreta en busca de un nuevo destino. No es la fiebre del imán, es la fiebre de la chácharas capitalinas.
La mayoría de las veces paga por los cachivaches, pero primero los selecciona y ve si les puede cambiar la vocación de desperdicio a pieza arte, o bien, objeto vendible para algún coleccionista o nostálgico que encuentre en los pasillos del chatarral. un recuerdo, una añoranza, una melancolía en los trebejos apilados en las vitrinas y repisas de madera carcomida.
Casi todos los objetos tienen una segunda oportunidad de ser disfrutados y regresar a un hogar, por ejemplo un mingitorio adaptado como un sistema de cosecha de agua de lluvia, también como una lámpara, emulando a Marcel Duchamp.
Se puede encontrar un bote de basura o tal vez una emoción. Los objetos pueden recuperar una vida de acuerdo a la utilidad o el sentimiento que el visitante le encuentre: la refacción de la máquina de coser o el recuerdo de la abuelita remendando el uniforme escolar.
Así como un filósofo no ve un árbol sino una idea, aquí una piedra no es objeto inanimado e inerte, es un testigo del paso de los siglos y la vida en la tierra, o bien utilizarse como un pisapapeles por $5 pesos. Unas manos de maniquí intervenidas para hacer una función maceta para un rosal puede alcanzar un precio de $8 mil pesos.
Bicicletas, máquinas de coser, pelotas de beisbol, muñecos playmobile, sombreros, relojes, canicas, máscaras, lanchas, imágenes religiosas, y demás objetos se pueden encontrar en El Chatarral, además de nostalgias, arte, chácharas y una invitación a reciclar los residuos para mantener en equilibrio al planeta, o al menos, a limpiar los rincones de la casa de los trebejos inservibles. Échale un ojo a tu basura antes de tirarla en el camión.