En confinamiento, la obra de Beethoven (1770–1827) encuentra “coincidencias asombrosas”, entre lo que sufrió el compositor en vida y lo vivido en estos días pandémicos. “Y más allá de considerarlo un grandísimo compositor, es un referente universal del arte occidental, un ejemplo heroico de reinvención y resiliencia”, dice el crítico Gerardo Kleinburg, quien propone que durante 2021 celebremos el año de Beethoven.
En su aniversario 250 vale la pena descubrir al genio más allá de la sublime Novena Sinfonía o el frenético primer movimiento de la Quinta.
El crítico Gerardo Kleinburg acepta vincular rasgos representativos de la vida y obra del músico con sucesos que dos siglos y medio después aún nos marcan y destaca algunos paralelismos con este 2020 convulso, por lo que el próximo podría considerarse el año de Beethoven.
La familia: “Es hijo de un alcohólico terminal, sifilítico, cuya enfermedad pudo haber contagiado a su familia, y su madre tiene tuberculosis. Ludwig creció cercano a las infecciones y sufre una violencia inmisericorde de su padre, que lo golpea, encierra y tortura psicológicamente porque quería que fuera como Mozart”.
De la violencia doméstica se ha demostrado un incremento durante este confinamiento, apunta el crítico, al tiempo que especula que esta obsesión con Mozart provocó que Beethoven se apartara de los cánones “hacia una expresividad más romántica y moderna, menos clásico-vienesa. Su música muestra esa rebelión”.
La sordera: Ésta representa un “aislamiento brutal, un confinamiento sin solución”, muy ad hoc con estos tiempos pandémicos y del el año de Beethoven. Pero él “era un monstruo —califica Kleinburg— y explota el recurso del volumen extremo como una variante musical. Quería que el piano fuera aporreado, que la orquesta tocara fortissimo, que se exagerara en los registros superagudos porque era lo que le quedaba de audición”.
El poder: Beethoven relaciona a Napoleón con su padre y sufre una desilusión por quien también era su héroe político. “Como ocurre hoy en muchos países: una profunda desilusión de quienes creen fervientemente en un hombre que parece que defenderá a los oprimidos, pero termina siendo un tirano. Eso le pasó con Napoleón y es determinante en su vida, personalidad y obra”, apunta Kleinburg.
Se arraigan entonces en él las ideas revolucionarias y su música toma al llamado “estilo heroico”, característico de los últimos años del siglo XVIII y del XIX. “Debió alcanzar su apoteosis con la sinfonía que llamamos Eroica, que originalmente se llamaría Bonaparte”.
El romanticismo: El músico nacido en Bonn encarna los principios de libertad, igualdad, fraternidad y justicia. Es un hijo de la Revolución Francesa, dice Kleinburg. Eso se traduce en su obra a través de su única ópera, Fidelio. “Esta pieza trata de una mujer que se disfraza de hombre para salvar a un hombre que está preso, pero en realidad se trata de un hombre que está preso por sus ideas políticas.
El tirano es malo y representa lo peor; el hombre bueno representa lo máximo de la Ilustración. La mujer, en lugar de ser rescatada, rescata: ella no es débil. Pensemos en eso: ¿cómo se refleja en las mujeres activistas que defienden sus derechos o que, ahora mismo, están buscando a sus familiares desaparecidos? Por eso puede pensarse como el año de Beethoven”