Cantaba Chava Flores: “Por la tarde a las calles sacaban mesas limpias viejitas, nos vendían sus natillas y arroz con leche en sus cazuelitas, rica capirotada, tejocotes con miel y en la noche un atole tan champurrado que ya no hay de él…🎶

Los mexicanos somos dulceros. Que lance la primera piedra quien rechace cuando le ofrecen un dulce. Desde niños nos acostumbramos a su melosa existencia ya que son el broche de oro de una comida. ¿Casualidad? Para nada, las golosinas han existido desde la época prehispánica —aunque en ese entonces lucían muy diferente—, con el paso del tiempo se han ido enriqueciendo y cambiando hasta dar lugar a la vasta cantidad que vemos en las dulcerías de la ciudad. Éntrale a la melcocha, hoy toca recorrer las dulcerías antiguas de la ciudad.


Los primeros enmielados

Aunque en el territorio que hoy comprende México no existía la caña de azúcar, los pueblos precolombinos ya conocían las mieles del amor. Turum psst. Nos referimos a que ya tenían preparaciones dulces gracias a la miel de abeja mezclada con frutas y semillas, las cuales continúan presentes en algunos pueblos. Según las crónicas de fray Bernardino de Sahagún, en esa época se degustaban en los tianguis mazorcas tostadas, tortillas de masa, granos, pepitas de calabaza y los cascos de la calabaza cubiertos con miel.

Al llegar los españoles trajeron consigo un cargamento de oro blanco proveniente de India: azúcar. Varios investigadores apuntan que India fue el primer país donde se procesó la caña para dar lugar a este importante ingredientes, de hecho, la etimología de azúcar proviene del sánscrito —antigua lengua hablada por los brahmanes— sakkara. Aunque lo llamamos oro blanco, en ese entonces se parecía más al piloncillo en grano, ya que no existían procesos de refinado, pero cumplía el mismo propósito.

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Un buen turrón mexicano

Al llegar los españoles eran quisquillosos con ganas, así que importaban las golosinas de la ‘madre patria’: turrones, pasta de fruta, colaciones y mazapanes. ¡Olé! Estos dulces eran consumidos sólo por los españoles y uno que otro criollo —¿se acuerdan de esa clasificación raci-clasista de las castas?—. Para el siglo XVII en México ya crecía la caña de azúcar, el coco, la fresa, los mangos, el limón, el plátano, la avellana, la almendra, entre otros ingredientes traídos durante la conquista, así que comenzaron a cocinarse los primeros dulces de la Nueva España.

Pasteleros, confiteros, panaderos, monjas y las mujeres esclavizadas que trabajaban al servicio de los conventos elaboraban dulces con influencia: árabe, judía, morisca, española y, por supuesto, de los sabores y saberes de aquí. También había helados hechos de yema, leche y azúcar conocidos como mantecados, cuenta José Luis Curiel en su libro Virreyes y Virreinas Golosos de la Nueva España, sólo que estaban reservados para una minoría ya que la nieve utilizada provenía de la cima de algunas montañas y prepararlos era costoso. ¡Wow!

Llegando el siglo XIX ya existía una dulcería propia de esta tierra. Dulce de camote, alfeñiques, caramelos, puchas —no sean mal pensados, es como una natilla—, picones, pasta de almendras, huevos reales, gaznates, merengues, mostachones, jamoncillos, palanquetas… ¡Y los que nos faltan! Las principales ciudades del país elaboraban las más suculentas golosinas para deleitar a chicos y grandes, aunque la división de clases continuaba, aparecieron pregoneros que vendían algunas “de segunda” más baratas en la calle.

El rendez-vous de la confitería

Lo único constante es el cambio y ni los dulces se salvan de este. Durante el siglo XIX la dulcería mexicana sufrió otro enriquecimiento que derivó en nuevas recetas y sabores: ¡El afrancesamiento! Bueno, fue más una mezcla europea ya que también llegaron ingleses, holandeses y alemanes a estas tierras, pero hubo una preferencia por las tendencias francesas debido a don Porfirio Díaz.

Los inmigrantes llegaron buscando oportunidades —cof, cof, ningún inmigrante es ilegal— y establecieron negocios comerciales. La investigadora Adriana Guerrero menciona que entre las tiendas especializadas de alimentos “se vendían toda clase de chocolates, panes, hojaldras, nieves, mantecados. Uniéndose algunos con pequeños gremios dulceros, panaderos y bizcocheros”. ¡Hasta petit-fours, gateaux y macarons! Claro que esto seguía siendo para la high socialité, ya que al pueblo sólo podía pagar lo que ofrecían los vendedores callejeros.

Gracias al cronista Antonio García Cubas sabemos que existían pregoneros dulceros alrededor de Palacio Nacional ofreciendo caramelos, almendras garapiñadas, gorditas de horno, rosquillas de maíz cacahuazintle, acitrones, calabazates y camotes cubiertos. Mientras tanto, quienes podían darse el lujo visitaban la Dulcería Plaissant, en la segunda calle de Plateros —ahora Madero—, en la Dulcería de Independencia en los bajos del Hotel Jardín y en la tradicional Dulcería de Celaya, la cual aún podemos visitar.

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Dulcería de Celaya

La dulcería más antigua de la CDMX y con una larga tradición que ha perdurado durante tres siglos: Dulcería de Celaya. Este goloso lugar fue fundado en 1874 por los hermanos Alfredo y Luis Guizar en la calle de Madero, antes Plateros, sin embargo en 1904 y tras una ampliación de las vialidades, se mudaron al local actual.

Aquí venía la crema y nata de la burguesía porfirista a degustar una selecta variedad de dulces traídos de todo México, sobre todo poblanos. Ajá, como les platicamos, las dulcerías eran lugares para ir a pavonearse y encontrar maride. La demanda era enorme, incluso surtían para fiestas especiales, por lo que eventualmente optaron por comprar las recetas a diferentes familias e incluso conventos y prepararlas en la ciudad.

Desde que atraviesas la puerta es como viajar en el tiempo. La decoración afrancesada resalta aún más cada una de las preparaciones cuidadosamente dispuestas en charolas. Hay frutas cristalizadas, buñuelos de rodilla y de aire, cocadas, yemitas, picones, garapiñados y alfeñiques —figurillas hechas con azúcar—. Aquí vienen tanto extranjeros, como locales, todos curiosos por este espectacular lugar que preserva la nostálgica tradición dulcera mexicana.

Te recomendamos: ¡Los medallones de dulce de leche! Nuestro favorito es el envinado, aunque el de leche quemada también es sabroso. Si no le temes al subidón de azúcar, prueba los picones de frutas o la calabaza cristalizada. Las cocadas horneadas son de las más vendidas, así como los buñuelos bañados en miel.

Dónde: Avenida 5 de Mayo #39, Centro Histórico


El Cafeto

Sobre la calle de Jesús María resalta un enorme aparador lleno de una mágica, golosa y colorida selección de dulces. ¿Acaso este es el paraíso? Si alguna vez has soñado con un mundo de caramelo, tienes que venir a El Cafeto, una de las dulcerías más antiguas de la CDMX en la que encuentras todo tipo de galletas, chocolates, gomitas, frutas enchiladas, chiclosos, caramelos y grageas. Esta dulcería fue fundada en 1938 por un español de nombre Manuel Rodríguez, quien vendía las golosinas más novedosas de la época.

Su fama creció gracias a la variedad, calidad y excelentes precios que ofrecían, así que pronto el negocio comenzó a crecer. Actualmente cuentan con tres sucursales, aunque la principal sigue siendo la del centro, la cual cuenta con tres grandes locales dedicados a vender apapachos en forma de golosinas.

Lo más llamativo de esta dulcería son sus aparadores y arcos que tapizan de productos de temporada el lugar. Arturo Bazán, gerente de El Cafeto que ha trabajado aquí por alrededor de 30 años, nos cuenta que inicialmente sólo tenían dulces pero esto ha cambiado.

Poco a poco ha ido evolucionando, entraron las galletas, los frutos secos, las semillas, los dulces que se fueron extendiendo… Hoy en día contamos con más de 1,500 productos.

¡Wow! El dulce que busques aquí lo encuentras, eso es seguro, incluso las clásicas lagrimitas y corazones perfumados, los favoritos de Arturo.

Te recomendamos: Aunque hay chocolates, galletas y golosinas para escoger, nos atrevemos a decir que la selección de gomitas y enchilados a granel es lo mejor ya que siempre están frescas, bien suavecitas. Las clásicas gomitas de fruta y de rompope o las piñas enchiladas te sacarán una sonrisa.

Dónde: Jesús María #80, Centro Histórico

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Mazapanes Toledo

Otra de las dulcerías más antiguas de la CDMX es, sin duda, Mazapanes Toledo. Con su perdón, chilangos, pero el rey de los mazapanes está en Mazapanes Toledo, un lugar con ascendencia española que prepara los bocados de almendra más exquisitos. Este lugar abrió sus puertas en 1939, cuando Luis García Galiano notó la popularidad de los dulces europeos entre la clase alta, así que decidió comenzar a preparar turrones, polvorones y mazapanes para saciar el antojo. Eso sí, la tradición de Toledo dicta que deben prepararse con almendr, no con cacahuate como el mazapán mexicano.

El lugar es sencillo, pero lo más chido es que exhiben parte de su historia: los primeros molinos de almendra, prensas, recetarios antiguos, las primeras cajas registradoras —¡del año de la canica!— y hasta antiguas cajas de mazapán. “Todo se vende aquí, los pasteles se los llevan más en fechas especiales, pero siempre se mueve todo”, nos platica la vendedora. Los turrones están entre los favoritos, pero nos cuenta que la gente también viene por un pequeño mazapán para darle sabor a su camino.

Te recomendamos: Vamos a pecar de obvio, pero los mazapanes aquí son lo máximo. Prueba sus figuras, como los corazones, los cuales vienen parcialmente cubiertos de chocolate semiamargo. Los polvorones, enjambres de almendra y turrones también están para robar suspiros.

Dónde: 16 de septiembre #6 local 1, Centro Histórico