Doña Josefa Ortiz fue una mujer decidida, íntegra, valiente y con convicciones firmes; insobornable hasta en los peores momentos de su vida, siempre fue absolutamente congruente con sus ideales.
Estudiante y residente en el Colegio de las Vizcaínas
Nació en Valladolid Michoacán en el año de 1768. Era hija de un español y de una mestiza. Muy pronto quedaría huérfana, por lo que Doña Josefa escribió —por su propia iniciativa y de su puño y letra—, una carta al prestigioso Colegio de las Vizcaínas para que fuera admitida allí, cosa que se llevó a cabo. Un día el Colegio recibió la honorable visita del Patronato que lo financiaba y del que Miguel Dominguez era uno de los benefactores. Allí se conocieron los futuros corregidores. Entonces Miguel era viudo y le llevaba a Josefa varios años, sin embargo, esto no fue impedimento para que comenzara a cortejarla; al poco tiempo contraerían nupcias en el Sagrario de la Catedral.
La Tertulias Literarias de los Corregidores
En el año de 1802 Miguel Dominguez fue nombrado corregidor de Querétaro, por lo que él y Doña Josefa se fueron a vivir ahí. Ante el clima tenso, en la casa de los corregidores comenzó a planearse una conspiración contra la Corona. Los miembros de dicha conjura eran ni más ni menos que Allende, Aldama y el cura Hidalgo, entre otros.
La Conspiración es delatada
Todo estaba previsto para estallar el día de San Miguel en diciembre de 1810, pero el alcalde Juan Ochoa, escribió al recién llegado virrey Francisco Xavier Venegas una carta en donde le informaba de la conspiración y le daba “santo y seña” de cada uno de sus miembros:
El corregidor en esta ciudad (…) tiene hechas proclamas seductivas y no lo dudo porque su mujer se ha expresado y expresa con la mayor locuacidad contra la nación española y contra algunos ministros. El torrente de esta señora (…) no tiene empacho a concurrir en juntas que forman los malévolos.
Denunciada la conspiración, sucedió entonces la hazaña que se repite como cuento o ritual en todos los festivales escolares del país: la corregidora fue encerrada por su propio esposo en su casa, entonces desesperada por ver arruinados sus planes de libertad, golpeó la pared (y no el piso) para llamar a un tal Pérez y darle órdenes de dar aviso al capitán Allende y al cura Hidalgo, que habían sido descubiertos.
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Los corregidores son hechos presos
Dada la carta del alcalde, los corregidores se convirtieron en los principales sospechosos de participar en la conspiración, por lo que fueron encerrados en conventos de Querétaro. Sin embargo, la comunidad indígena amenazó con sublevarse y amotinarse si no se les ponía en libertad. Ante la presión, los corregidores fueron liberados, pero Doña Josefa no se apaciguaría pues ya fuera continuaría apoyando a los insurgentes.
Doña Josefa: La Ana Bolena de estas tierras
En 1813 el cargo de virrey había sido asumido por Calleja. Éste no admitió tibieza en su actuar contra los alzados o contra quienes los apoyaran. Entonces, Jose Mariano Beristáin que había sido comisionado para hacer averiguaciones sobre las personas que simpatizaban con el movimiento insurgente en la ciudad de Querétaro, escribió al virrey que la corregidora era el principal “agente efectivo” a temer. Según Beristáin, Doña Josefa era “incorregible (…) no pierde ocasión ni momento de inspirar el odio al rey, a la España, (…) una verdadera Ana Bolena que ha tenido valor para intentar seducirme a mí mismo, aunque ingeniosa y cautelosamente”.
El dramático día en el que fue apresada
Un frío día de reyes de 1814 un convoy de soldados entró de manera violenta a la casa de Doña Josefa. Su misión fue ejecutar las órdenes de conducirla a la Ciudad de México —sin admitir excusa ni pretexto alguno y sin permitirle comunicación alguna—, para ser recluida en el Convento de Santa Teresa ubicado en la actual calle de Guatemala del Centro Histórico. Sin poder hacer nada, el Corregidor tuvo que entregar a su propia esposa. Las cartas que se conservan de Don Miguel dejan ver la impotencia que él experimentó aquel día:
“Señor excelentísimo el día de hoy (…) ha arrancado a una infeliz madre de en medio del círculo de doce tiernos hijos que estaban presentes, cuyas lágrimas hacían los homenajes debidos a la humanidad, y el justo duelo de la prisión y deshonor de su madre”.
La propia corregidora narraría en una carta dirigida al virrey, cómo le había sido arrancada de sus brazos una hija de menos de un año, “dolor justísimo que todavía me viene atravesando el corazón”.
Enfurecido contra el gobierno español
Tras este suceso enfureció Don Miguel contra el gobierno español y renunció a su cargo el mismo día que fue apresada su esposa. En su carta escribió:
“El día de hoy veo calificada a mi mujer de escandalosa, perturbadora de buen orden, seductora y de qué se yo de qué otros (…) delitos”.
Sin embargo lo que mas destaca de la carta de Don Miguel sea quizá la parte en que tajantemente escribe:
“El empleo (…) no solamente lo renuncio, (…) sino que lo aborrezco, abomino y detesto, pues me ha conducido a padecer los mayores ultrajes vilipendios y sinsabores, sin más recompensa que la del desprecio y miseria en que vivo”.
Como vemos, la estrategia de prudencia política ante la guerra que hasta entonces había mantenido don Miguel, vería su fin tras la aprehensión de su esposa aquel día de invierno.
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“Tantos soldados para custodiar a una pobre mujer”
Desde el momento en que se recibió la orden de aprehender a la corregidora, ésta fue tratada como “una dama altamente peligrosa”. La orden para aprehenderla traía la leyenda de “muy reservada” y la orden que se dio para su ingreso a la capital fue la de “ser conducida desde la garita por un oficial de toda confianza y entregada por este a la Reverenda Madre Priora de santa Teresa la Antigua”.
La Doña es conducida a la Capital
Su conducción a la capital se verificó de la manera mas violenta y sin miramiento ni consideración alguna a su carácter de mujer o de esposa del corregidor. Doña Josefa lo narró así en una de las tantas cartas que escribió al virrey Calleja:
“Llegué (a la hora de) las oraciones de la noche a San Juan del Río, casi desmayada por no haber probado bocado, rodeada de soldados como el reo más facineroso, casi con centinela de vista, pasando mil trabajos y alojada (…) en el cuartel, sin ninguna distinción a una señora”.
Sin duda, la vergüenza fue parte del castigo cuidadosamente planeado por Calleja para ella, pues su ingreso a la CDMX no se verificó en la noche como ella hubiese querido: Doña Josefa comentó que por esta razón padeció un gran “sonrojo al pasar por entre el innumerable concurso de gente que había en la garita a las doce del día”. Más adelante señala: “Fui conducida a este convento con el mayor escándalo, donde llevo 22 días (…) sin que se me haya hecho saber aún el motivo de mi prisión”.
Miguel Domínguez pretende ser el abogado de su mujer
Altamente deteriorado de su salud, casi ciego por unas cataratas que habían invadido sus ojos, Don Miguel se dispuso a sacar a como diera lugar a su esposa de su injusto encierro y para ello insistió al Virrey Calleja que le permitiera abandonar su cargo para convertirse en el abogado de Doña Josefa. En su carta escribió:
“Sería yo indigno de la religión santa que profeso, del nombre español que tengo y de la educación que recibí de mis honrados padres si en tan angustiadas circunstancias desamparase a mi desdichada consorte (…) pues ni la naturaleza ni la justicia consienten que yo siendo abogado y estando instruido (…) pusiese en otras manos la defensa de mi mujer”.
No obstante, Calleja ignoró las peticiones del Corregidor.
Presa en Santa Catalina
Doña Josefa fue trasladada al convento de Santa Catalina de Sena (actualmente situado en la calle de Argentina del Centro Histórico) donde se le permitió tener visitas de Don Miguel. El tiempo pasó, Morelos fue capturado y fusilado, dando con ello un golpe muy fuerte a la insurgencia que se mantuvo desde entonces en pequeños reductos replegados en zonas de difícil acceso. El nuevo virrey Apodaca ofreció indultos a los rebeldes para que abandonaran su causa. Doña Josefa sería liberada en junio de 1817.
Antes muerta que dama del Imperio de Iturbide
Finalmente al consumarse la independencia, Doña Josefa fue puesta en libertad. Había pasado cuatro años de encierro, entre convento y convento. Iturbide fue nombrado emperador de México, entonces Doña Josefa fue invitada a formar parte de la corte de Doña Ana Huarte, pero ésta rechazó la oferta tajantemente. De hecho, desde entonces encabezaría la oposición al gobierno imperial del que antes había sido uno de los realistas más sanguinarios de la guerra.
La casa de Doña Josefa: un refugio para conspiradores otra vez
La casa de Doña Josefa en la CDMX se convirtió así de nueva cuenta en refugio de conspiradores, ahora contra el imperio de Iturbide. A su casa llegaban los principales partidarios de la república como Guadalupe Victoria o Fray Servando, y se dice que la Corregidora de Querétaro entonces llegó a entablar amistad con algunos de los liberales mas radicales como Valentín Gómez Farías.
Finalmente, la muerte llamó a la puerta de doña Josefa y ésta la recibió en sus brazos una mañana de Marzo de 1829. Murió víctima de una pleuresía en su casa de la CDMX situada en la Calle del Carmen, o como era conocida en la época, “la Calle del indio Triste”.
Laureana Wrightt, —precursora del feminismo en México— escribió de Doña Josefa: “su adhesión a la gran causa de la libertad, no fue hija de un instante de alucinación o de un rapto de entusiasmo, sino producto de la concienzuda convicción (…) en la justicia de sus opiniones políticas y del legítimo deseo de libertad que germinaba en su alma”.