Centro Universitario Cultural
Por: Eric Mattig
El CUC fue concebido como un espacio
de expresión, propuesta y formación en donde los
problemas del hombre y del mundo moderno, especialmente de la
vida universitaria fuesen abordados desde todos los puntos de
vista, con respeto absoluto a la pluralidad de pensamientos que
forma parte de la esencia de la Universidad.
El CUC fue creado
por los descendientes de aquellos primeros frailes dominicos que
llegaron a México a evangelizar en 1526.
Hacia finales de los años
cincuenta y comienzos de los sesenta, surgió entre varios
frailes la idea de crear un centro de cultura y espiritualidad
para los estudiantes universitarios. A la cabeza del incipiente
proyecto se encontraba fray Alberto de Ezcurdia, por entonces
catedrático en la Universidad Nacional y dotado de grandes
cualidades intelectuales, ampliamente reconocidas a través
de sus artículos periodísticos y de sus alocuciones
en la radio.
Acorde con los tiempos pero, a la vez, enraizada en la más
pura tradición dominicana, esta iniciativa de volver al
ámbito universitario como un espacio privilegiado para
la predicación del Evangelio, suscitó mucho entusiasmo
porque representaba la oportunidad de acercarse a los estudiantes,
y también a sus maestros, restableciendo con ellos un diálogo
en la fe que se había vuelto imposible debido al predominio
de las ideas marxistas y de una generalizada indiferencia religiosa,
problemas comunes a la mayoría de las universidades, particularmente
en América Latina.
Tras el inicial optimismo que
despertara aquel proyecto, a todas luces necesario, las primeras
tentativas para su realización afrontaron múltiples
y muy concretas dificultades, no sólo de carácter
organizativo pues había que vencer, de entrada, la poderosa
resistencia de una mentalidad anticatólica; posición
favorecida dentro de la Universidad Nacional, durante largo tiempo,
por un estrecho criterio sobre el quehacer científico y
cada vez más proclive, según los postulados del
marxismo, a una combativa hostilidad que, irónicamente,
en "defensa de la libertad de pensamiento" rechazaba
cualquier expresión religiosa.
Sin perder de vista estas condiciones adversas, el vicario provincial
de la orden dominicana, Mariano Antía, encomendó
la tarea de la evangelización en el ámbito universitario
a los frailes Alberto de Ezcurdia y Mariano Monter, quienes comenzaron
su difícil labor en una modesta casa de la Avenida Copilco,
número 319, donde tendrían lugar las reuniones con
los jóvenes así como la celebración de las
misas.
Por aquel entonces, principios de los años sesenta, la
población estudiantil no era tan numerosa y los horarios
de clases en la universidad estaban organizados conforme a dos
turnos bien diferenciados:
matutino y vespertino, lo cual permitía a los estudiantes
disponer de mayor tiempo para actividades deportivas, culturales
y religiosas, además de que no existían en la ciudad
los problemas de transporte y circulación que más
tarde alcanzaron enormes proporciones.
De igual modo, apenas comenzaba
a poblarse la zona circundante a la Ciudad Universitaria que debían
atender los frailes dominicos como su parroquia, delimitada ésta
desde la glorieta de Miguel Angel de Quevedo, antes Taxqueña
hasta las torres de alta tensión en lo que hoy es el Eje
10 comprendidos los fraccionamientos Romero de Terreros, Copilco-Universidad
y el barrio de Copilco el Alto.
Sin embargo, sólo unos
cuantos años después la población de dicho
territorio parroquial se incrementó de manera vertiginosa
con los condominios del Banco Nacional, la Unidad Interamericana
y las invasiones masivas en el Pedregal de Santo Domingo.
De aquella primera etapa, merecen destacarse los avances logrados
por fray Alberto de Ezcurdia quien, como maestro en la facultad
de Filosofía y Letras, se anticipó a las directrices
del Concilio Vaticano II al entablar un diálogo serio con
los marxistas; diálogo que trascendió las aulas
universitarias y tendría amplia resonancia en muy diversos
foros, cual fue el caso de la revista "Siempre" , la
más importante en su género por esas fechas, cuyas
páginas dieron cabida semanalmente a un artículo
del padre Ezcurdia, motivo de creciente interés y acaloradas
polémicas.
En su calidad de párroco
universitario, fray Mariano Monter también fue objeto de
muchas críticas, no todas bien intencionadas y la mayor
parte desprovistas de toda fundamentación, ya que administrar
los sacramentos en una siempre casa bastaba, entonces, para suscitar
escándalo entre los sectores más conservadores de
la Iglesia, así como absurdas sospechas en otros ámbitos.
Dado el carácter innovador del proyecto, ciertamente todavía
en una fase casi experimental, no se le valoró en su justa
medida ya ambos frailes fueron removidos.