El CUC fue concebido como un espacio

de expresión, propuesta y formación en donde los

problemas del hombre y del mundo moderno, especialmente de la

vida universitaria fuesen abordados desde todos los puntos de

vista, con respeto absoluto a la pluralidad de pensamientos que

forma parte de la esencia de la Universidad.

El CUC fue creado

por los descendientes de aquellos primeros frailes dominicos que

llegaron a México a evangelizar en 1526.

Hacia finales de los años

cincuenta y comienzos de los sesenta, surgió entre varios

frailes la idea de crear un centro de cultura y espiritualidad

para los estudiantes universitarios. A la cabeza del incipiente

proyecto se encontraba fray Alberto de Ezcurdia, por entonces

catedrático en la Universidad Nacional y dotado de grandes

cualidades intelectuales, ampliamente reconocidas a través

de sus artículos periodísticos y de sus alocuciones

en la radio.

Acorde con los tiempos pero, a la vez, enraizada en la más

pura tradición dominicana, esta iniciativa de volver al

ámbito universitario como un espacio privilegiado para

la predicación del Evangelio, suscitó mucho entusiasmo

porque representaba la oportunidad de acercarse a los estudiantes,

y también a sus maestros, restableciendo con ellos un diálogo

en la fe que se había vuelto imposible debido al predominio

de las ideas marxistas y de una generalizada indiferencia religiosa,

problemas comunes a la mayoría de las universidades, particularmente

en América Latina.

Tras el inicial optimismo que

despertara aquel proyecto, a todas luces necesario, las primeras

tentativas para su realización afrontaron múltiples

y muy concretas dificultades, no sólo de carácter

organizativo pues había que vencer, de entrada, la poderosa

resistencia de una mentalidad anticatólica; posición

favorecida dentro de la Universidad Nacional, durante largo tiempo,

por un estrecho criterio sobre el quehacer científico y

cada vez más proclive, según los postulados del

marxismo, a una combativa hostilidad que, irónicamente,

en "defensa de la libertad de pensamiento" rechazaba

cualquier expresión religiosa.

Sin perder de vista estas condiciones adversas, el vicario provincial

de la orden dominicana, Mariano Antía, encomendó

la tarea de la evangelización en el ámbito universitario

a los frailes Alberto de Ezcurdia y Mariano Monter, quienes comenzaron

su difícil labor en una modesta casa de la Avenida Copilco,

número 319, donde tendrían lugar las reuniones con

los jóvenes así como la celebración de las

misas.

Por aquel entonces, principios de los años sesenta, la

población estudiantil no era tan numerosa y los horarios

de clases en la universidad estaban organizados conforme a dos

turnos bien diferenciados:

matutino y vespertino, lo cual permitía a los estudiantes

disponer de mayor tiempo para actividades deportivas, culturales

y religiosas, además de que no existían en la ciudad

los problemas de transporte y circulación que más

tarde alcanzaron enormes proporciones.

De igual modo, apenas comenzaba

a poblarse la zona circundante a la Ciudad Universitaria que debían

atender los frailes dominicos como su parroquia, delimitada ésta

desde la glorieta de Miguel Angel de Quevedo, antes Taxqueña

hasta las torres de alta tensión en lo que hoy es el Eje

10 comprendidos los fraccionamientos Romero de Terreros, Copilco-Universidad

y el barrio de Copilco el Alto.

Sin embargo, sólo unos

cuantos años después la población de dicho

territorio parroquial se incrementó de manera vertiginosa

con los condominios del Banco Nacional, la Unidad Interamericana

y las invasiones masivas en el Pedregal de Santo Domingo.

De aquella primera etapa, merecen destacarse los avances logrados

por fray Alberto de Ezcurdia quien, como maestro en la facultad

de Filosofía y Letras, se anticipó a las directrices

del Concilio Vaticano II al entablar un diálogo serio con

los marxistas; diálogo que trascendió las aulas

universitarias y tendría amplia resonancia en muy diversos

foros, cual fue el caso de la revista "Siempre" , la

más importante en su género por esas fechas, cuyas

páginas dieron cabida semanalmente a un artículo

del padre Ezcurdia, motivo de creciente interés y acaloradas

polémicas.

En su calidad de párroco

universitario, fray Mariano Monter también fue objeto de

muchas críticas, no todas bien intencionadas y la mayor

parte desprovistas de toda fundamentación, ya que administrar

los sacramentos en una siempre casa bastaba, entonces, para suscitar

escándalo entre los sectores más conservadores de

la Iglesia, así como absurdas sospechas en otros ámbitos.

Dado el carácter innovador del proyecto, ciertamente todavía

en una fase casi experimental, no se le valoró en su justa

medida ya ambos frailes fueron removidos.