De carne y hueso, como cualquier ser humano, escritores, pintores y cineastas también se enfrentaron a todas las facetas del amor. Ellos, como nosotros, simples mortales, también sienten y tienen su corazoncito. No, no todo es éxito y fama. Bajando de las galerías y los escenarios, quienes se dedican a hacer arte enfrentan las pasiones de la vida, el amor, la soledad, los celos y las condenas.
Ninguno de estos artistas se han salvado de las flechas de Cupido y de las locuras que se hacen en su nombre. Pasado el día de fiesta, recordemos cómo han alcanzado la felicidad o desfallecido de amargura.
El amor imposible de Borges
El argentino Jorge Luis era introvertido, discreto, austero y tímido. Su madre –Leonor Acevedo– lo acompañó a todos sus viajes hasta sus 87 años: cuando le pidió que buscara una mujer, que se casara, que no se quedara solo al morir ella. Obediente, Borges encontró a Elsa Astete Milán. Él tenía 68 años y ella era una viuda de 57.
Ah, pero 23 años antes existió Estela Canto, una joven de 27 años a quien conquistó diciéndole cosas como: “Tienes la sonrisa de la Giconda y los movimientos de un caballito de ajedrez”. Lo consiguió, anduvieron de novios. Durante sus citas, el inseparable Borges se levantaba cada tres horas para llamar por teléfono a su madre.
Y, bueno, durante todo ese tiempo Borges intentó evitar el contacto físico con ella. El problema llegó cuando le pidió matrimonio, Elsa como discípula de Bernard Shaw, le dijo: “lo haría con mucho gusto Georgie. No podemos casarnos si antes no nos acostamos”.
En él no cupo aquello, se separaron y continuaron como amigos.
Las canciones de Elena Garro
Elena Garro hizo y deshizo en la vida de Octavio Paz durante los 26 años. Berrinchuda era. Imagínense, una vez, Paz –como diplomático– le pidió que se arreglara para ir a una recepción con embajadores: cuando se dijo lista –¡pum!–: Elena pintada la cara de negro, con una pañoleta de puntos de colores, en ropa de dormir y con una escoba. Todo para no acompañarlo a la velada.
Terminaron su relación y Garro comenzó el recelo, la hostilidad y la competencia con Paz.
Después, a propósito de la matanza del 2 de octubre de 1968, Elena –¿por qué no?– urdió la venganza: salió de sus casillas y denunció (por agitación juvenil) a un gran número de intelectuales mexicanos, entre ellos su ex esposo. Y, entonces, José Luis Cuevas la llamó “loca” y Carlos Monsiváis la nombró “la cantante del año”.
Y sí, tal como se lee en la epígrafe de Andamos huyendo Lola: “Detrás de todo gran hombre hay una gran mujer. Y detrás de cada gran mujer hay un gato”.
Seductor fallido
En una fiesta en México, Luis Buñuel fue atrapado por la belleza de Leonora Carrington. Seguro de sí mismo, le propuso ser su amante. Casual. Antes de esperar respuesta, el cineasta le entregó la llave de un secreto departamento de soltero y le dijo que la esperaba a las tres de la tarde del día siguiente.
Leonora visitó el lugar en la mañana y encontró un dormitorio sencillo y austero. La artista, creativa como era, decidió entintar sus palmas con su propia sangre, estaba en pleno periodo, e imprimió sus palmas rojas en las paredes. Cuando Buñuel descubrió la “instalación”, decidió no volver a dirigirle la palabra a la pintora.
Embrujos de amor
Nahui Ollin. Ah, Nahui Ollin. Ojos de embrujo. Y bebedizos también. La pintora y poeta María del Carmen Mondragón Valseca tenía brebajes para tener a los hombres embrujados. Y a todo mundo a sus pies. Nahui aseguraba que sus hierbas y menjurjes eran infalibles, hacía ceremonias y rezaba en su casa: “San Martín Caballero, tráeme al hombre que yo quiero”. Al separarse del cadete y aprendiz de diplomático Manuel Rodríguez Lozano, inició una relación con el pintor Gerardo Murillo, el Dr. Atl. Ella murió en la soledad y la pobreza, rodeada de gatos.
Prohibido hablar de la ex
Rufino Tamayo se casó con la pianista Olga Flores Rivas. Olga era celosa. Tal vez no sin razón. Vivía con la sombra de María Izquierdo, la mujer con la que el pintor vivió durante cuatro años (1928-1932), complementados. Era tal la influencia que ejercía María Izquierdo en el pintor que Olga le prohibió que la mencionara el resto de su vida. Ni siquiera los amigos de Tamayo podían mencionarla. Una vez, Juan Soriano hablo de María, la mujer de Tamayo no tuvo empacho: “Esa desgraciada, esa sinvergüenza… tenía hijos y se metió con Rufino”.