Burroughs y Kerouac: un vagabundo y un chamán perdidos en la Ciudad de México
La llamada Generación Beat y la Ciudad de México tienen mucho, tal vez demasiado, en común. ¿Cómo influyó la capirucha en estos escritores?
Por: Diego Pacheco
Del chamanismo a las pulcatas, para la generación Beat México es un escenario idílico capaz de saciar su intensas ambiciones.
El chilango promedio que utiliza el transporte público se acostumbra a no ver el realismo mágico o el absurdo que lo rodea; nos es cotidiano viajar con un pie adentro y otro afuera del pesero, que el cofre del micro parezca una ofrenda guadalupana o que en vez de un rosario colgado del retrovisor sea un crucifijo de tamaño de cuerpo completo, o que los comerciantes del metro vendan a gritos el peyote curativo.
Para el extranjero, México le es una musa artística. Los surrealistas sean posiblemente los mayores exponentes de expresar a México como un hito inspiracional. Claro, a excepción de Dalí, quien tuvo conflicto por sentirse inhibido ante la connotación surreal inmanente del país.
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Letras extranjeras descubriendo México
En la literatura también habrán varios viajes a México: D.H. Lawrence vino en búsqueda de Quetzalcóatl; el periodismo de Graham Greene se sitúa aquí; Aleister Crowley, el esotérico oscurantista, escaló el Popocatépetl y el Iztacíhuatl; Malcolm Lowry escribe Debajo del volcán cuando estaba postrado en Tepoztlán; y a Aldous Huxley le disparan en Oaxaca por rechazar una copa de tequila. Por mencionar algunos ejemplos.
La generación Beat escribirá constantemente desde México; aquí es en donde encontrarán un realismo exótico así como las experiencias místicas que ofrece el chamanismo lo cual converge de maravilla para el tono de su literatura.
Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques es una novela escrita en conjunto cuando Jack Kerouac y William Seward Burroughs vivían en la ciudad capital antes de que fueran los titanes de la literatura norteamericana, antes de que Ginsberg recitara Aullido en la Six Gallery, antes de que Kerouac publicara En la carretera, y antes de que Burroughs asesinara a su esposa jugando al tiro al blanco. Es decir, antes de que la generación Beat fuera la generación Beat.
Publicada hasta el 2008 pese a estar escrita en 1945 ya que la vértebra de esta historia es el anecdotario de cómo encubrieron el homicidio de Lucien Carr a David Kammerer. Aunque en aquél momento no se sabía, para la década de los cuarenta ya habían desvelado los valores de los escritores beatnik que se harían populares en los cincuenta y sesenta: el exotismo, drogas, y sexualidad entendidos como contracultura así como el nomadismo, espiritualidad y, por supuesto, el país surreal por antonomasia.
Kerouac y Burroughs perdidos en la CDMX
Burroughs visita México en son de escapar de su tierra natal. En sus primeros meses le escribe a Ginsberg declarando que no le gusta el “salvajismo” de esta nación, ¿qué más habría de esperarse del gabacho en los cincuenta?
Regresa a Estados Unidos el novelista de Junky y El almuerzo desnudo siendo un chamán disfrazado de dandy, aquél retrato fotográfico de Seward con sus trajes elegantes, enormes lentes y sombrero cubriendo la alopecia es una fachada de alguien ya inmerso en el chamanismo como experiencia mística. A finales de los setenta publica una suerte de popurrí entre novela gráfica y noeveleta colaborativa con Malcolm McNeil inspirada en los códices Maya: Ah Puch está aquí. Aquél resquemor que le escribía a Ginsberg sobre el salvajismo mexa queda olvidado en un pseudo chamán contemporáneo y estadounidense.
Kerouac, por otra parte, es un perro rabioso e imparable (e insaciable). En cada libro hay una directriz, sus musas: Dean Moriarty (Neal Cassady) en El camino, El jazz en Pic, Japhy Ryder (Gary Snyder) en Los vagabundos del Dharma, El fútbol americano en La vanidad de los Duluoz etc. No se debe aclarar que la capital sea su musa en el poemario Mexico city blues al que define como una prosa budista jazzística.
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Tristessa o Esperanza
En los hipiosos sesenta publica Tristessa, una oda, un recuerdo melancólico de cuando vivía en un departamento en Orizaba con un ladrón a quien llama El Indio. Comienza describiendo que anda borracho (que sorpresa) en un taxi pasando por el Ciné México (en donde posiblemente estuvieran exhibiendo una cinta del siglo de oro) hasta llegar a su departamento viendo a la belleza india azteca que es su amante, la prostituta Esperanza Villanueva. Un juego bastante cruel renombrar a la esperanza como tristeza, pero así era la intensidad de Kerouac, a veces lúdica y a veces cruel.
Como se trata del vagabundo del Dharma, la Capital es un personaje principal: los bares de San Juan de Letrán, las pulquerías del centro, los prostíbulos y las calles. Describe el vagabundear en un México menos ruidoso, menos sobrepoblado, un México en blanco y negro. Un gringo perdido por las calles en las noches buscando algún bar que siga abierto para continuar su eterna borrachera. Queriendo evitar pensar en los celos que le da que su chica se prostituya con otro hombre, callándolos con otro tequila y otro pulque para regresar a su departamento con El Indio y caer inconsciente.
Burroughs y Kerouac escriben un México inexistente, pues es un México extranjero. La perspectiva de estos dos alcohólicos al vivir en la capital detallan todo el exotismo que los oriundos, los pasajeros con un pie adentro y otro afuera sostenido por el moscas del pesero, ya no veos pues estamos acostumbrados a esta retorcida cotidianidad.
Un vagabundo budista jazzístico y un chamán disfrazado de dandy describen los callejones más obscuros de México desde su eterna borrachera ¡Salud!