El poder del lenguaje, según Brenda Lozano
En su nueva novela, "Brujas", Brenda Lozano cuenta la historia de dos mujeres muy diferentes cuyos caminos terminan entrelazados
Por: Fernando Hernández Urías
Hace un par de semanas comenzó a circular en las librerías mexicanas Brujas, la tercera novela de Brenda Lozano. Las protagonistas son Feliciana, una mujer de campo mayor que es increíblemente famosa en todo el mundo gracias a que es capaz de curar con El Lenguaje, y Zoé, una joven periodista quien, intrigada por los poderes de la curandera y tras un violento asesinato, decide buscarla para contar su historia.
¿Cuál fue el mayor reto que representó esta novela y cuál crees que es la principal diferencia que tiene con las dos anteriores?
La principal diferencia entre esta novela y las otras que escribí, es que en esta ocasión tenía muy claro que quería a una mujer protagonista y que fuera una voz del campo. Me interesaba que las metáforas fueran otras, que los espacios fueran otros, que las referencias fueran otras. Y también todas las implicaciones que eso tiene: por un lado, desplazar el espacio, el punto de vista, la voz, la edad, todo, pero principalmente que fuera una mujer muy poderosa, pero que no fuera por dinero, que es el camino directo en esta sociedad capitalista en la que vivimos. Cuando se habla de poder, normalmente el camino directo y más corto suele ser pensar en alguien con mucho dinero, y en esta novela en específico me interesaba cuestionar eso.
¿Cómo fue el proceso para construir las voces de las dos protagonistas? ¿Con cuál te sentiste más cómoda?
El proceso de escritura fue muy, estaba pasando por una etapa personalmente muy turbulenta, entonces el espacio de la novela para mí fue muy salvador y muy increíble poderlo abrir. La escribí una a una: una frase le siguió a otra y una página le siguió a otra. Entonces las historias están armadas así, primero está la de Feliciana que se va tejiendo con la de Zoé, quien descubre el personaje de esta curandera.
Aunque parecen vivir en realidades muy distintas, hay varias coincidencias entre Zoé y Feliciana (el padre muerto, las hermanas, la principal herramienta de ambas es el lenguaje), ¿lo hiciste a propósito o simplemente se fue dando?
Hay temas que me interesaba explorar desde los dos flancos, desde el campo y desde la ciudad, y desde momentos en la vida muy distintos, la periodista es mucho más joven que Feliciana. Pero sobre todo el tema de los espacios. La diferencia de crecer en el campo o en la sierra, a diferencia de crecer en la ciudad, y cómo de pronto hay varias cosas que se pueden cruzar: desde las violencias patriarcales hasta abusos, la opresión, cómo se viven las maternidades, cómo se vive una violación en un contexto rural y en un contexto urbano. Todo eso me interesaba mucho como panorama de expansión en cuanto a una historia, en mi caso era posible solamente a través de la ficción era posible hacerme esas preguntas e irlas respondiendo conforme las historias se iban haciendo.
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Ser bruja tiene muchas connotaciones, ¿qué significa para ti?
Esa palabra, hoy en día, tiene una acepción sobre todo machista, como “Ay, ya se juntaron las brujas” o “Ahí está el aquelarre”. Y hay algo de eso que me gusta porque creo que también es importante darle la vuelta a todas esas palabras que tienen esas cargas machistas y ocupar esos espacios. Un poco como que, si el espacio de la calle es el espacio de la violencia, ocuparlo en la noche o salir de noche es volver a transitar ese espacio en donde antes hemos sido vulneradas. Por otro lado, es una palabra muy sencilla y me gustaba que fuera así. Quería que fuera un título con una palabra muy sencilla, con esa doble acepción y tratar de ocuparla desde otro lugar. Y también creo que es una palabra muy elástica. Bruja puede ser desde la acepción machista de una mujer supuestamente mala, hasta alguien que igual y tiene intuición.
Las dos hermanas (Leandra y Francisca) juegan un papel fundamental como complemento de cada una de las protagonistas, ¿por qué incluir esa complicidad entre hermanos como tema en la novela?
Me gustaba mucho que las dos figuras que van contando la novela, por una parte Feliciana que es la curandera y por otra Zoé que es la periodista que cuenta esa historia, me gustaba que ellas, al tener el lado más intenso, más profundo, con un trabajo que implica mucha responsabilidad y que tiene mucha importancia, me interesaba mucho que hubiera figuras que fueran más desordenadas o que fueran una especie de contrapeso. Que pudieran aligerar una situación o que cuestionaran de pronto esa intensidad o algo que fuera un contrapeso. Y creo que muchas veces los hermanos y las hermanas tienen mucho de eso. Mientras uno se saca 10, al otro lo están reprobando, y luego, al que reprobó, más adelante le dan un gran trabajo. Creo que funcionamos mucho en contrapeso de los hermanos. Y, claro, tengo un hermano y eso en mi vida significa muchísimo, y creo que funciono muchísimo a partir de ese contrapeso.
En un momento tan complicado y violento como el actual, Brujas es una reflexión sobre la feminidad y la relevación de la unión y la conexión entre personas. ¿Le ves solución a la crisis que atraviesa el país y la especie?
Es una pregunta bien grande y muy compleja, y creo que no hay más que poder aspirar a responder un poquito de todos los aspectos que tiene. Así que con todas esas limitaciones con las que puedo yo responder diría que hacer política en este país, hacer una política a favor de la paridad de género, hacer política en este país es darle la mano a tu vecina, por ejemplo, o ser empática o ser empáticos con todas las cifras que vemos al día de feminicidos. Hace mucha falta humanizar estos números. Y creo que tiene un montón de frentes y de aspectos que hay que considerar. Sí son feminicidios, sí hay 10 feminicidios al día, y al mismo tiempo son cifras inestables porque no hay una métrica oficial ni está estandarizada, ni mucho menos, pero bueno, entre 10 y 11 feminicidios en este país al día, habla de un montón de violencias a muchísimos niveles, que van desde el lenguaje machista, el Estado ignorando la emergencia nacional, bromas, todo el lenguaje sexista, conductas en la calle, cómo se han normalizado los abusos… Es un problema tan grande y tan complejo que creo que, quizás si vemos uno de los frentes que nos tocan en el día a día, ahí sí que puede haber algo pequeño que puede cambiar el rumbo de una historia más grande o de una narrativa mayor. Por eso creo que tener un gesto con una mujer a la que no conoces es romper de alguna forma el patriarcado porque estamos educadas para competir, para rivalizar, entonces sí creo que hay esperanza más que una solución concreta o única.
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No es la primera vez que tocas el tema de la escritura o el lenguaje como salvavidas, ¿qué es lo que te interesa más sobre ello? ¿Cuál es el principal poder que le atribuyes?
Creo que el lenguaje es política, y puede cambiar la narrativa, y eso llevado al extremo para mí en esta novela era como un juguete. Pensar que el lenguaje podía cambiar la vida de una persona por completo o sanar, que es para mí el grado último del lenguaje. Si es capaz de sanar, lo puede todo. Si es todopoderoso el lenguaje, entonces ahí hay algo. Y ahí hay una forma de cambiar la narrativa. Yo, que me dedico a la escritura, sí creo que desde ahí se puede la narrativa tanto personal como general. Sí creo en el poder de las palabras. Y esto era una forma de externarlo y de hacer un juguete de ficción. Casi como un superhéroe que desde el lenguaje lo puede absolutamente todo.
¿Te han salvado las palabras de alguien?
Por supuesto, de mí.
¿Cómo puede servir la literatura, y el arte en general, contra la desigualdad y el machismo?
La literatura está hecha de palabras, que es la misma materia de la que está hecha nuestra vida diaria, y creo que, en esa medida, se cambia la narrativa tanto de una vida como de un país. Entonces creo que si a algo hay que prestar atención también es a cómo narramos absolutamente todo. Eso sí cambia el rumbo y definitivamente necesitamos que cambie ese rumbo. Porque mira dónde estamos. Entonces, sí creo que es responsabilidad de todos cómo nos dirigimos a compañeras o cómo nos apoyamos unos a otros. Porque es un tejido social. No es una lucha de géneros. No es hombres contra mujeres. Se trata de volver a juntar.