En el mes de marzo, cuando los contagios de COVID-19 empezaban a crecer en México, comenzó a circular Poeta chileno, la cuarta novela de Alejandro Zambra, uno de los escritores contemporáneos más imprescindibles que ha construido una obra muy personal en la que, colocadas de forma artesanal, no sobra ni hace falta una sola palabra.
Con más de 400 páginas, se trata del libro más extenso hasta la fecha del chileno, y está repleto de personajes entrañables de los que cuesta trabajo despedirse. Está Gonzalo, un hombre que sueña tímidamente con convertirse en poeta; está Carla, de quien Gonzalo se enamora perdidamente, y con quien se reencuentra fortuitamente ya entrados en años para vivir una intensa historia de amor; Vicente, el hijo de Carla, hijastro de Gonzalo y adicto a la comida de gato; y Oscuridad, la gatita que llena de vida la casa en la que estas tres personas intentan vivir como familia.
En Poeta chileno, Zambra habla sobre el amor, la poesía y las familiastras, pero también es una carta de amor al lenguaje, la escena poética de Chile, los libros, los encuentros y los reencuentros, y a los vínculos que se forman espontáneamente y de forma inesperada, y que le acaban dando sentido a nuestra existencia.
Después de un libro más experimental como Facsímil, llega Poeta chileno, tu novela más extensa hasta la fecha (y, quizás, también la más “tradicional”). ¿Me puedes contar cómo surgió la idea y hablar un poco sobre el proceso de escritura?
Tiene muchos orígenes, algunos casi remotos, como mi primer encuentro con la palabra padrastro, hace como quince años, o un poema breve y muy malo que escribí a los veinte que, aunque no se parece nada, en el fondo es ese poema “Garfield” que escribe un personaje de mi novela. O sea, yo lo escribí, pero no podría haberlo hecho sin ponerme en el lugar de ese personaje. Escribí esta novela durante los dos primeros años de vida de mi hijo y creo que la felicidad de su llegada de algún modo se nota en la novela. Despertaba a las cinco o a las seis o a la hora que despertara mi hijo, estaba con él un par de horas antes de subir al cuartito en la azotea donde escribía hasta las dos de la tarde, y el resto del tiempo era para jugar con él.
Tus dos primeros libros fueron de poemas y después diste el salto a la narrativa. ¿Qué encontraste en las novelas y los cuentos que no podrías expresar a través de poemas, y qué tiene para ti la poesía que no se encuentra en la narrativa?
Puede que haya sido un salto, como dices, pero hacia atrás. Igual, no me gusta hablar tan en abstracto de los géneros literarios. No me interesa definir la literatura, lo que quiero es enfrentarme a textos concretos y recibirlos o rechazarlos, comprender qué le hacen al mundo. Por supuesto hay más diferencias entre poetas y narradores que entre poesía y narrativa, aunque hoy abundan autores que se mueven con total libertad de un género a otro, sin necesidad de definiciones ni justificaciones. Me temo que casi todos los personajes de mi novela estarían en desacuerdo conmigo, porque en ella abundan los poetas que no leen novelas. Quizás los personajes de mi novela no aceptarían leer mi novela. Igual, para responder a tu pregunta, yo era un mal poeta tal vez porque me aprovechaba de la “ilegibilidad” de la poesía; quería hablar sin hablar, simular que decía algo. Era como alguien que asegura que sabe tocar la guitarra para que lo inviten a una banda y no tiene más remedio que faltar a los ensayos mientras aprende un poco a escondidas. Siempre fui mejor contando historias que escribiendo versos, pero aspiraba a la poesía. Luego todo cambió, con Mudanza, que es un poema “relatado”, y luego con Bonsái, un libro de poemas que estuve años intentando hasta que me decidí a narrar, más bien, algunas zonas de esa obsesión.
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¿Qué ha cambiado, según tú, en tu escritura, desde Bonsái hasta ahora?
¡Casi todo! Igual, te aseguro que no soy una fuente confiable, para mí mis libros son muy distintos entre sí, supongo que desde fuera son más visibles las semejanzas que las diferencias, pero yo veo puras diferencias. No me cuesta conectarme con la persona que escribió Bonsái, que es del 2006,ni con la persona que escribió Mudanza, que es del año 2003, digamos que es gente que me cae bien y que comparto con ellos ideas y obsesiones y un cierto deseo de intensidad. Los quiero, pues, como quiero a mis libros, cuando he debido releerlos no me ha nacido cambiarles nada más que unas comas, pero no los escribiría ahora de la misma manera. En general siento que cada libro surge un poco en contra del anterior. Son como hijos que se fueron de la casa, por supuesto quieres que les vaya bien, pero te interesa más el que sigues criando. O como hermanastros, como hijos de distintos padres y una misma mamá, que sería yo.
¿La Ciudad de México, lugar donde vives desde hace un tiempo, ha tenido algún impacto en tu trabajo?
Mucho, aunque en esta novela México es invisible. Es mi novela más chilena, pero solo entiendes tu lenguaje y tu paisaje cuando empiezas a perderlos. A perderlos de verdad, quiero decir. Salvo unas referencias incidentales a la película Y tu mamá también y a José Emilio Pacheco (y al cantante Emmanuel, casi se me olvida), en Poeta chileno México no aparece y sin embargo creo que no habría escrito esta novela, o que sería muy distinta, sin estos años mexicanos. Si hiciera esta novela de nuevo, no llegaría a llamarse Poeta chilango pero tal vez Poeta chilengo funcionaría.
Poeta chileno retrata con nostalgia tu país de origen, ¿cómo se ve (y se escribe sobre) Chile desde lejos?
No quería que la nostalgia se volviera paralizante, enmudecedora. Ahora que lo pienso, tal vez necesitaba una nostalgia de cuatrocientas páginas. Terminé la novela antes del estallido chileno de octubre y la publiqué cuando empezó la pandemia, quizás por eso ahora me parece incluso más novelesca; abandono a los personajes en el año 2014 y ahora siento que el año 2014 sucedió hace un siglo. No quisiera ser nunca como esa gente que mira su país con excesiva distancia o con falsa proximidad. Se ha vuelto más difícil estar acá, por supuesto. Qué puedo decirte, hablo a diario con mis amigos, que hace unos meses estaban todos en la calle, entre la indignación y la esperanza, y ahora están obligados a acatar las decisiones de unas autoridades en las que nadie confía.
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Uno de los principales temas de la novela es la paternidad (“Ser padre consiste en dejarse ganar hasta el día en que la derrota sea verdadera”, se puede leer en el libro). ¿Qué es ser padre para ti?
La recuperación de lo sagrado, pienso. Felicidad pura, vertiginosa. Juego, desafío, arraigo. El otro día un amigo me preguntaba cómo lo hacíamos con la pandemia y un hijo. Y yo pensé en cómo lo hará él, sin hijos. Nos turnamos para cuidarlo, pero a veces pienso que en realidad nos lo disputamos, porque cuando estás con tu hijo sabes muy bien lo que quieres: que no se caiga, que lo pase bien, que se ría, que se sienta protegido y querido. Cuando toca el turno de estar frente al computador, en cambio, se dispara la angustia.
Algunas escenas del libro hablan sobre el compromiso que implica tener hijos. Sé que esto es completamente personal, pero ¿en algún momento de la vida estamos realmente preparados para cuidar a criaturas tan frágiles?
¡Tu pregunta anterior era más personal que esta! Y la siguiente… Y está bien, no hay problema. Creo que para tener un hijo hay que estar dispuesto a darlo todo y a recibir, también, una lección permanente; hay que estar dispuesto a cambiar de vida, ni más ni menos. Es tan difícil generalizar, no defendería ni recomendaría la paternidad biológica, no tener hijos me parece una decisión harto sensata, y admiro sobre todo a quienes se atreven a ser madres o padres de hijos ajenos. Admiro sobre todo a los padres adoptivos.
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Tú recientemente te convertiste en padre. ¿Ha cambiado en algo tu escritura desde que nació tu hijo?
Claro. En muchos sentidos. Si cambia la vida, cambia la escritura. Creo que nunca fui menos tonto que ahora, aunque decirlo así suena tontísimo. Y mi idea misma del lenguaje, en particular, ha cambiado muchísimo desde que mi hijo empezó a hablar. Asistir a su adquisición del habla es lejos lo mejor que me ha pasado en la vida. Mi manera de entender el lenguaje seguirá cambiando y me encanta tener ese problema, a los cuarenta y cuatro.
También hablas sobre la familia en Poeta chileno. Particularmente sobre las familiastras. ¿Por qué decidiste hacerlo? ¿Qué es lo que más te interesa sobre ellas?
Casi todas las discusiones actuales son discusiones acerca de la legitimidad. Y las madrastras y los padrastros parten esa batalla perdiéndola. La literatura los castiga, el lenguaje les asigna una palabra peyorativa, las noticias confirman prejuicios que tal vez ellos mismos comparten. Porque un padrastro no confía, necesariamente, en otro padrastro. Gonzalo necesita la legitimidad que el lenguaje le arrebata, entonces aparece esa solución, tal vez insuficiente: usar la palabra padrastro hasta que pierda su dimensión peyorativa. O inventar otra palabra. Me gusta imaginar esa lucha cotidiana con el lenguaje, porque es la lucha de la poesía, de la literatura en general; hacer algo hermoso con el material más masivo y maleable que tenemos, las palabras.