De la rutina y el papeleo de una oficina varios escritores mexicanos saltaron a la inmortalidad de las letras, aprendieron a conciliar el trabajo creador con la sobrevivencia cotidiana en la monotonía de cuatro paredes y un escritorio.
Como buenos godínez descifraron la extraña y lenta mecánica de la burocracia y de la repetición de las oficinas para darle rienda suelta a sus pasiones literarias. Se enrolaron de oficinistas porque necesitaban un ingreso fijo que les permitiera comprar libros y sostenerse económicamente mientras alcanzaban la fama.
Los oficinistas tendrían una esperanza de que su vida cambie, si en lugar de ocupar los tiempos muertos en las redes sociales, practicar el mobbing o quejarse del “mal del puerco” en el escritorio, dedicaran unos minutos a desarrollar talento literario. Y para que se animen, compartimos 6 casos de escritores mexicanos que trabajaron como godínez.
Juan Rulfo
En 1935 llegó a la Ciudad de México e ingresó al Colegio Militar donde se dio cuenta que no tenía dotes para la milicia. Asistió como oyente a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Comenzó a trabajar en 1936 como oficial quinto en el Departamento de Migración de la Secretaría de Gobernación con un modesto sueldo y un horario de 9:00 a 19:00 horas con tres horas de comida, las cuales ocupaba para leer y escribir.
Juan Rulfo aprendió las estrategias y los ritmos de la burocracia, pidió varias licencias por enfermedades como “conmoción y choque nervioso” que le sirvieron para escribir textos como Un pedazo de la noche y Nos han dado la tierra. Renunciaría a Gobernación para trabajar en Goodrich Euzkadi como “fiscal de obreros”, y en 1962 regresó a la burocracia ahora en el Instituto Nacional de Migración donde empezó de corrector de texto de antropología y alcanzó la Jefatura del Departamento de Publicaciones. https://www.youtube.com/watch?v=V74yJztkx-c
Andrés Henestrosa
Mientras ganaba reconocimiento público por su obra, el poeta y ensayista oaxaqueño autor de Retrato de mi madre se desempeñó detrás del escritorio en distintas oficinas coordinando a los burócratas. Fue jefe del Departamento de Impuestos Especiales de la Tesorería del Distrito Federal, jefe del Departamento de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes y jefe de Prensa y Publicidad en el Senado de la República. Su cercanía con el poder lo harían figurar como diputado local y senador por su estado.
Efrén Hernández
Abordó el cuento, la poesía, la novela, el teatro y realizó un guión cinematográfico para una película de Cantinflas. Es poco conocido más allá de los círculos literarios, fue impulsor de escritores como Juan Rulfo y Rosario Castellanos. Trabajó como oficinista en la Secretaría de Gobernación, abrió una librería frente a la preparatoria Justo Sierra donde prefería leer que atender a los clientes y cuando lo hacía criticaba sus gustos literarios.
Además fue subdirector de la Revista América donde publicaron sus primeros textos Carlos Pellicer, José Gorostiza, Carlos Pellicer, Jaime Sabines, Dolores Castro, Jaime Torres Bodet, Pablo Neruda, Emilio Carballido, Sergio Magaña, Gabriela Mistral, Sergio Magaña, entre otros. Su libro más conocido es Tachas y murió en la pobreza en su casa de la colonia Tacubaya.
Juan José Arreola
La elegante personalidad y la excentricidad en las letras del escritor jalisciense estuvieron precedidas de distintos oficios. Se desempeñó como cobrador de banco, vendedor ambulante, comediante, panadero, mozo de cuerda, encuadernador en la imprenta del Chepo Gutiérrez, corrector en el FCE, entre otros empleos, hasta que en 1952 publicó Confabulario.
Ignacio Manuel Altamirano
Antes de fundar liceos y sociedades literarias, así como escribir Clemencia, La Navidad en las montañas y El Zarco, el llamado Padre de la Literatura Mexicana trabajaba como bibliotecario en el Instituto Literario de Toluca, ahí fue descubierto por Ignacio Ramírez “El Nigromante”.
Rosario Castellanos
La escritora, poeta, cuentista y ensayista Rosario Castellanos se desempeñó como promotora de cultura en el Instituto de Ciencias y Artes de Chiapas, trabajó en el Centro Coordinador del Instituto Indigenista de San Cristóbal de las Casas y redactó textos escolares para el Instituto Nacional Indigenista. También ocupó el cargo de Directora General de Información y Prensa de la UNAM durante el rectorado de Ignacio Chávez. Por su prestigio y talento fue nombrada embajadora en Israel donde murió por una descarga eléctrica.