Lo que el gobierno no puede hacer, lo realizan los chilangos. Donde unos ven un espacio sucio y ocioso, otros encuentran una oportunidad de empleo, activación deportiva, alternativa cultural y vivienda.
Los bajo puentes vehiculares de las avenidas principales por años fueron sitios descuidados por las autoridades, hasta que les encontraron una oportunidad de negocio, pero desde antes los capitalinos ya se apropiado de estos espacios y les sacaron provecho.
Y es que así como hasta entre los perros hay razas, entre los bajo puentes hay niveles. El gobierno los puede arrendar para bancos y comercios, otros los ocupan como depósitos de cascajo y bodegas. Los que no tienen posibilidades de negocio son relegados, sin embargo, nunca falta alguien con creatividad y necesidad para rescatar esos espacio.
Aquí van cinco microhistorias de bajo puentes en la ciudad.
Gimnasio de box
Entre los bramidos de los motores de microbuses y los claxonazos de automovilistas, una adolescente brinca sobre una vieja llanta, mientras tira unos golpes al aire utilizando guantes de box de color guinda como parte de su entrenamiento de una hora y media para aprovechar los 13 pesos que pagó por la clase.
A unos metros un niño golpea un flácido costal mientras alguien lo sujeta. En el ring del bajo puente de la avenida Aquiles Serdán dos niñas aprenden a marcar golpes. Del otro lado, un chamaco con las manos vendadas hace round de sombra frente a un espejo. Los ojos del profesor Jesús vigilan y supervisan todos los rincones del gimnasio improvisado que montó hace casi cinco años sin apoyo del gobierno, atrás quedó su trabajo como paracaidista del Ejército Mexicano y tablajero.
Después de señalar la rutina a una niña explica: “el lugar estaba desaprovechado, ya que había basura y escombros, entonces fue como me surgió la idea de montar un gimnasio al aire libre, todo es de mi bolsillo y con apoyo de los chavos porque es una cooperación la que nos dan. Pedí para comprar cuatro costales y unas manoplas y con eso empecé”.
Vivienda social
Más de la mitad de su vida Martín la ha vivido a la intemperie, 19 de sus 33 años ha dormido y comido en las calles de la Ciudad de México. En 1995 salió de su casa de Iztapalapa para lanzarse a la aventura y no cargar con problemas ajenos. Comenzó pidiendo limosna y cuando no le alcanzaba iba a los puestos de comida de La Merced a pedir un taco a los comensales y comerciantes. Se hizo diablero y durmió en una bodega hasta que conoció la droga y decidió quedarse en la calles. Con la basura de otros montó su propio hogar en el bajo puente de Circuito Interior en Coyoacán, cartones como colchón y cama, con revistas y objetos viejos construye sus recuerdos, tiene como vecinos a los ruidos de los autos. Con tono triste y melancólico dice: “aquí vivo yo solo, yo mismo arreglé mis cosas”.
Antojo pasajero
Poniéndose al día sobre la nota roja, Armando levanta la mirada cuando siente la presencia de alguien para saber si se acerca al puesto, después sus ojos regresan al periódico. Tras 19 años de servir a la ciudad como policía auxiliar perdió su empleo y la falta de estudios le impidieron colocarse en un trabajo formal. La necesidad de mantener a la familia lo obligó hace cuatro años a instalar un puesto de dulces y refrescos en el bajo puente de la Calzada Azcapotzalco-La Villa para los albañiles que trabajan en una obra y también para los usuarios de la estación Fortuna del Tren Suburbano. Mientras dobla y guarda el periódico debajo de su axila recuerda: “mi esposa ya tenía el don de vender dulcecitos así en las escuelas, entonces vi que había espacio y que la gente pasaba por aquí, fue cuando le dije a mi esposa: hay un lugarcito ahí por qué no lo intentamos”.
Librería popular
Abraham hace a un lado una gordita de masa azul que estaba por llevarse a la boca, se acerca a una persona para hacer comentarios de un libro y finalmente dice: “50 pesos”. Hace cuatro años convirtió un paso peatonal en el bajo puente de Eje 3 Norte y Aquiles Serdán en una librería popular con títulos tan variados, que van de los temas infantiles, novelas e ingeniería con precios de 20 a 60 pesos.
“Estoy acostumbrado a buenas y malas, para mi es una motivación que venga un estudiante y pueda adquirir un libro que no puede comprar en una librería, tanto como un obrero que le gusta leer que compra una novela el día que cobra, cada 15 días o una vez al mes. Con 80 pesos se puede llevar dos o tres ejemplares y se va bastante contento”, dice con una gran sonrisa.
Estacionamiento temporal
“Nada más no me tomes foto a mí, sácale a los carros”, pide David con un poco de pena mientras juguetea nerviosamente con una franela gris en las manos. “Desde hace unos siete años comencé a cuidar y estacionar carros aquí”, en el bajo puente de avenida de las Granjas para los comerciantes y visitantes del Rastro de Ferrería. Por las noches ofrece el mismo servicio a los asistentes a los espectáculos de la Arena Ciudad de México. “Éste es mi trabajo y ganó poquito, sólo para llevar algo de dinero a la casa” y de pronto emprende la carrera para “echarle aguas” a un automóvil que ya se va.
¿Qué otro utilidad conoces de los bajo puentes?