Tacos Don Ra, la legendaria taquería del norte sigue en pie
Durante 30 años, los Tacos Don Ra alimentaron el corazón taquero del norte de la ciudad, para ser más específicos, de Lomas Verdes.
Por: Diana Féito
No hubo estudiante, empleado, ama de casa o fanático de los tacos de suadero que no pisara la taquería de “Don Ra”. Durante 30 años, Ramón Mora Ruíz alimentó el corazón taquero del norte de la ciudad, pero la humilde puerta de lámina del local cerró en 2013 y el alegre cocinero dejó este mundo un año después. Sus hijos decidieron mantener con vida el negocio. Así que nos lanzamos a su nueva ubicación para platicar con ellos y conocer la historia detrás de la leyenda. Porque sí, esos tacos fueron una leyenda en Lomas Verdes.
Todo comenzó en 1968 cuando Don Ra trabajaba en una constructora que empacó maletas para dirigirse a Veracruz. El futuro taquero no tuvo remedio más que permanecer en la ciudad y buscarse la vida. La primera idea que vino a su mente fue abrir una cocina económica, pero tras unos meses de fracaso decidió cambiar de estrategia. Esta vez, intentó con tacos.
Suadero y chicharrón prensado fueron la sabrosa dupla que comenzó la historia taquera de Ramón. Sin tener mucha idea del negocio, la gente comenzaba a visitar el local, pero no era la suficiente para pagar la renta que le exigían. Fue en ese momento cuando un amable vecino le ofreció una pequeña construcción en obra negra para que mantuviera en pie la taquería (a lo que Don Ra se negó por pena durante tres años).
Fue hasta 1985 cuando el originario de Michoacán por fin accedió a entrar a la cabañita (como le dicen de cariño sus hijos), ubicada detrás del Cristóbal Colón e incorporó el picadillo, hígado y tinga de pollo. Su fama comenzó a crecer gracias a las recomendaciones boca en boca y el desfile de personas no cesaba. La taquería se convirtió en un refugio de clases pues no entendía de diferencias sociales o económicas. Alguna figura pública compartía espacio con un trabajador, deportista o cualquier persona que tuviera antojo de tacos.
La popularidad del negocio no fue fortuita. Detrás de su éxito había una buena cantidad de horas de trabajo. Desde las seis de la mañana comenzaban las labores de cocción y sazón de los ingredientes que limpiaban una noche anterior. A las 10:30 de la mañana comenzaba el sonido del cuchillo contra la tabla de madera y el movimiento de las tortillas dando vueltas en el comal; hasta las tres de la tarde que se terminaban los guisados. Durante tres décadas, cuarenta kilos de suadero y chicharrón salían todos los días arropados por el maíz y la salsa roja.
La historia dio un vuelco cuando aquél vecino que les prestaba el local falleció y el terreno donde habitaba la taquería fue vendida. Ramón y su familia no tuvieron más opción que comenzar a buscar otra locación. Echegaray fue su nuevo hogar, pero ya no era lo mismo. Parte del encanto de la cabañita era su piso sin pavimentar y sus paredes que dejaban ver los gastados ladrillos. Al año de mudanza, Ramón se despidió de este mundo y sus hijos Julio César y Juan Carlos, tomaron las riendas del lugar con ayuda de su madre.
Cuatro años han pasado desde que los hermanos sirven los mismos tacos que preparaba su padre, pero la gente continúa preguntando por él. De hecho, dentro de la taquería tienen colgado un retrato a modo de homenaje. Algunos clientes fieles se trasladan a dicha zona de la ciudad para seguir comiendo aquellos legendarios tacos. ¿Saben igual? Hay que juzgarlo por uno mismo.