Xanat está renovado gracias a la propuesta mexicana de la chef Jennifer L. Fernández, chilanga de ascendencia oaxaqueña. Es por eso que en sus platillos incorpora los sabores de nuestro país con toques de la gastronomía de uno de nuestros estados de la República consentidos por su gran oferta cultural y, obviamente, de alimentos. La idea de este renovado concepto es dar a los extranjeros una buena probada de la cocina mexicana y a los mexicanos un lugar tranquilo, a gusto, donde puedas platicar, romancear y/o cerrar negocios acompañado de una cocina digna y buena atención.
Nosotros probamos un menú de cuatro tiempos con maridaje que da una muestra de la nueva cocina del lugar. La idea es que siempre marides con vinos mexicanos pero en esta ocasión te ofrecemos otras opciones para que elijas la que desees.
Comenzamos con un salpicón de cecina de res montado en una tlayuda, con lechuga, jitomate cherry, cebolla morada, aguacate, zanahoria y vinagreta de críticos. Todo lo maridamos con un vino Torrontés de Argentina que realza el picante de la cecina, aunque en general aquí no vas a encontrar productos picantes porque la comida está pensada para que los extranjeros la aguanten.
La tlayuda tenía muy buen sabor y la carne no estaba demasiado salada para no chocar con la vinagreta. Se sirve tibia. Nos hubiera gustado que el platillo tuviera más cecina y menos verduras.
Continuamos con una sopa de frijol con chorizo, servida en pan campesino con epazote, queso chiapaneco y crema agria. La sopa se sirve dentro del pan, que nunca se aguada ni se rompe. Además le aporta sabor y conserva caliente la sopa. Para maridar, escogimos un vino tinto que no tapara los sabores del epazote y el frijol. La sopa no tiene base láctica.
El plato fuerte fueron unas enchiladas de mole coloradito rellenas de pato. Sin duda fue lo mejor de la noche: la carne estaba combinada con verduras (algo parecido al relleno que le ponen al pavo en Navidad), y el mole era suave, ligero y con toques dulces. Nada pesado.
De postre, maridamos un mousse de chocolate semi-amargo con ají y sorbete de plátano. El primero era amargo y muy suave, brillaba literalmente por su textura. Cuando lo combinamos con el sorbete, era imposible no recordar un licuado de plátano de esos que son sencillos pero deliciosos. El contraste entre el dulzor del sorbete con lo amargo del postre es bastante ganador. Maridamos con una espumosa cerveza belga brown ale (hecha con azúcar mascabado) que le aportó un toque extra de dulce pero a la vez no competía con el amargo del mousse. Por cierto que este último tiene un toque de picor muy único que sientes en la garganta y no en la lengua.