Para ir a comer a Pizza Amore (y no quedar como un inexperto en las artes de degustar pizzas en la banqueta) anota bien cómo es la mecánica del servicio: camina despreocupadamente por la primera cuadra de Michoacán. Gira frente al iluminado minimostrador vidriado de la pizzería y señala de cuál de las pizzas que humean a la vista quieres una porción. Recibe el plato desechable con el producto y busca un espacio en la banqueta.
Como son porciones de 15×15 cm y muy delgadas, al segundo bocado querrás más, así que trata de retener en la cabeza cuántas porciones tienes en tu haber, ya que nadie en este minilocal lleva la cuenta de los clientes. Con la misma cara de despreocupado con la que llegaste, a la hora de irte, apóyate en el minimostrador y, mirando a los ojos al púber cajero, dile cuántas porciones te comiste. Nadie dudará de tu palabra.
Este espacio, con apenas tres años en la Condesa, ha sabido ganarse, a fuerza de recetas simples, sabores sencillos y buenos ingredientes, la misma fidelidad que generan los restaurantes tradicionales (vale decir que aquí no existen los cubiertos).
Los tres metros cuadrados al aire libre que tienen sus “instalaciones” reciben tanto a adolescentes como a jóvenes ejecutivos enfundados en traje o a amigas cuarentonas que maridan el chisme con porciones de su escueta variedad de pizzas, que va de la vegetariana hasta requesón, pasando por aceitunas, hawaiana, anchoas, atún, pepperoni y roquefort.
Estas pizzas son, parafraseando al lenguaje del box, “peso pluma”: muy, muy delgadas, escueto fondo de salsa y una también extra light capa de queso. Son tan ligeras que los parroquianos fanáticos de Amore pliegan la porción para comerla cual taquito.
¿Sabrosas? Sí, mucho. La más abundante en queso y aromas es la de orégano; en segundo lugar se asoma la de requesón.
Desde hace pocas semanas sumaron, para un cierre dulce, una variedad de trufas de chocolate para acompañar tu café Illy.
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